Periodistas Unidos. Ciudad de México. 04 de mayo de 2022.- Jesús de Nazaret vivió en una época de turbulencia política. En las páginas de los Evangelios, que son nuestra fuente principal de información acerca de él, se dice esto alto y claro. Pero nunca sale a la superficie. Lo último que querían los escritores de los Evangelios era implicar a la política. Querían sacar a Jesús de su situación histórica real y transmitir un mensaje universal, que pudiera aplicarse a cualquiera. Por encima de todo, no querían vincular a Jesús con el destino del pueblo judío que, en el momento en que se ecribieron, acababa de verse aplastado por las legiones romanas tras una amarga guerra de resistencia.
Sin embargo, la situación real en la que vivió Jesús queda bastante clara. En el año 63 a.C., Palestina fue conquistada por un ejército romano, dirigido por Pompeyo, y pasó a formar parte de la provincia romana de Siria. Pompeyo, acompañado de su personal militar, entró en el sanctasanctórum del Templo de Jerusalén, que habían defendido sus sacerdotes después de que el soberano reinante hubiera abierto las puertas de la ciudad a los invasores. A partir de ese momento y hasta el enfrentamiento final, 133 años después, en el año 70 d.C., la historia de Palestina se convierte principalmente en una historia de resistencia judía al dominio romano. Una resistencia desesperada que tuvo lugar en una época fundamentalmente de expansión romana. Jesús de Nazaret vivió justo en medio de este período y, a pesar de su conocido apego a lo extramundano, difícilmente podía ser ciego a lo que estaba sucediendo.
El papel estratégico de Palestina
La situación no resultaba fácil para los romanos. Palestina -Judea, que era como se llamaba la parte judía- formaba parte de una cadena de pequeños estados, que se extendía desde Armenia hasta Egipto, y que constituía una zona neutra entre Roma y el Imperio Parto al este, que se localizaba en Persia. Palestina era un eslabón crucial en la cadena porque limitaba con Egipto, granero de Roma. Partia era la segunda gran potencia de la región y nunca fue conquistada por Roma. De hecho, le infligió derrotas a las legiones romanas en varias ocasiones, las destrozó y se apoderó de las águilas que eran sus estandartes de batalla. De manera que Palestina era una zona sensible. Un levantamiento judío podía contar con el apoyo de los partos. De hecho, en el año 40 a.C., sólo unos veinte años después de la invasión de Pompeyo y no mucho antes del nacimiento de Jesús, fue exactamente esto lo que ocurrió. El régimen títere de los romanos fue derrocado y se instaló un nuevo rey con apoyo de los partos. Por ende, los partos, a diferencia de los romanos, se cuidaron de no profanar el Templo. Su posición era más o menos semejante a la de los indios en Bangladesh, una potencia extranjera que ayudaba a un movimiento nacional atendiendo a sus propios fines.
Los romanos reaccionaron rápidamente. Se deshicieron del viejo grupo de títeres y trajeron a un nuevo candidato, Herodes, que contaba entonces con unos treinta años de edad. El padre de Herodes había sido el hombre fuerte, el principal de los pro-romanos del antiguo régimen. El propio Herodes había sido gobernador militar de Galilea, la parte norte de Palestina. Cuando entraron los partos consiguió escapar a Egipto y llegar por último a Roma. Allí fue coronado rey de Judea. Contando con el pleno apoyo de los romanos, regresó y tomó Jerusalén con ayuda de las legiones en el año 37 a.C., ejecutando rápidamente a los líderes rebeldes. El rey antirromano, Antígono, fue crucificado, el primero de las decenas de miles de personas que serían ejecutadas por este método por los romanos o sus títeres. Una vez en el trono, Herodes se mantuvo en él hasta su muerte en el año 4 a.C.
No se sabe con exactitud cuándo nació Jesús. Todo lo que podemos decir es que sucedió durante el reinado del emperador Augusto, que murió en el 14 d.C., y que durante la vida adulta de Jesús estaba en el trono el sucesor de Augusto, Tiberio. Es posible que Jesús haya visto el final del reinado de Herodes, siendo un niño. Sin duda, los acontecimientos que siguieron a la muerte de Herodes debieron impresionarle, ya fuera como recuerdos de su infancia o como historias que le contaron mientras crecía.
