Periodistas Unidos. Ciudad de México. 16 de abril de 2021.- Desde hace varios sexenios se han levantado voces pidiendo disminuir los presupuestos electorales. En un país de pobres, es ofensivo que tengamos un nada honroso segundo lugar en gasto comicial, pero los partidos se niegan a renunciar a sus prerrogativas porque éstas constituyen un lucrativo negocio para quienes manejan los fondos partidarios.
El resultado es que los dirigentes de los partidos grandes hace tiempo dejaron atrás la pobreza o el nivel clasemediero en que se desenvolvían. Hay dirigentes que ocultan su fortuna, invertida en departamentos, casas, edificios y terrenos, cuando no en autos de lujo, en yates, relojes que cuestan hasta dos años de salario mínimo y otros símbolos de la riqueza y el poder.
Sí, las burocracias partidarias de ninguna manera están dispuestas a renunciar a esas carretadas de dinero que permiten a Morena, por citar un caso, traer desde Guerrero a cientos de acarreados a los que hay que alimentar, proteger de las inclemencias del clima, entretener con una pantalla gigante o con bailes y otras pachangas y, por supuesto, pagar por sus servicios.
Tenemos una democracia pobre y partidos muy ricos y, por si hiciera falta, en los periodos electorales se duplican los presupuestos legales, además de que, por debajo de la mesa, corren grandes sumas de oscura procedencia, las que tradicionalmente no percibe el INE, como ocurría cuando el encargado de detectar esos dineros era un señor, paradójicamente, apellidado Cristalinas.
Lo cierto es que tenemos un sistema electoral muy oneroso, con altísimos sueldos, una inmensa burocracia y un historial plagado de episodios en los que se prefirió cerrar los ojos o voltear hacia otro lado ante los enjuagues del PRI y el PAN, actitud que dio origen a la desconfianza y fobia del presidente Andrés Manuel López Obrador hacia el INE.
Pese a las debilidades o antecedentes de sus consejeros y funcionarios, cabe recordar que el Instituto Nacional Electoral (antes IFE) es una conquista de la izquierda, que se opuso siempre a que el gobierno en turno fuera juez y parte de los procesos comiciales. Si hay deficiencias que enmendar, si el presupuesto electoral resulta excesivo, si se debe elevar la productividad de la burocracia electoral, si se comprueba una actuación ilegal de un consejero o funcionario, hay que actuar con inteligencia y en forma prudente para salvaguardar la institución.
Lamentablemente, el gobierno y su partido han desatado una feroz campaña contra el INE, la que se despliega cuando ya comenzó el proceso electoral, pese a que se tuvieron dos años para tomar las medidas pertinentes. Hoy, la guerra declarada al INE, lejos de tener visos de legitimidad, aparece como resultado de un fundado temor a perder la mayoría en la Cámara de Diputados.
Hay razones para suponer que Morena no las tiene todas consigo, pues cada mañana su creador y líder nato abre uno o más frentes, parece empeñado en descalificar todo lo que no se ajusta a su visión del país y de la sociedad, deja a niños sin guarderías y a los infantes cancerosos sin medicinas, muestra cotidianamente su repulsa hacia el feminismo y su desprecio por quienes se mueven en el ámbito de la cultura y por todos aquellos mexicanos de mentalidad crítica, a los que llama fifís o algo peor.
Sí, el nerviosismo del gobierno es muy explicable. Millones de mexicanos votaron por Morena en 2018, pero hoy, con el desempleo masivo, la quiebra de pequeños negocios, el estilo personal de gobernar y la falta de perspectiva del país, muchos darán su voto a otros partidos o, más bien, se quedarán en su casa el día de las elecciones, pues, con los partidos que tenemos, el voto se convierte en un desperdicio de tiempo y de recursos.
Por supuesto, lo anterior no significa que los partidos de oposición estén frente a su gran oportunidad. PRI, PAN, PRD y la bisutería electoral se hallan en quiebra y ni siquiera las debilidades del partido gobernante los puede llevar a un triunfo esta vez ni mucho menos en 2024. Más bien, lo que se advierte en el horizonte es el surgimiento de fuerzas nuevas o, lo que es peor, la aparición de movimientos o partidos tripulados por los poderes fácticos, que no se tentarán el corazón para llevar el país a la violencia. Y ojalá me equivoque.