El largo problemático e indispensable camino del periodismo

Foto: Especial

Por Jorge Meléndez Preciado

            Periodistas Unidos. Ciudad de México. 02 de diciembre de 2020.- El periodismo, decía el gran columnista Manuel Buendía, asesinado el 30 de mayo de 1985, con lo que se abrió el ominoso número de homicidios que padecemos los tecleadores por parte del narcotráfico, donde desde el año 2000 van 308 caídos, y una gran impunidad en el número de ellos, es un trabajo de 24 horas al día. 

            El practicante de este, el oficio más bello del mundo (Gabriel García Marques, dixit), no puede descansar ni cuando hizo la nota más precisa, reconocida y trascendente. Ya que hasta en sueños, debe estar cavilando qué le faltó agregar, si la sintaxis fue la adecuada, no haber expuesto a nadie con sus revelaciones y al mismo tiempo saber que aportó los elementos más precisos para que el ciudadano sepa lo que los poderes esconden.

            Para algunos teóricos, el periodismo es el contrapoder. Y puede que la aseveración tenga gran verdad, pero lo que no debe el informador, jamás, creer que su importancia le posibilita convertirse en un hombre iluminado, notable, fuera de serie. Más bien debe sentir que cumplió un papel fundamental para la ciudadanía, de la que él forma parte y a la cual se debe para transformar la terrible realidad.

            El polaco Ryzszard Kapuscinscki, uno de los ejemplos mundiales, decía que él se hospedaba en hoteles baratos, comía con los agachados (Salud: Rius y Tin Tan), viajaba en autobuses modestos. Lo hacía no sólo porque sus ingresos eran magros para una agencia de no gran reputación, sino más bien para conocer qué decía la gente, cómo percibían a sus gobernantes, que música escuchaban.

            Por cierto, el notable escribió un texto de la ética del buen periodismo: Este oficio no es para los cínicos– manual indispensable en las más de 400 escuelas de periodismo.         

En otro coincide con compañeros del oficio (Pérez Reverte, por ejemplo) acerca de que aún en las guerras más sangrientas, le resultaba extraño que en aldeas perdidas casi siempre había un radio prendido.

            Y es que, en todos los acontecimientos más importantes, la prensa impresa y la televisiva puede fallar, pero un aparato radiofónico está al alcance de millones y por el mismo se entretienen, dan placer al cuerpo y se informan de lo que pasa cerca o lejos, ya que la distancia muchas veces no es tan apartada como parece. Dígalo si no la pasada y fraudulenta guerra de Irak.

            Ahora que festejamos al amigo y gran periodista Carlos Calzada, con el premio que sus compañeros le otorgan, el María Luisa Ross Landa, me surgen estas reflexiones de vida y oficio con algunos de los aludidos. Pero también me viene a la memoria un director anterior y una jefa de noticiarios: Miguel Ángel Granados Chapa y Verónica Rascón, respectivamente.

            Granados exigía rigor, precisión, uso correcto del lenguaje, descubrimiento del idioma y su utilización para hacer no sólo pensar al lector, sino obligarlo, de la manera más fina y correcta manera, ampliar el campo del lenguaje, el cual es muy extenso y lo hemos reducido a pequeños e insulsos caracteres.

            Verónica andaba, lo mismo que el gran Carlos Monsiváis, por todos lados, buscando la noticia, hablando con las madres de los primeros que en los años 70 querían transformar el país dado el anacronismo que vivíamos y daba espacio y aliento a los más jóvenes, incluso con algunos que discrepaba; sabía que sólo el diálogo, la confrontación eran lo que abriría la posibilidad de la veracidad.

            Günter Walllraf, este alemán, que se disfrazó de muchos personajes, incluso de turco haciéndose que le cambiaran el color de la piel, decía que no había que temer nada, pero que con el fin de hablar de algo con rigor y sapiencia era necesario conocerlo en sus raíces, a profundidad, viviendo y sufriendo lo que uno iba a relatar, de otra manera era literatura barata.

            Claro, no estoy en contra de las obras literarias, indispensables en la formación de los periodistas, aunque algunas incluso de personajes famosos no sean lo máximo.

            Igual, es básico leer poesía. Sólo tomándole el ritmo, la cadencia, la entraña a las letras, frases, albures se podrá hacer un buen texto.

            Leamos a Emiliano Pérez Cruz, el cronista de Nezayork.

            Por cierto, no hay malas palabras. Estas se utilizan cuando tienen sentido, presencia, según nos relata en varias entrevistas el enorme Renato Leduc. Su famoso poema, El Prometeo sifilítico fue censurado durante algunas décadas. Pero tan era indispensable para lo que decía que lo mismo lo buscaban los políticos más encumbrados que los periodiquitos donde colaboraba, mostrando que no hay informativo depreciable.

            Interrogado cuál era el error más grave del periodista, Renato decía claramente: “Ser pendejo”. Evitemos incluso parecerlo.

            En tiempos de redes sociales, de la aceleración de la noticia, de relatarnos qué ocurre unos minutos después de una conferencia mañanera y transmitirlo en breves palabras que den lo importante se necesita oficio, temple, síntesis, corrección.

            Eso hace muchas veces Carlos Calzada, al cual festejamos. Pero hace más: trabaja en los importantes noticiarios Pulso, que llegan, ya se ha dicho, a muchos rincones y a los cuales se enlazan por medio de Radio Bilingüe, estaciones de Gringolandia. Participa en mesas redondas entrevistando a personajes y cuando tiene un rato libre, seguramente en su casa, viendo un programa de televisión, yendo a un concierto, gozando una película, descubriendo el horizonte en esta poblada ciudad de México de edificios y smog pensaría|: “MI siguiente nota o pregunta a Andrés Manuel será…”.

            Hace más de cuatro décadas estoy en esta emisora. Cuando su reinicio, las percepciones eran casi iguales en número que las de ahora. Sólo que crisis, inflaciones, borrarles tres ceros a los billetes y demás fueron haciendo que lo percibido disminuyera grandemente. Es hora de revaluar la tarea del periodista y de todos, los trabajadores de Radio Educación, sin excepción.

            O acaso será que el refrán del gran Carlos Monsiváis es la realidad misma: “O ya pasó lo que entendía o ya no entiendo lo que pasa”.

            Todo ello en una situación difícil, ya que los salarios en nuestra radiodifusora no son los convenientes para que un periodista se forme a plenitud. Por lo que los gobernantes y autoridades deberían ver que hay otras enfermedades que nos agobian: entre ellas la ignorancia. Y para resolverla debemos dar las remuneraciones y las prestaciones que se necesitan para hacer un buen periodismo, la base de una democracia que quiera decir su nombre sin tapujos. Felicidades a nuestro compañero Carlos Calzada y a este reconocimiento inicial que esperamos sean muchos más.

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