Periodistas Unidos. Ciudad de México. 07 de enero de 2022.- Elpidio, era el tipo más simpático que tú podías conocer, amable, educado, respetuoso, puntual, cumplido, en fin, todo un estuche de monerías, lo conocí en una empresa en la que laborábamos juntos en el área administrativa, en la cual a todos los tenía cautivados.
A sus casi 40 años, era un hombre alto, 1.77, robusto, de unos 85 kilos de peso, aunque se veía marcado de los músculos, moreno, con un ancho bigote, cabello tupido y bien cortado, vestía de manera adecuada y siempre andaba muy bien arreglado y oliendo a perfume.
El único defecto que yo le encontraba, era su machismo y su misoginia, mismos que se encargaba de ocultar al resto de las personas y que afloraban cuando se encontraba en compañía de amigos que nos habíamos vuelto cercanos por la diaria convivencia y por ir de cuando en cuando a bebernos unas cervezas o algunas copas.
No había mujer a la que no tildara de “fácil” de “zorra” y hasta de “puta”, para él todas eran iguales y por eso había que tenerlas bien cortitas, de otra manera te verían la cara de pendejo y tú ni por enterado te ibas a dar.
Y no sólo lo decía, con esa facilidad que tenía para envolver a las personas, con ese carisma que usaba para su beneficio, no era raro que se ligara a tal o a cuál empleada o conocida, para luego, en la primera oportunidad, darnos detalles minuciosos de lo que habían hecho en el hotel.
—Te dije que es una zorrita, aquí la ves toda mustia, toda seria y apenas la manoseas y se suelta el pelo, se vuelve una fiera en la cama, y lo mejor es que no le dice que no a nada, pobre del pendejo que vaya en serio con ella, los cuernotes que le van a salir al buey —nos decía burlándose.
No sé si fui el único o tal vez uno de los pocos que tuvo la suerte de ser invitado a su casa a cenar en una ocasión en que festejaban un acontecimiento familiar.
La cuestión es que me presenté y conocí a su familia, a Emilia, su esposa, una mujer de 1.57 de estatura, delgada, 50 kilos de peso, con aspecto asustadizo, y también a Jorge y Alicia, sus hijos de 15 y 13 años respectivamente, todos le hablaban con respeto y lo trataban de usted.
Aquello me pareció un poco raro dado lo amigable y confianzudo que era él, aunque no hice ningún comentario, al fin y al cabo, cada familia se comporta como quiere o como está educada.
También conocí a sus suegros, un señor de unos 60 años, amable y cordial, la señora de una edad aproximada a la de él, un poco seria y reservada.
Tenían otras dos hijas, Luisa y Celia, casadas, sólo que sus maridos no acostumbraban a ir a ese tipo de reuniones, según comentó una de ellas, por lo demás, alegres, dicharacheras y sobre todo de mucho ambiente, por lo que se divertían en grande.
Cuando ellas lo hacían, no pude evitar ver a Elpidio, quién no ocultaba el coraje que le producía que sus cuñadas anduvieran bailando y divirtiéndose con los otros invitados.
Emilia, su esposa, no se separaba de él y si alguien de los invitados a la reunión se acercaba para invitarla a bailar, ella volteaba a ver a su marido de reojo y se negaba en redondo.
Al final del festejo, los invitados comenzaron a irse, las cuñadas y los suegros también se fueron y pude ver que Elpidio, se mostraba cortante e indiferente con todos ellos, que se veían apenados, aunque no las cuñadas, quienes ni siquiera lo pelaron.
Nos quedamos solos en la casa de Elpidio, tomándonos otra cerveza, yo pensé que él sacaría todo el coraje que le había producido el ver que sus cuñadas se divirtieran tanto, sólo que no fue así, él se concreto a platicar de diversas cosas conmigo y hasta ahí.
Transcurrió como una semana y muy pronto me olvidé de aquella reunión, de la cual no la había comentado con nadie ya que en realidad no había gran cosa que comentar.
Fue en una salida que tuvimos Elpidio, otros dos compañeros y yo, cuando conocí otro aspecto del que ahora era mi amigo, resulta que estábamos en un antro, y como siempre, después de despotricar en contra de las mujeres, Elpidio decidió ligarse a una de ellas.
No tengo la menor idea de lo que sucedió, cuando de pronto otro de los compañeros con los que íbamos, me avisó que se estaba peleando Elpidio, en la calle con un muchacho.
Salimos y alcanzamos a ver que nuestro amigo le estaba dando una paliza al chavo, incluso, cuando este se cayó, por haberse tropezado, no tuvo empacho en patearlo con toda saña, tuvimos que detenerlo para que no lo fuera a matar.
Por obvias razones, ya no regresamos al antro, así que nos fuimos a un bar y molesto Elpidio dijo:
—A ver si con eso aprende ese infeliz a que ningún pendejo me babosea a la vieja que yo traigo.
No comprendimos bien sus palabras y uno de los compañeros le preguntó que a qué se refería.
—Estaba ligando con una chava que esta como ella quiere, ya sabes, de esas zorritas que nada más les dices mi alma y ya se están bajando los calzones. Bueno, pues ya la estaba convenciendo, cuando pasó ese infeliz y la escaneó con la mirada, como si la desnudara con los ojos.
“¿Qué le ves, buey?” —le dije para que supiera quien era el efectivo.
—Si no quieres que la vean llevate a tu hija a un convento —me dijo el infeliz, así que no me aguante, me le acerqué, lo jalé por la ropa y me lo lleve afuera, nadie se mete con lo mío.
Ninguno le comentamos nada, no tenía caso, sabíamos que sus ideas son aferradas y no las cambia, así que esa noche seguimos bebiendo como los grandes amigos.
