Periodistas Unidos. Ciudad de México. 18 de junio de 2021.- El pasado 12 de junio, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que “cuando se llega al gobierno se tiene que gobernar para todos… No se puede llegar y gobernar nada más para un partido. Eso es faccioso, ¿y qué es ser faccioso? Pues es ocuparse nada más de un grupo, de una parte, y así es un partido”.
Con su conocida propensión didáctica, el mandatario agregó que “gobierno es todos, sean del partido que sean. Ésa es la democracia. Puede haber diferencias, y acaban de pasar las campañas y hubo elecciones, pero una vez que ya se constituye el gobierno, se tiene que atender a todos”.
Pues sí, pocas de sus declaraciones han podido concitar una aprobación generalizada como seguramente la ha ganado ésta que citamos y que fue hecha en San Vicente Coatlán, Oaxaca, estado que gobierna Alejandro Murat Hinojosa, un priista con el cual AMLO mantiene una muy buena y constructiva relación.
Lo dicho por el Presidente supondría que tal enunciado guía los dichos y los hechos de su gestión. Lamentablemente no es así, como lo prueba su reiteradísima descalificación de quienes no votaron por Morena en la mitad poniente de la Ciudad de México, a los que tildó de “ladinos y racistas” y reprobó que vayan “a la iglesia todos los domingos o a los templos”, lo que dista de ser cierto por la declinación de las prácticas religiosas, aunque no necesariamente de la religiosidad, que es otra cosa.
Calificó de manipulables a esos votantes, “gente que fue víctima de un manejo informativo perverso, tendencioso, calumnioso, inmoral y, además, tóxico”. Para el jefe del Estado mexicano, quienes han obtenido licenciaturas, maestrías o doctorados son reprobables porque lo que quieren es “triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta”.
La injusta diatriba presidencial hizo tabla rasa con quienes habitan la mitad oeste de la Ciudad de México y la zona conurbada. Puede haber ladinos y racistas, como los hay en el este de la Zona Metropolitana, pero de ninguna manera puede llamarse de tal modo a la mayoría. Tampoco se puede estar de acuerdo con AMLO en que estar informado por algo que no sea la mañanera o aspirar a una vida mejor es reprobable, menos aun si su conquista requiere un esfuerzo que ha de mantenerse durante muchos años para lograr licenciaturas, maestrías y doctorados. Si eso es “triunfar a toda costa, salir adelante”, pues ojalá todos los mexicanos tuvieran esa aspiración y la tenacidad para lograrlo.
Una muestra de ese ánimo rijoso fue lanzarse contra el Poder Judicial, en el que, según el hombre de Macuspana, predomina “la defensoría de los intereses creados”, cuando lo cierto es que son casos muy localizados. Agregó el Ejecutivo una gravísima acusación, pues dijo que en la Suprema Corte los “ministros íntegros son pocos”, una minoría a la que no pertenece Arturo Zaldívar, el hasta ahora beneficiario de una reforma anticonstitucional que no ha rechazado.
La publicación de The New York Times sobre el accidente de la Línea 12 del Metro volvió a dar pretexto al mandatario para atacar a la prensa que no le es perrunamente fiel. Dijo que los medios pretenden poner a pelear a Marcelo Ebrard con Claudia Sheinbaum, como si no fuera pública y notoria su mutua animadversión, pues están en la disputa por la sucesión presidencial y en esa guerra no se levanta a los heridos ni se toman prisioneros.
En espera del dictamen sobre lo ocurrido en el desastre de la Línea 12, AMLO ya se previno por si quedan fuera de combate sus dos favoritos y abrió el abanico a otros suspirantes (Tatiana Clouthier, Juan Ramón de la Fuente y hasta Esteban Moctezuma), entre los cuales no incluyó a Ricardo Monreal, pese a que está en la pelea. En fin, que el hombre que “gobierna para todos” cada día opta por excluir a muchos, hasta a los de su propio entorno.
No hay coincidencia entre las palabras y los hechos.