¡Feliz Navidad!
Foto: Diego Simón Sánchez / Cuartoscuro
Por Teresa Gurza
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de diciembre de 2018.- Aquí con la novedad de que el “hijo laico de Dios”, como llamó el diputado Porfirio Muñoz Ledo a AMLO, desplazó a las esferas navideñas y hecho de tela y con ropa y gorro de santaclós, cuelga del árbol navideño de su casa.
Pero pasemos mejor al festejo del nacimiento de Cristo.
En templos y hogares, no faltan pesebre y árbol que es tradición alemana; y como el comercio se ha apoderado de la fecha, tampoco hay tienda sin el panzón.
Tenemos también posadas, que implican estar de fiesta desde el 16 de diciembre que empieza la primera, hasta el 6 de enero Día de los Santos Reyes; pero puede extenderse al 2 de febrero, por los tamales de la Candelaria.
Cuando yo era chica esos gordos y chocantes santa-closes no se veían; fue hasta que Sears Insurgentes colocó uno en su vitrina, con su barrigota y horribles carcajadas, que la coca-cola los popularizó.
Los regalos los traía el Niño Dios; que llegaba a mi casa el 24 en la noche, entre nubes de humo hechas con hielo seco y mucho incienso, para dejarnos lo pedido en cartas enviadas al cielo en globos de gas.
El 6 de enero a los primos Orvañanos, los Reyes nos traían dulces bajando con toda majestad de camello, elefante y caballo, alquilados año con año en algún circo o zoológico por nuestros papás; que eran los que más se divertían, porque los niños temblábamos del susto por verlos tan cerca.
Pero antes jugábamos lotería esperando obscureciera y veíamos el nacimiento que la tía Lucha Orvañanos recreaba en varias habitaciones de su casa en Icazbalceta 70 con figuras en cera de la Sagrada Familia, ríos, lagos con sus patitos, muchos animales, un diablo rojo de cola retorcida terminada en arpón, un corderito por niño y una espantosa matanza de bebés degollados por centuriones romanos, vestidos de plateado.
El 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes, era la reunión de la familia Gurza; cuyos más de cien integrantes llegaban desde donde estuvieran, para estar en la rifa de los santos patrones.
Después de la cena, el más pequeño de la familia iba sacando de una copa el nombre de un santo y el más viejo, el de alguno de nosotros para empatarlos y saber a quién le tocaba ser protegido todo el año, por quién; también casas y negocios, tenían patrón anual.
Los nueve días anteriores a la Nochebuena, pedíamos posada caminando en filas por casas y jardines con dedos llenos de cera por las velitas prendidas, que siempre chamuscaban los pelos de alguna niña de adelante.
Era un honor cargar a la Virgen María de yeso sentada en un burro que jalaba su esposo José con su varita de nardo, mientras se cantaba pidiendo posada; que era negada varias veces hasta que, contrariando lo que dicen los evangelios, se les recibía con honores y pasábamos a prender cohetes, escupidores, luces de bengala y buscapiés y a romper piñatas de estrellas con siete picos, uno por cada pecado mortal, rellenas de fruta.
Había cena y ponches y los «aguinaldos» eran canastitas con colación y pelotas, muñecas, reatas, libros o lápices para dibujar.
Al contrario de la diversión de las posadas, las pastorelas o representaciones religiosas con música y tamborazos que era la técnica misionera para atraer al templo a los aborígenes y resultado de la fusión de las culturas indígena y española, son herencia italiana y me parecen bastante aburridas.
Nadie sabe la fecha exacta, del Nacimiento de Jesús; en la Edad Media se le ubicó en diciembre, para alejar a la gente de las ceremonias paganas relacionadas con el solsticio de invierno del hemisferio norte.
La celebración del 25 de diciembre, es precisamente la cristianización de esos festejos; entre las que destacaban el Yule, con el que celtas y nórdicos europeos daban entrada al nuevo ciclo agrícola; la de Mitra, en Persia y la de Osiris, en Egipto para recordar que la vegetación muere y renace.
Los historiadores afirman, que fueron las saturnales romanas en honor del dios Saturno, las festividades que más se asemejan a nuestras celebraciones navideñas.
Empezaron siendo un sólo día, pero sucesivos emperadores fueron añadiendo otros, hasta que Domiciano (51-96) las hizo durar del 17 al 23 de diciembre, cuando se liberaba esclavos, se aplazaban ejecuciones y operaciones militares y realizaban banquetes públicos con intercambio de regalos.
Con el paso de las horas, se desenfrenaba; de ahí que la palabra saturnal, signifique orgía.
Parte importante de la Navidad son los villancicos; y es “Noche de paz”, el más famoso.
Fue compuesto y musicalizado en tiempos de terribles heladas que causaron hambrunas en Europa, por el joven cura Joseph Mohr y el compositor Franz Xaver Gruber; quienes no imaginaron, que su canción de Navidad sería la más conocida en el planeta.
Mohr hizo un poema de seis estrofas, ahora se cantan solo tres, en 1816; llamado “el año sin verano”, porque el frío destruyó vidas y cosechas.
Se trató de un fenómeno climático que los científicos atribuyen a una caída de la actividad solar, sumada al oscurecimiento del cielo por millones de toneladas de polvo, cenizas y dióxido de azufre, arrojadas a la atmósfera por erupciones volcánicas en Indonesia.
Situación que agravó en Europa central, la inseguridad sociopolítica y las penurias dejadas por las guerras napoleónicas de 1792 a 1815.
Así que cantar Noche de paz, por primera vez en la Navidad de 1815 en una pequeña iglesia de Oberndorf cerca de Salzburgo, en los Alpes austríacos, fue un bálsamo para los presentes.
De ahí pasó a otros países y casi cien años después, el 24 de diciembre de 1914, la cantaron cada uno en su idioma natal, miles de soldados de diversas naciones en las trincheras de la Primera Guerra Mundial; dando lugar a unas horas de tregua, llamadas “milagro de hermandad”.
Ha sido traducido a cerca de 300 idiomas y dialectos y forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la UNESCO.