La muerte de Herodes
La muerte de Herodes provocó una crisis. Herodes se había mostrado servil hacia los romanos, y cruel y desmedido con su propio pueblo. Era odiado y aborrecido. Naturalmente, cuando murió se produjo un regocijo general y el movimiento nacional volvió a aflorar. Ya había habido rumores poco antes del final de su reinado. Una manifestación estudiantil, más o menos dirigida por dos fariseos, Judas y Matías, había culminado con el derribo del águila romana que Herodes había exhibido en el Templo para complacer a sus amos. Los cabecillas fueron quemados vivos. Cuando Herodes murió por fin, se produjo un levantamiento en Jerusalén. El procurador Sabino, el funcionario romano de mayor rango en Palestina, trasladó inmediatamente tropas a la capital para mantener la ley y el orden y también para confiscar el tesoro de Herodes. Durante la fiesta de Pentecostés, se produjeron enfrentamientos entre los peregrinos del Templo y estas tropas romanas. Sabino quedó acorralado en la guarnición.
Al mismo tiempo, hubo otro levantamiento armado en Galilea, dirigido por un líder partisano llamado Judas, conocido como el Galileo, cuyo padre había sido ejecutado por Herodes por insurgencia. Se trató de un levantamiento a gran escala en el que los partisanos tomaron el palacio de Herodes en Séforis y se apoderaron de las armas que allí se almacenaban. Séforis estaba a pocos kilómetros de Nazaret, donde Jesús pasó su infancia. A una hora de camino, en realidad. Los romanos tuvieron que enviar desde Siria dos legiones, a saber, doce mil soldados, para reprimir estas revueltas y rescatar a Sabino. Durante los combates, el Templo sufrió graves daños y Séforis quedó completamente destruida. Cuando los romanos restablecieron el orden, crucificaron a dos mil rebeldes.
El doble de grande que Irlanda del Norte
Palestina es un país comparativamente pequeño. El reino de Judea de Herodes no era mucho mayor que Gales, y tenía aproximadamente el doble del tamaño de Irlanda del Norte. No se extendía tan al sur como lo hace hoy Israel, pero cubría una franja de lo que es actualmente Siria y Jordania. La población, unos cinco millones probablemente, no era judía de modo homogéneo. Los judíos se concentraban en la zona de Jerusalén -Judea propiamente dicha- y en Galilea, al norte, donde eran colonos bastante recientes. En medio estaba Samaria, donde vivían los samaritanos. Los samaritanos tenían su propia religión, que era una variante del judaísmo. Por ejemplo, no reconocían el Templo, sino que tenían su propio lugar sagrado en una montaña de Samaria. En las ciudades había un cierto número de griegos y sirios helenizados o fenicios, que habían llegado primero siguiendo a los ejércitos de Alejandro y se identificaban ahora con los romanos. Herodes había fomentado una mayor inmigración de griegos y había construido varias ciudades nuevas para ellos, incluyendo un nuevo puerto y una capital, Cesarea, en la que los judíos nacionalistas y piadosos no querían vivir porque estaba dominada por monumentos irreligiosos, como un teatro y un hipódromo.
El país, dividido por diferencias nacionales y religiosas, tenía algunas de las características de Irlanda del Norte o de Chipre. El movimiento nacional judío adoptó una forma religiosa; era la religión la que unía a la nación. Los líderes de los zelotes, como se conocía a los guerrilleros, eran a menudo ultrarreligiosos, y la religión era uno de los dos temas principales en torno a los cuales cristalizaba la oposición a la ocupación romana. Se produjeron disturbios debido a la profanación del Templo por parte del águila pagana, como se ha descrito anteriormente; más tarde, cuando los romanos adoptaron la gobernación directa, se produjeron por el mismo motivo más disturbios bajo Poncio Pilato. A finales de la década de los treinta, pocos años después de la crucifixión de Jesús, se produjeron revueltas cuando el emperador Calígula quiso colocar una estatua suya en el Templo. Diez años después hubo una gran revuelta cuando un soldado romano de guardia en un tejado con vistas al Templo hizo un gesto obsceno a los peregrinos.
