¡Feminista!, ¿hay de otra?

Por Paloma Escoto

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 15 de marzo de 2022.- Tarde 14 días para decidir abrir esta puerta a todas y todos ustedes, justo después de la marcha 8M fue que determiné que lo haría porque sí, estos son algunos de mis motivos del porqué feminista, del porqué no hay de otra.

Sentido de hogar, una palabra que busque con añoranza durante más de una década tal vez más, había salido huyendo de mi hogar porque tenía el corazón roto, una infancia fracturada tras una violación que callé durante muchos años por miedo. No suficiente, una adolescencia jodidamente conflictiva, dónde la vida me volvió a quebrantar con una segunda violación, en la cual me sentí culpable y callé porque asumía que había sido mi responsabilidad. Callando, seguí callando, escondida en muchos disfraces, atormentada en silencio, escondida en infinitas borracheras y abuso de estupefacientes, en todas mis sombras escondida, buscando un hogar, erróneamente, iba buscando más un escondite. A muchas niñas y mujeres violadas pareciera que se nos pinta en la frente la invitación a que abusen de nosotras una y otra vez, crecer en el sistema patriarcal es una invitación perpetúa.El dolor no es para siempre, cesa, se mitiga, al hacer conciencia y lentamente pronunciando un propósito de vida, dibujando un porvenir irreverente mejor al que esta sociedad nos impone, amando la vida obligatoriamente. Tarda pero llega, llega la paz cuando la buscas. En mi caso me costo rascar profundo, era tan hondo mi desierto y esa sed inmensurable de creer en el amor. Al cavar se encuentra todo, cada una de las piezas del rompecabezas que no queremos armar, asusta su forma, cavando se encuentra el tesoro y también el mar de una. Al encontrar el mar se encuentra la transparencia, se sacia la sed y con ella esa paz.

Adormecer lo vivido, vivir en amnesia, es un autosabotaje  permitido, las personas que nos rodean lo agradecen porque es incómodo y cómo sociedad no estamos preparados para caminar sobre el tema.El machismo es una enfermedad que se contagia, que no conoce de género, camine gran parte de mi adolescencia y juventud golpeada por mujeres machistas con prácticas incluso mucho más dolorosas que las de los hombres. Por joven, por guapa, por entusiasta, por lo que fuera, resultaba ser una amenaza y un personaje incómodo para muchas que hoy muchas ya despertaron, y que es un punto de la lista inmensa que agradezco del movimiento feminista.

Yo no era feminista, tenía cierto brío, sin embargo no lo era, tenía ese veneno en mí, ese sabor tan falto de empatía y una rabia contra mi género, ese resentimiento al sentirme excluida, agredida, al sentir como era mi género el que me ponía el pie, eran ellas las que hablaban sobre mi comportamiento, mi personalidad e incluso sobre mi sexualidad. Mi compromiso se vio lento, fue un proceso retardado por llamarlo así o simplemente fue cuando tenía que ser.
De pronto años después se germinó en mi una semilla, me aterraba que fuera mujer, me aterraba la posibilidad de que viviera tan sólo un poco de lo que yo había experimentado. Al fin supe su género y el miedo se convirtió en compromiso y fuerza, ella no podía bajo ninguna circunstancia vivir algo similar. Pero y qué de todas esas niñas que crecen en medio de esa enfermedad que jode nuestras vidas? Pudo haber sido Sol Venus, bastó para darle un giro a esta causa con la que me siento comprometida a través de la crianza. Esta lucha es no sólo para reivindicarme si no también por el porvenir de las que crecen y de las que están por llegar.
Mientras marchaba junto a Sol Venus y junto a miles de mujeres que manifestaban   indignación, rabia y mucha fuerza me sentía menos sola que nunca. Supe que había hecho bien con llevar a mi hija a su primer marcha feminista, algún día entenderá el impulso del «disturbio», algún día platicaremos sobre esta etapa que vivimos, el proceso histórico será contado cómo un ardiente pasado, pues no está de más soñar y creer en un mundo diferente en dónde quepamos todes y terminemos por diluir la violencia y la desigualdad hacía las mujeres, es posible. Sostener la esperanza con dignidad, luchar todos los días hasta con el más o mínimo gesto en la cotidianidad, lograremos derrocar el patriarcado y podremos crear un sistema en dónde podamos crecer y ser libres y estar seguras siendo.
Educar para desaprender, en la etapa de la crianza he aprendido a desaprender, las prácticas que ya no encajan en este mundo, la responsabilidad de sostener un mundo dónde existan las diferencias y mirarlas con el ojo del amor y el respeto hacía la diversidad. Crecer con ella abrazando todas las formas y todos los colores. Aprendiendo con ella a caminar los nuevos rumbos, remontar la libertad ida y vuelta. Ser protección no cárcel, ser cobijo no asfixia, ser un hogar dentro del hogar que es tan amplio cuando se ejerce la libertad. Aprender a compartir la vida y respetar todo lo vivo que hay. Con amor inculcar el respeto y los límites propios pero también los de los demás.
No es una guerra, no es una batalla, educándonos también estamos educando a los nuevos hombres. Apuesto a que en la crianza se encuentra el brebaje mágico, la crianza es el futuro que añoramos. Está en las nuevas generaciones sepultar lo caduco de este sistema y reforzar con toda intención está en nosotros padres y madres que guiamos a diario con el ejercicio del ejemplo.
Un argumento sustentable es no repetir el pasado, cuidar a mi hija con amor y no con miedo, señalando con todas las letras todo lo que es abuso, señalar con todos los dientes dónde no es un lugar para florecer. La responsabilidad que llevamos las que despertamos es inmensa y día a día tenemos que asumirla y esto no quiere decir que se haga con rigidez. Diferenciar prácticas tan simples cómo obligar a nuestras hijas a ser amables con quién ellas deciden no serlo, por intuición, es básico. Escuchar, observar y creer en nuestras hijas antes que en todos. Procurar entornos sanos y generosos, en dónde florezcan nuestros retoños con comodidad, nada a la fuerza está bien.
Hay muchas señales de alarma, recordemos que en la mayoría de los casos el violador está en casa, se sienta en nuestra mesa, come con nosotros y pide postre. Cuándo una niña es abusada no siempre es a la fuerza, muchas veces se vive bajo la manipulación y se juega con las ilusiones y la inocencia. Muchas veces el violador es el más buena onda,  el que regala dulces o juguetes, el que hace muchas promesas. También está el violador que amenaza, que inculca miedo y fragilidad, el que usa el temor para manipular. Hay que estar alertas y cuidar a nuestras hijas. Que nuestros trabajos no nos separen de la crianza. Hablar desde siempre sobre el respeto y el espacio personal. Un acto feminista es criar a nuestras hijas y hacer propaganda entre ellas para que se cuiden entre sí, que aprendan desde chiquitas a cuidarse y cuidar, que aprendan a señalar al abusador, que aprendan a no quedarse calladas.
Porque está en nosotras las madres transformarlo todo. Y en aquellos padres responsables y presentes también.Porque sin madres ni madres.
Feminista, ¿hay de otra?

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