Espionaje y mentiras

Por Jorge Meléndez Preciado

              Periodistas Unidos. Ciudad de México. 29 de marzo de 2019.- Interesante pero muy tergiversado es lo que uno lee  en los recientes días acerca de los archivos que se abrieron por parte de la siniestra Dirección Federal de Seguridad (DFS), en donde estuvieron haciendo de las suyas Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro, acompañados por el  menos conocido:   Luis de la Barreda.

               Se han divulgado  algunas “investigaciones”  de diferentes personajes de la vida mexicana. Desde, obviamente, políticos hasta artistas y deportistas. Todos espiados por un régimen paranoico que seguía los pasos de los servicios de inteligencia estadounidense, claramente  del senador  Joseph MacCarthy, quien  veía conspiraciones hasta en las iglesias y los rezos. Algo realmente demencial pero que hizo de esa forma de conducir la vida pública el esquema para imponer la llamada libre empresa, que es la forma de esquilmar a los más pobres y reprimir sus reivindicaciones de todo tipo  para aumentar las ganancias de los millonarios. Amén de eliminar a quienes consideraba subversivos, todos aquellos que criticaban el capitalismo.

               Aquí, recientemente supimos que muchos fuimos investigados hasta en momentos  importantes para la libertad y no la subversión.  Fue el caso del Festival de Avandaro en 1971. Organizado por un personero de Televisa, Luis de Llano, que se tituló: Rock y Ruedas, porque hubo conjuntos de música de dicho género y una carrera de automóviles, tuvo una asistencia fuera de serie: centenas de miles. Entre ellos, hay que decirlo, familias completas.

               De Llano dice que no hubo en dicha reunión ni encueradas ni drogas, entre otras cuestiones, lo cual es falso y  risible ya que una publicación de los años setenta: Piedra Rodante, incluyó  en su portada a una muchacha desnuda y entrevistó a varios cuates que le quemaban las patas al diablo, como se decía entonces a los que fumaban la yerba verde, todavía prohibida, torpemente, en la actualidad. Pero las declaraciones de las buenas conciencias son lo de menos, ya sabemos que siempre quieren quedar bien con  los poderosos para hacer más negocios.

               De lo que me entero ahora es que yo estuve en el Festival con dos amigos de la Facultad de Economía de la UNAM, Alejandro López  y Carlos Thierry. Y que además asistió Arturo Zama Escalante, camarada de la Juventud Comunista, de quien incluso se da la marca del automóvil y hasta el número de placas de su vocho. Todo absurdo y tergiversado, como han sido generalmente los datos de esos espías realmente en conflictos que nos afectan a todos.

               Digo lo anterior porque el buen Zama estaba en Lecumberri, ya que lo habían detenido junto con Rubén Valdespino y Félix Goded, en el café del entonces Cine las Américas, antes del 26 de julio de 1968. Los tres comunistas. Así pues, Arturo pudo haber ido en espíritu más que en cuerpo.

               Yo jamás comenté el asunto de Avandaro con mis amigos estudiantes de Economía de la UNAM, Alejandro y Carlos. Seguramente fueron a ese reventón, llamado ahora sí, porque López era el encargado del cine club de la Facultad: quien nos hizo conocer a la nueva ola francesa, a Bergman, el neorrealismo italiano y mucha películas de vanguardia; gracias Alejandro. Y Carlos era un poeta en ciernes, activísimo entonces, gran ligador y quien si le entraba a la mota, algo que muchos veían con horror y a otros nos parecía normal en sus placeres, aunque tampoco me tope después con él para hablar del rock prohibido.

               Falso pues el reporte.

               Asistimos, eso sí, al mencionado Festival: Humberto Musacchio, Edith Negrín y yo. Los dos muchachos escribíamos en El Universal, al cual llegamos  gracias al gran   Raúl González Avelar, secretario académico de la Facultad con Ifigenia Martínez, la directora, y quien era amigo de Juan Francisco Ealy.  Edith era, entonces, maestra de la secundaria 13, donde yo daba clases. Íbamos en un Volkswagen, el que dejamos como un kilómetro antes de llegar al centro del concierto. Jamás  notamos el menor desorden, ni pleitos, ni alborotos desenfrenados. Había casi un orden franciscano. Aunque ya en  donde tocaban los conjuntos, como era lógico,  eran frecuentes lo  gritos, algunos quemando petate y chavos y chavas desenfrenados, faltaba más.

               Nos fuimos  temprano, antes de que concluyera la primera y única jornada, porque teníamos que escribir  varias notas extensas sobre esa libertad que ejercían los jóvenes. En El Universal, como en los demás medios, no se publicó nada de lo real y se difundieron, puntualmente, las calumnias y los boletines oficiales del gobierno  en contra de los muchachos. Una muestra más del temor a la libertad por parte  del gobierno, de la asociación oficial  con la empresa privada que se supedita a todo para obtener beneficios y de que la llamada inteligencia del estado es muchas veces una serie de desinformaciones que hay que verlas  con lupa.

               Igual sucedió cuando un directivo del Cisen me enseñó mi ficha policiaca. Pero ese es otro asunto que relataré  en próxima ocasión.

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