Impuestos imperialistas
La segunda cuestión era económica: la apropiación de impuestos por los romanos. Roma no cobraba impuestos a sus propios ciudadanos, sino que se basaba en exprimir lo que podía de los pueblos sometidos. El sistema se establecía oficialmente y luego la recaudación de impuestos se dejaba en manos de la empresa privada, en algo parecido a una licitación. Las tropas romanas apoyaban a los recaudadores. Naturalmente, los recaudadores de impuestos eran considerados colaboradores de los romanos y hubo frecuentes intentos de sabotear el sistema y boicotearlo. El censo de Quirino en el año 6 d.C. fue diseñado por los romanos para ayudar a implantar la recaudación de impuestos y provocó resistencia generalizada y lucha armada, que no fue sometida durante algún tiempo, justo durante la infancia de Jesús. Una vez más, Galilea fue el foco de la revuelta, pero esta vez hubo también fuertes combates en el sur, dirigidos por un pastor llamado Athronges. Miles de personas resultaron muertas a manos de los romanos durante este período.
Comienza la gobernación directa
El censo creó especial resentimiento porque marcaba el inicio de la gobernación directa de Roma. El régimen títere fue abandonado por los romanos poco después de la muerte de Herodes. Su hijo fue exiliado después de que el procurador recibiera plenos poderes, al menos en Judea. En Galilea y en el sureste de Siria, la zona de los Altos del Golán, se permitió a otros dos hijos de Herodes permanecer como gobernantes autónomos. En general, los romanos cambiaron de procuradores con bastante rapidez. Poncio Pilatos, que duró nueve años, del 27 al 36 d.C., fue una excepción a la regla. Pilatos era intensamente odiado y esta aversión se muestra a través de todos los documentos de fuentes judías que se conservan. Era duro y corrupto. Cuando tomó dinero del tesoro del Templo hubo manifestaciones masivas contra él. Las reprimió metiendo entre la multitud tropas vestidas de paisano y con armas ocultas, que saltaban repentinamente a la acción a una señal dada. En los Evangelios hay referencias a la matanza de galileos, siempre alborotadores, y a disturbios en Jerusalén en el momento de la muerte de Jesús, mientras que la palabra utilizada para describir a los dos «ladrones» crucificados con Jesús es la misma que se utiliza generalmente para describir a las guerrillas, más bien como «bandidos».
Los fariseos y la lucha armada
Sin embargo, la verdadera lucha se desarrolló a partir de los años cuarenta y culminó con un levantamiento nacional a gran escala en los años sesenta. Al mismo tiempo, la lucha nacional comenzó a entrecruzarse con una lucha de clases cada vez más abierta. La tradicional clase dominante de Judea consistía en un bloque entrelazado formado por los grandes terratenientes y las familias hereditarias de los sumos sacerdotes que controlaban el Templo. Los saduceos eran miembros de este bloque. Se vieron desafiados como autoridades religiosas por los fariseos, que eran rigoristas, se organizaban sobre la base de un estricto ingreso en células, dirigidas por escribas, licenciados en teología, pero que también incluían elementos de origen artesanal e incluso obrero. Fueron los fariseos los que aglutinaron a la nación judía en una fuerza político-religiosa. Muchos de los líderes zelotes eran fariseos que habían decidido pasar a una fase de lucha armada.
Sin embargo, la masa de los zelotes procedía del pueblo, de las pequeñas ciudades y aldeas. En este periodo se produjo un movimiento general en el campo hacia los latifundios, y que expulsó de la tierra a los pequeños campesinos, muchos de ellos endeudados. En esa época había un gran número de esclavos en Judea, que formaban parte de los ejércitos guerrilleros. También había un número creciente de jornaleros, que se mencionan a menudo en las parábolas del Evangelio. El exceso de mano de obra hacía que se emplearan normalmente de forma ocasional. Naturalmente, se produjo un desplazamiento del campo a las ciudades y un aumento del empleo en las pequeñas industrias artesanales.
Jesús y los apóstoles procedían de familias de artesanos; Jesús era carpintero y trabajaba con madera importada del Líbano y muchos de los apóstoles eran pescadores y poseían sus propios barcos. Sabemos por otras fuentes que la industria pesquera era próspera en Galilea en aquella época y que se invertía en encurtidos para la exportación de pescado. Jesús no procedía de las masas, que o bien vivían de la caridad -había un eficaz sistema de reparto- o bien eran jornaleros o esclavos. Tampoco, por supuesto, procedía de la casta sacerdotal o de un rico entorno empresarial o terrateniente. Era un pequeño burgués.
