El PRI se acerca a su tumba

Por Humberto Musacchio

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de julio de 2024.- Para beneplácito de muchos, hoy, el PRI, bajo la conducción de Alito, camina con paso firme hacia el sepulcro. Su marcha tiene el aplauso de los que sufrieron cárcel por sus ideas políticas y, seguramente, de quienes perdieron a un padre o un hijo por la represión de los gobiernos del expartidazo, de los no pocos que vieron sus pueblos arrasados, a sus mujeres violadas y a sus compañeros de lucha arrojados al mar sobre bancos de tiburones, cuando no sepultados sin nombre y sin rastro en tumbas clandestinas.

Marcado siempre por la corrupción, hoy el PRI está dirigido por un individuo al que se señala como abanderado de la transa y el cochupo, enriquecido como un jeque petrolero a su paso por cargos públicos a los que llegó impulsado por “su” partido, el Revolucionario Institucional.

Un diario capitalino publicó ayer un mínimo inventario de los bienes de Alejandro Moreno, más conocido por el remoquete de Alito. En la capital del estado de Campeche, del que fue gobernador entre 2015 y 2019, el citado es dueño de una mansión que presuntamente le costó nueve millones de pesos, aunque, en realidad, vale 300 millones, pues, además del inmenso terreno, cuenta con alberca, tinas de mármol, sala de cine, pinturas y esculturas de gran formato, entre otras cosas de valor.

Para confirmar aquello de que un político pobre es un pobre político —Hank dixit—, Alito es dado a ostentar bienes suntuarios, como su colección de autos deportivos, entre los cuales hay un Lamborghini y dos McLaren que, según la denuncia de Layda Sansores, la actual mandataria campechana, compró con dinero contante y sonante el afortunado líder del PRI. Sí, “en efe y por adela”, pues en transacciones tan cuantiosas y delicadas hay que entonar aquella canción que dice: “Que no quede huella, que no y que no, que no quede huella”.

Alejandro Moreno —informa Reforma— “enfrenta una batería de investigaciones penales por lavado de dinero, evasión fiscal, peculado, abuso de autoridad y uso indebido de funciones”, más lo que se acumule esta semana, aunque será difícil que lleguemos a ver al señor en la cárcel, pues para los próximos seis años tiene asegurada la inmunidad, gracias a la senaduría que se adjudicó. Después de ese plazo ya se verá. Por lo pronto, todavía cuenta con algo más que mercar, pues Morena necesita dos senadurías para tener mayoría calificada en el Senado y realizar las reformas constitucionales que propone el Ejecutivo saliente.

Pero Alito no es hombre que se conforme con baratijas. Tiene el control del PRI y de sus órganos dirigentes. Por eso, ante la exigencia de sus críticos para que se olvide de modificar los estatutos priistas que aseguren su reelección, advierte que no permitirá que “esta bola de cínicos y sinvergüenzas que han lucrado con el partido se quieran salir con la suya, haciéndole un servicio al gobierno”, quizá porque para eso está él mismo.

Por supuesto, los “cínicos y sinvergüenzas” son sus contrarios, no él, que encarna la pureza y la austeridad franciscanas, pues no les va a entregar lo que resta de los dos mil millones de prerrogativas que le tocaron este año al PRI ni los poco más de mil millones de pesos que recibirá el año próximo.

Quizás, en un desplante de generosidad, Alito deje que sus adversarios se embolsen los aportes estatutarios de sus miembros, aunque, lamentablemente, los seis millones y pico de afiliados que decía tener el tricolor se han reducido, cuando mucho, a la sexta parte, esto es, poco más de un millón, de los cuales —informa Leticia Robles de la Rosa en Excélsior— están al corriente en el pago de sus cuotas de 2023 ocho militantes, sí, apenas ocho, los que, por fortuna para las finanzas del tricolor, son el doble de quienes cotizaron en 2022, que sólo fueron cuatro.

Para desgracia de los priistas, hoy se apaga la llamita que alumbraba a quienes corrían tras el hueso. Si Alito consigue quedarse al frente más años, José Joaquín Coldwell asegura que la mayoría de los miembros del PRI abandonarán ese partido, que se reducirá a “un club de amigos”, pues ya se sabe que la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. Por fortuna para esos emigrantes, el naufragio los puede arrojar a las playas de Morena, donde son bien recibidos por sus excompañeros.

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