Guerra total contra las “hordas niponas” a 75 años de Hiroshima y Nagasaki (Parte II)

Foto: Hiroshima Peace Memorial Museum

Por Jurgis R.

“Las dos naciones [Estados Unidos e Inglaterra] que presumen ser las más ilustradas y humanas del planeta… emplearon las armas atómicas contra un enemigo que se hallaba, en esencia, derrotado”, Robert Oppenheimer (padrino de la bomba atómica y físico encargado del Proyecto Manhattan).

Periodistas Unidos. 06 de agosto de 2020.- En el año nuevo de 1936 el ejército fascista de Benito Mussolini bombardeó Etiopía (invadida en 1935). Uno de sus objetivos fue el hospital sueco de la Cruz Roja, cuya identificación era evidente. Durante la “liberación” de Etiopía, Bruno Mussolini (hijo del il Duce), piloto de la fuerza aérea italiana afirmó: “Fue divertidísimo…Cuando el portabombas quedó vacío, empecé a lanzar otras a mano… Fue muy entretenido”.

Un año después, otro “acto de liberación” ocurrió en plena Guerra Civil española, cuando el ejército de Francisco Franco atacó el poblado de Guernica, asesinando a la población civil e intentado aniquilar la moral de los “rojos” (los republicanos y sus partisanos).

Ese tipo de ataques lo resume un texto de Ernest Hemingway de 1938: “Ves a niños asesinados con sus piernas y brazos retorcidos. Ves a mujeres muriendo por una conmoción cerebral, sus rostros grises con una sustancia verdusca saliendo de sus bocas […]. A veces los ves reventados caprichosamente en múltiples fragmentos […]. Ves el torso de [una mujer] lanzado hacia una pared, la sangre se impregna con tanta fuerza que es imposible limpiarla […] Cuando bombardean así a multitudes reunidas es un [vil] asesinato.[i] 

¿Qué tienen que ver esos hechos con Hiroshima y Nagasaki? Las bombas detonadas en esas ciudades fueron el perfeccionamiento de lo anterior, pues tuvieron en sus genes el exterminio total del enemigo, algo característico de las guerras del siglo XX, cuya misión no era acabar con las fuerzas armadas enemigas, sino con la población civil, los no combatientes.

Tasaka Hajime: “Una madre pide agua desesperadamente para su hijo, ambos quemados y con la piel colgando” consecuencia de las quemaduras producidas por la bomba atómica en Hiroshima.

¿Cuántas personas asesinadas en la Segunda Guerra Mundial eran civiles? No se sabrá jamás, pero es evidente que, de los aproximadamente 50 millones de cadáveres, la gran mayoría no eran soldados, sino profesores, amas de casa, maquiladores, campesinos, trabajadores, estudiantes, niños…  

En su mayoría, esa era el tipo de personas que fue desintegrada y carbonizada el 6 y 9 de agosto de 1945 —se dice que solo el 10% del número de víctimas era militar o combatiente—, claro que en la lógica de los aliados (principalmente de Estados Unidos), todos ellos formaban parte de las hordas niponas, fieles servidores del emperador Hirohito y potenciales atacantes del mundo civilizado que debían ser exterminados cuando antes.

Pero no vayamos tan rápido, ¿cuál fue el motivo de asesinar sin piedad a los japoneses? Por qué el “placer de ahogar y quemar a esos simios brutales del Pacífico”, en palabras del almirante estadounidense William Halsey. La respuesta, dirían los expertos, está en los ataques sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, “el día de la infamia” (The Washington Post), cuando un país “pacífico y neutral” fue atacado.

El “origen del mal” se identificó desde que Japón ocupó Manchuria en 1931 bajo la Doctrina Monroe Asiática. Esa nación imperial atacó a Estados Unidos, o como afirmara Los Angeles Times: [Japón realizó un] “acto propio de un perro rabioso”.  

El ataque sobre Pearl Harbor no fue la “idiotez estratégica” japonesa —según historiador Samuel Eliot Morison—, sino la entrada perfecta de Estados Unidos a la guerra. El Daily News lo dejó muy claro: “No puede ser de otro modo: una vez más, vamos a ser un pueblo firmemente unido con la única determinación: la de conservar nuestras libertades mediante la total derrota de nuestros enemigos”.