Secuestros y asesinatos
A lo largo de este periodo, la clase dirigente se vio cada vez más comprometida con los romanos. Era el procurador romano el que nombraba al sumo sacerdote, lo que solía ser objeto de soborno. A cambio, el Sumo Sacerdote actuaba como un Quisling, manteniendo la ley y el orden en Jerusalén, una zona sensible para los romanos, con su propia policía del Templo, que entregaba a los alborotadores para ser juzgados. Pero al mismo tiempo, el Templo y su Sumo Sacerdote eran los principales símbolos de la conciencia nacional. Al final, los sentimientos de clase acabaron por salir a la luz. Los zelotes secuestraron a un funcionario del Templo y, al igual que los tupamaros, pidieron un rescate por la liberación de los presos políticos. Se intensificaron los asesinatos de colaboracionistas, hasta que se abatió también a un Sumo Sacerdote.
Cuando, en los años sesenta, conró impulso la resistencia, las circunstancias económicas eran especialmente problemáticas. Durante años, las ampliaciones del Templo habían proporcionado empleo en Jerusalén y éstas se interrumpieron repentinamente. Tras los disturbios, el programa se puso de nuevo en marcha en forma de pavimentación de las calles de la ciudad. Al mismo tiempo, se denunció que las familias de los sumos sacerdotes, que se habían dotado de bandas armadas, merodeaban por el campo con la extorsión de «diezmos» a los que no tenían derecho. Los asuntos llegaron a un punto crítico en el año 66 d.C. cuando, tras un enorme boicot fiscal, el procurador romano saqueó el tesoro del Templo para compensar el déficit. Inmediatamente se produjo un levantamiento zelote. Se retiró el contingente principal de los romanos y el remanente que quedó fue masacrado. Uno de los primeros actos del régimen zelote fue destruir el registro de deudas, liberando a las masas de las garras de prestamistas y terratenientes. Se eligió un nuevo Sumo Sacerdote por sorteo, que recayó en un campesino, miembro empobrecido de la casta sacerdotal, un acto considerado escandaloso en opinión de la clase dominante.
La izquierda queda aislada
Durante los cuatro años que transcurrieron entre el 66 y el 70 d.C. se libró una guerra en toda regla. Toda una fuerza expedicionaria romana, compuesta por dos legiones y varios miles de auxiliares, quedó aniquilada. Los romanos perdieron más de 5.000 infantes y 480 jinetes. Esta victoria condujo a la creación de un Gobierno nacional, que representaba a todas las facciones de la opinión religiosa, tanto de los saduceos como de los fariseos, e incluso de los esenios, el grupo monástico que elaboró los Manuscritos del Mar Muerto. Los zelotes se opusieron a este Gobierno, que consideraban clasista y potencialmente colaboracionista. Llevaban mucha razón.
El comandante judío de Galilea, Josefo, que era fariseo, pasó más tiempo hostigando a los zelotes que preparando las defensas contra Roma. Cuando llegaron los romanos, bajo el mando de Vespasiano, capituló en el acto y se convirtió en abierto colaboracionista. Más tarde escribiría una historia de los acontecimientos para justificar su papel de absoluto traidor. La espina dorsal de la resistencia estuvo en todo momento dirigida por los zelotes, que lucharon hasta el final en Jerusalén y luego en la fortaleza de la montaña de Masada. Cuando los romanos tomaron Jerusalén en el año 70, bajo el mando de Tito, cientos de miles de personas fueron masacradas y la ciudad quedó arrasada. Josefo cuenta que en un momento dado los romanos se quedaron sin madera para las cruces y, cuando tuvieron suficiente, tuvieron que buscar espacios vacíos para colocar más cruces. En este contexto es en el que hay que contemplar la crucifixión de Jesús y la escritura de los Evangelios.
¿Dónde se situaba Jesús?
Apenas se puede creer que fuera tan ajeno a lo que ocurría a su alrededor como hacen creer los autores de los Evangelios. Las represalias romanas debieron golpear a las familias de los judíos conocidos por él en la zona. Uno de los propios discípulos de Jesús, uno de los Doce, era Simón el Zelote, que presumiblemente participó en uno de los levantamientos.