Fue como a los tres días de aquella bronca, cuando una noche recibí una llamada del celular de Elpidio, no lo había visto en dos días, incluso pensé que tal vez estaba enfermo.
Cuando contesté, oí la voz de su mujer, Emilia, que me pedía que fuera al hospital general ya que ahí se encontraba su marido, estaba herido y quería hablar conmigo.
La verdad es que, si me preocupé, así que de inmediato fui al Hospital y en la entrada, me encontré con Emilia y un hombre, de unos 35 años, chaparrito, como de 1.63 de estatura, delgado, de nombre Eduardo, se veía preocupado, aunque lo que más me sorprendió fue ver a la esposa de Elpidio, con la nariz rota, un ojo morado, los labios reventados y el pómulo con vendoletes.
Al preguntarle por su marido ella fue clara y me dijo:
—Lo llamé porque Elpidio, va a ir a la cárcel, está detenido por violación equiparada agravada en grado de tentativa en contra de mi hermana Celia, la esposa de él, por lesiones en mi contra y lo que resulté…
—¿Y dónde está él?
—Internado, mire, le voy a contar para que entienda y después usted ve si lo ayuda o no, Elpidio estuvo tomando con unos amigos del barrio, fue cuando vio a mi hermana Celia, y decidió que como ella era una “zorra”, que bailaba con cualquiera, pues que se acostara con él, ella lo mandó a la fregada y le dijo hasta de lo que se iba a morir.
Entonces, la jaloneo, trato de besarla y de manosearla y ella como pudo se echó a correr, él llegó a la casa furioso y me dijo que Celia, se le había ofrecido, que lo provocaba, que le decía que no era tan hombre como para cumplirle, en fin, muchas tonterías más.
Cuando yo le dije que no mintiera, que Celia, no era así, comenzó a golpearme diciéndome que yo era igual de “puta” que ellas… le juro que no es la primera vez, siempre me ha maltratado y golpeado, si no es por una cosa es por otra, total que me estaba dando una paliza cuando llegó, Lalo, y le dijo que ya no me pegara, que no fuera tan cobarde.
Elpidio le dijo que también a él le iba a dar una paliza, que seguramente él quería conmigo y por eso me defendía, Lalo, le dijo que no era tan perro como él, que iba a levantar un acta por intento de violación en contra de Celia, eso lo enfureció más y se lanzó sobre de Eduardo.
Lalo, le pegó y tuvieron que traerlo al hospital, eso es todo, él me suplicó, me lloró que lo llamara a usted para que viniera, yo no quería, pero fue tanta su insistencia que accedí.
Ya no me dijo más y yo no le hice ningún comentario, entré a ver a mi “amigo”, y lo encontré en una cama, tenía dos costillas rotas y del rostro parecía Santo Cristo, los ojos morados e hinchados, una de las cejas abierta, uno de los pómulos también abierto, la nariz rota en tres pedazos, la boca hinchada y con los labios reventados, el brazo derecho lo tenía enyesado hasta la palma de la mano ya que tenía fracturados, el codo y la muñeca.
Su pierna derecha también tenía fractura en la rodilla, se veía que al pobre infeliz le habían dado hasta con la cubeta, al verme trató de sonreír y de inmediato me dijo:
—En cuanto me aliviane, voy a juntar a unos cuates para irle a dar en la madre al infeliz de Eduardo, el muy desgraciado no sólo me quiere bajar a mi vieja, sino que además aconsejó a la suya para que me denuncie por intento de violación.
Necesito que me hagas un paro y que consigas una buena lana para la fianza y el abogado, en lo que me repongo, luego te pago, me cai y ya verás que ese infeliz me las paga todas.
—Lo veo muy difícil, Elpidio, tú sabes como está la situación y no hay dinero, más que para sobrevivir, no obstante, deseo que te vaya bien… y que te recuperes pronto.
Me despedí de él y salí del hospital, ya no encontré ni a su esposa ni a su concuño, meses después una serie de acontecimientos se fueron suscitando.
Primero, corrieron a Elpidio, del trabajo por la atención que atrajo la noticia de su encarcelamiento, después, su mujer se divorció de él y no sólo tenía que pagar una fuerte pensión alimenticia, por sus hijos, sino que, además, por las lesiones infringidas a ella, el intento de violación y los antecedentes de violencia intrafamiliar, ya que, hasta sus suegros lo inculpaban del maltrato, no sólo a su hija, sino a ellos mismos.
Su condena fue de siete años de cárcel, una fuerte multa por reparación del daño, y el no volverse a acercar a su familia a menos de trescientos metros.
No sé si se lo merecía o no, desde mi punto de vista, le fue barato, un infeliz que abusa de su fuerza sobre una mujer, no merece ir a la cárcel, merece que lo ejecuten a muerte.
Machista, misógino, abusador y golpeador, como muchos que pululan por la gran capital y el país entero, definitivamente, a estos tipos habría que erradicarlos para siempre.
Por obvias razones, jamás nos volvimos a ver, cambié mi número de teléfono y sólo se los comuniqué a las personas de confianza, si me llamó o no, no lo sé, lo cierto era que yo no quería volver a verlo, no era algo que me interesara de alguna manera.
Y es que, ante todo, soy hijo de una gran mujer, tengo cinco hermanas, que luchan por salir adelante y esperan encontrar un hombre que las respete y las ame como ellas se lo merecen, tengo esposa, una hija y por si todo esto fuera poco, una nieta a la que adoro.
No quiero ni pensar lo que haría yo, si algún infeliz como ese desgraciado de Elpidio, se atreviera a darles, aunque fuera sólo una cachetada, ¿por qué hay seres como ese infeliz?