Propaganda a parte, Pearl Harbor fue consecuencia directa del embargo y congelación de activos (hierro y petróleo) por parte de EUA hacia Japón, acciones que obviamente desencadenarían un conflicto.

Del embargo y afectaciones a los activos japoneses en una época de gran tensión geopolítica (como hoy) o de las tasas impositivas en la Conferencia de Ottawa en 1932 por parte del imperio británico —donde se impusieron restricciones a Japón en el “libre mercado” tan pregonado en nuestros días— no se hizo mención alguna en el Washington Post o en el New York Times, ni tampoco en los libros de historia oficial o en la maquinaria hollywoodense.

Menos mencionada fue la orden del presidente Truman en 1945 para lanzar bombas incendiarias —inaugurando el uso del napalm— sobre sesenta y cuatro ciudades densamente pobladas de Japón, donde se estima que asesinaron a un millón de japoneses, la gran mayoría población civil,[ii] un genocidio en tiempo récord que quizá no tenga precedentes en la historia de la humanidad.[iii]

Tras el bombardeo sobre Tokio, el New York Times se jactaba en sus encabezados “que [afortunadamente] se cree que un millón de japoneses [civiles] ha perdido la vida debido a los incendios […]. Es posible que haya muerto un millón de súbditos del emperador e incluso el doble”.[iv] La total indiferencia y deshumanización del renombrado periódico entró en la lógica militar, donde el objetivo de incinerar a tal cantidad de japoneses era la “guerra total y psicológica” para acabar con la moral nipona.

Terrorismo puro que se definió en los manuales de guerra de Estados Unidos como terror bombing o simplemente como labores de quema. “No dudaremos en bombardear población civil”, había dicho George Marshall, Jefe de Estado Mayor. “Murieron [más de cien mil nipones] achicharrados, hervidos o cocidos”,[v] afirmó orgullosamente el general estadounidense LeMay después de la incineración de Tokio.

A principios de agosto de 1945, en Japón había pocas ciudades importantes que no fueron calcinadas ni devastadas por los ataques estadounidenses, dos de ellas eran Hiroshima y Nagasaki, ciudades (y población civil) que “sirvieron de prueba” para la detonación de una bomba de uranio (Little Boy)  y otra de plutonio (Fatman). 

Sobre este genocidio podemos resumir lo siguiente:

1.    Uso de la bomba atómica con el único fin de infundir terror y eliminar “la moral del enemigo”. Las bombas atómicas en Japón alcanzaron el mayor refinamiento para aniquilar personas civiles en zonas altamente pobladas de manera indiscriminada, una hazaña jamás realizada, ni siquiera por el ejército fascista de Mussolini ni tampoco por Hitler.  Little Boy y Fatman fueron el perfeccionamiento, la excelsitud y el summum de lo que se conoce como “guerra total” y “guerra psicológica”. 

2.    Poder y monopolio efímero del arma más devastadora sobre la tierra en manos de Estados Unidos (EUA).  Fue evidente que las bombas lanzadas por EUA fueron una advertencia para sus futuros enemigos, un aviso que más o menos dijo lo siguiente: tengo el monopolio de la bomba atómica, que funciona según las leyes del universo. La puedo utilizar en cualquier momento y contra quien se interponga en mi camino.

3.    Preludio de la Guerra Nuclear e inicio de la Guerra Fría.  ¿Alguien en sus cinco sentidos pensó que un genocida como Joseph Stalin se quedaría de brazos cruzados en el Kremlin, observando el desarrollo del mundo sin la dictadura del “proletariado”? Este sujeto y otros como Mao Tse Tung no descansaron hasta obtener su propia bomba atómica. Estados Unidos ganó la guerra, demostrando un poder sin precedentes, pero abrió la caja de pandora: una geopolítica nuclear-militar sin retorno.