Al leer los Evangelios, la imagen que se presenta en general es la de un colaborador pasivo. Aunque Jesús fue condenado y ejecutado por Poncio Pilatos, se hace todo lo posible para eximirle de cualquier responsabilidad real. La crucifixión no era un método de ejecución judío. Era el castigo romano para los crímenes políticos. Espartaco, por ejemplo, fue crucificado. Mientras que los judíos se hacían responsables de los delitos ordinarios y de las ofensas religiosas, los crímenes políticos eran responsabilidad de Pilatos. Sin embargo, los Evangelios afirman que Pilatos se lavó las manos en el asunto, protestó por la inocencia de Jesús, no pudo ver nada malo en él y sólo fue presionado para crucificarlo por el Sumo Sacerdote y su grupo de presión.
El propio Jesús es representado bajo una luz pro-romana. Por ejemplo, se le describe como amigo de los recaudadores de impuestos y de los colaboracionistas. Cura al hijo de un centurión romano. Aconseja, no simplemente seguir la autoridad de Roma bajo coacción, sino llegar al doble de lo requerido. Y, por supuesto, el incidente más importante relatado se refiere al pago de impuestos. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En los Evangelios, esto se presenta como una respuesta particularmente astuta que burló a los fariseos que la demandaron. En realidad, no es en absoluto equívoca. Apoya claramente el pago de impuestos a Roma. La cuestión de los impuestos era el tema candente de la época. En esta cuestión, Jesús adoptó una postura pro-romana y apoyó las reivindicaciones del poder imperial.
Mantener a Jesús alejado del judaísmo
La contrapartida de esta actitud pro-romana de los Evangelios es la persistente denigración de los fariseos. Los zelotes, como tales, no juegan ningún papel en la historia del Evangelio. Simplemente quedan suprimidos verbalmente, igual que los romanos los suprimieron militarmente. Pero los fariseos están en primer plano. Se les utiliza como hombres de paja que le suministran a Jesús las líneas que le permiten marcarse un tanto. El propósito de esto, en lo que respecta a los Evangelios, es claramente distinguir a Jesús y a la comunidad cristiana de los judíos y de la causa judía. En casi todos los casos, se subraya el desacuerdo con el judaísmo, para poder distanciar a Jesús de su propio pueblo. Historias como la del Buen Samaritano se promueven en buena medida con el mismo fin.
Varios estudiosos han intentado rescatar a Jesús de esta presentación prorromana, especialmente en los últimos años, cuando, después de Auschwitz y Belsen, los comentaristas del Evangelio se han sensibilizado por fin respecto a su sesgo antijudío. En particular, se ha repasado con detalle el episodio del juicio de Jesús y se ha admitido que fue Roma, y no el Sumo Sacerdote, la responsable de su ejecución como delincuente político.
Pilatos no era un administrador débil que permitiera que el grupo de cabilderos del Sumo Sacerdote le presionara en contra de su buen juicio.
Sentimiento pacifista
Esta línea de razonamiento ha llevado a algunos autores a llegar a afirmar que Jesús era en realidad pro-zelota y simpatizante de la lucha armada. Esta interpretación implica descartar las grandes dosis de sentimiento pacifista que pueblan los Evangelios, ya que no son más que ejercicios de relaciones públicas posteriores a la caída de Jerusalén, introducidos por los evangelistas aduladores, deseosos de no molestar a Roma. Por el contrario, se destacan episodios como la expulsión de los cambistas del Templo y el hecho de que Jesús fue detenido por una patrulla armada y uno de sus discípulos sacó su espada y se resistió al arresto. De hecho, Lucas describe cómo, al parecer, Jesús instruyó a sus discípulos para que compraran espadas justo antes de su detención, aunque rápidamente añade que con dos sería suficiente.
Es cierto que hay retazos de material antirromano en los Evangelios que pueden acercarse más a la actitud de Jesús, o al menos de los primeros seguidores, que los autores de los Evangelios. Así, por ejemplo, la historia de los cerdos gadarenos parece tener un toque antiimperialista oculto. Jesús exorciza a un demonio maligno, al que llaman «Legión», y el demonio entra en una piara de cerdos que se precipitan por un acantilado. Las tropas de ocupación romanas eran conocidas como «cerdos» por los judíos, así que la moraleja resulta bastante clara. Pero, a la inversa, hay una clara corriente de sentimiento antitemplario en la predicación de Jesús. Critica una serie de instituciones del Templo, especialmente las financieras, y más de una vez critica las diversas formas en que el Templo ganaba dinero: donaciones, impuestos, transacciones comerciales, etc.
Por encima de todo, Jesús no preconiza en absoluto la resistencia violenta a los romanos, sino que cree que es necesario un cambio espiritual para preparar la llegada del Reino. Concibió este cambio de una manera que lo enfrentó a los fariseos, porque era un antitradicionalista en su actitud hacia la ley religiosa judía. Éticamente, era un purista, pero no de forma legalista. A juzgar por sus numerosas parábolas sobre las viñas, los trabajadores y los labradores, estaba plenamente satisfecho con las relaciones de producción existentes, incluida la esclavitud, y la estructura económica general, aunque desconfiaba de los ricos. Parece que consideraba que el Templo no debía ser en modo alguno una institución secular, ni comercial ni políticamente.
Jesús no es subversivo
En sí misma, la predicación de Jesús tenía poco de subversiva y, en este sentido, los autores de los Evangelios tenían razón al presentarlo como un colaborador pasivo. Pero su destino quedó sellado cuando empezó a atraer multitudes, en parte por sus prodigios de curación, en parte porque era un orador convincente. Los Evangelios cuentan varias veces cómo intentó alejarse de las multitudes y darles esquinazo, ansioso por lo que pudiera resultar de ello, como no podía ser de otra manera.
El último acto oficial de Poncio Pilatos, por ejemplo, en el año 36 d.C., sólo dos o tres años después de la ejecución de Jesús, fue masacrar a una multitud de samaritanos que esperaban una revelación en su Montaña Sagrada. Cualquiera que reuniera grandes multitudes corría el riesgo de ser detenido en su camino por razones políticas. En Roma, la carrera de las estrellas del deporte y del teatro se interrumpía bruscamente cuando empezaban a ganar seguidores demasiado ruidosos o demostrativos.
Religiones de los oprimidos
Es bastante habitual que surjan movimientos religiosos mesiánicos y proféticos en tiempos de agitación política. Se puede comparar a Jesús con los nuevos movimientos que surgieron como parte de la respuesta al avance del imperialismo europeo: el peyotismo y la danza de los fantasmas entre los indígenas norteamericanos, el Ringatū entre los maoríes, el Hòa Hảo en Vietnam. Estos movimientos intentan salir de los confines de una situación histórica aparentemente desesperada, haciendo hincapié en el glorioso papel ultramundano para los seguidores de su profeta. En una época de agitación política, parecen peligrosos para las autoridades, ansiosas de suprimir todo lo que pueda convertirse en amenaza, generalmente cínicas e ignorantes, e inclinadas a pecar de despiadadas en lugar de misericordiosas. Se les reprime y, si se dan las circunstancias, surge un nuevo culto basado en el prestigio del martirio.
Un hombre en medio
La verdadera fuerza de la predicación de Jesús radica en su capacidad de responder al conflicto sin dejarse arrastrar por él. Era un hombre enmedio. No sólo estaba en medio de un conflicto de clases, sino de una lucha de liberación nacional. Era capaz de encontrar algo que decir que tuviera sentido para todo tipo de personas sin caer nunca de un lado u otro. Esta sigue siendo su fuerza. Los descontentos, los desafectos, los desdichados de la tierra podían responderle. También los recaudadores de impuestos y los soldados romanos. Eso se debía en parte a que prefería expresarse en forma de acertijos y parábolas, y contar historias en lugar de hacer declaraciones. Pero se debía también en parte a su talento para dar con un acento de verdad, para las palabras que sonaban bien, que empujaban a todos un poco más allá. Caminaba por una cuerda floja verbal que iba tejiendo sobre la marcha. Y siempre podía respaldarla con una cita. Precisamente porque tenía esa capacidad de conciliar aspiraciones contradictorias, parecía a veces subversivo. Pero, a la larga, todo lo que encubre las contradicciones apelando a ambas partes favorece siempre a los que están en el poder, y el cristianismo sigue en ello.
Este artículo vio la luz en el semanario de izquierda 7 Days, una publicación desgajada de Black Dwarf que apareció entre octubre de 1971 y marzo de 1972; se encuentra disponible en el archivo de la Red del Amiel Melburn Trust bajo licencia de Creative Commons.