Parecería exagerado recordar Hiroshima y Nagasaki. Olvidar y perdonar dirían algunos, sin mencionar que ningún presidente estadounidense ha pedido perdón u ofrecido disculpas por el genocidio. Por el contrario, hay quienes agradecen la guerra por haber mejorado y revolucionado los avances técnicos, específicamente por haber hecho posible la fisión nuclear. Bien, pues admitámoslo:

Sin la Segunda Guerra Mundial no hubieran existido los grandes avances en ciencia y tecnología. No hubiesen existido el radar, los vuelos comerciales, las telecomunicaciones, el internet, etcétera. Gracias a esa guerra, la humanidad inventó la bomba atómica, capaz de mandar al carajo todos los “avances” habidos y por haber, además de hacer posible el exterminio de la vida en cuestión de segundos. Bendita guerra que nos ha permitido semejante avance.

Arriba: Zonas Cero de Hiroshima y Nagasaki. Parte inferior, niña anclada al símbolo radiactivo (recuperada de su autor: 281_Anti nuke), lo cual representa no solo la trágica historia del Sol Naciente, sino el peligro de la contaminación radioactiva.

[i] Herbert Mitgang. Article Hemingway Wrote for Pravda in ’38 Is Published in English. New York Times. 29 de noviembre de 1982.

[ii] Dower John. Culturas de Guerra. Pearl Harbor, Hiroshima, 11S, Irak. Pasado & Presente. Barcelona, 2012, pp. 229, 615, 616. Algunos cálculos sobre las víctimas en Japón estiman que hubo alrededor de un millón 300 mil víctimas (incluyendo las bombas atómicas), de las cuales, 900 mil fueron mortales. Ver USSBS, Summary report (Pacific war). 1 de julio 1946, p. 20; USSBS (Morale Division). The effects of strategic bombing on Japanese morale. Julio de 1947, pp. 1-2, 194-195.

[iii] Schlosser Eric. The growing Dangers of the new nuclear-arms race. The New Yorker.  24 de mayo de 2018. https://www.newyorker.com/news/news-desk/the-growing-dangers-of-the-new-nuclear-arms-race. Consultado en agosto de 2018.

[iv] New York Times, 30 de mayo de 1945. Dower, 2012, op. cit., pp. 256-258. Aunque la cifra sobre personas carbonizadas en Tokio estaba exagerada por el NYT, no deja de ser revelador la naturalidad sobre el beneplácito para asesinar a tal cantidad de personas en cuestión de horas. ¿Afirmaría lo mismo el NYT, si el genocidio hubiese sido contra población europea o estadounidense? Obviamente no.

[v] Craven, W. F., & Cate, J. L. (1948). The Army Air Forces in World War II: The Pacific, Matterhorn to Nagasaki, June 1944 to August 1945 (Vol. 5). Office of Air Force History, pp. 614-617. Curtis E, LeMay y MacKinlay Kantor. Mission with LeMay: my story. Doubleday. 1965, p.387. Dower, 2012, op. cit., pp.256, 257, 619.

1984.jurgisrudkus@gmail.com

3 Comentarios
  1. Osbelia Santiago dice

    Al leer este artículo las 2 referencias inmediatas que me surgen son : el libro de «la tumba de las luciérnagas» de Akiyuki Nosaka (obviamente incluyo la película de estudio Ghibli) y la historia trágica de Sadako Sasaki (niña que sufrió los estragos de la bomba nuclear y de la cual se erigió una estatua suya en el parque memorial de la paz en Hiroshima).
    Si bien ambos ejemplos pudieran no tener una fuerza histórica o política, me parecen que retratan perfectamente el dolor físico y emocional inflingio a un sector especifico, así como las secuelas a largo plazo que la sociedad tuvo que afrontar. Tuvieron que pasar 25 años después de el ataque de las bombas para que se firmará un tratado en contra de su uso, pero este acuerdo no repara, no cura, no devuelve y siendo sinceros tampoco impide que se siga trabajando o en un futuro emplea do contra la población en armas (obviamente más dañinas) nucleares

    1. Jurgis R. dice

      Las dos referencias que comentas son importantes, y para muchos que nacimos en el siglo XX pero sin (afortunadamente) la vivencia de la Segunda Guerra Mundial (y desde un país como México) son una referencia histórica necesaria. Creo que es importante tener presente toda la información sobre la realidad y los peligros que representan las armas nucleares. Otra película que va de la mano con las que nos recomiendas, es Hadashi no Gen de Keiji Nakazawa, una autobiografía que también está en historieta.

  2. Osbelia Santiago dice

    «Escribiré paz en tus alas y volaras por todo el mundo»
    Sadako Sasaki

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