Por Teresa Gurza.
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 15 de agosto de 2024.- Este 23 de julio se celebró el Día de Ballenas y Delfines, dos de mis animales favoritos.
Fue instaurado desde 1986, cuando la Comisión Ballenera Internacional (CBI) decidió proclamarlo como Día Mundial Contra la Caza de Ballenas para difundir la belleza e importancia de estos animales marinos y frenar su asesinato.
Pero han transcurrido 38 años y países como Japón, Islandia y Noruega, persisten en matarlos.
Japón asegura que los caza con fines científicos, pero no ha podido comprobarlo y hay videos de barcos suyos masacrando en alta mar bancos de delfines; y con apoyo oficial, los pescadores de Tiji realizan anualmente su famosa matanza de estos seres alegres y curiosos.
Islandia permitió este año a una sola empresa, cazar 128 ballenas; sin que importara a sus autoridades, el dolor de sus largas agonías.
Los primeros intentos para controlar su caza se hicieron antes de la Segunda Guerra Mundial y obedecieron al interés de los comerciantes; al disminuir su número, peligraba su negocio.
Y fue hasta 1972, cuando la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, vetó su caza durante diez años.
Como sirvió de muy poco, en 1986 la Comisión Ballenera Internacional la prohibió totalmente; prohibición que, repito, violan Japón, Islandia y Noruega.
He tenido la suerte de haber visto y oído ballenas en Acapulco, Cabo San Lucas, Mar de Cortés, la argentina Península de Valdés y la chilena ciudad de Valdivia; donde el capitán del barco avisó que viéramos como decenas de delfines recibían con aplausos a dos o tres ballenas que cantaban y brincaban.
Y hay pocas experiencias comparables, a la maravilla de nadar entre delfines o subirse en sus lomos dejándose llevar por ellos.
¿Sabían ustedes, que las mamás delfines hablan chiqueadito a sus crías?
Lo afirma un estudio publicado no hace mucho en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, que asienta que las hembras de los delfines nariz de botella, cambian de tono al comunicarse con sus bebés; tal como hacen las mamás humanas.
Durante años, investigadores de varios países grabaron los “silbidos distintivos” de 19 madres delfines cuando nadaban la península de Saratosa de Florida con sus crías o con adultos.
Estos “silbidos distintivos” son como indica su nombre, señales únicas que equivalen a nuestras firmas y mediante ellos informan al resto aquí ando, aquí ando, señaló la coautora del estudio Laela Sayigh, bióloga marina de la Institución Oceanográfica Woods Hole de Massachusetts.
Y agregó, que cuando se dirigen a sus bebés, los silbidos son más agudos y mayor el rango de tonos.
Por su lado el biólogo Peter Tyack, de la universidad escocesa St. Andrews y coautor del estudio, precisó que durante más de 30 años les colocaron micrófonos especiales y tuvieron la suerte de comprobar los cambios de lenguaje.
Y aunque no tomó parte en el experimento, el biólogo marino Mauricio Cantor, de la Universidad Estatal de Oregon, recalcó su importancia al decir que “logró una información sin precedentes y absolutamente fantástica, que debe reconocerse como un gran esfuerzo de investigación”.
No se sabe bien a bien la razón para que personas, delfines y hembras de los macacos Rhesus y pinzones mandarines, entre otros animales, utilicen un lenguaje distinto al dirigirse a bebés.
Aunque se especula, que tal vez ayude a que aprendan nuevos sonidos; porque escuchan con más atención a una voz con mayor rango de tonos.
“Para una cría de cualquier especie, indicó Janet Mann bióloga marina en la Universidad de Georgetown, es muy importante saber que su mamá le está hablando a ella y no sólo anunciando su presencia al grupo”.
Y son también de la mayor importancia, los beneficios que estos mamíferos acuáticos prestan a la humanidad.
Se sabe que muestras de pocos centímetros tomadas de su piel estando vivas, con pequeños arpones que no las lastiman, aportan claves sobre su salud y los procesos naturales que nos permiten tener aire fresco, comida y agua limpia.
Y ya he contado aquí, que los cuerpos de ballenas muertas de forma natural en la Antártida, ayudan a limpiar el mar de todo el mundo.
Aparte de la caza que las tiene en peligro de extinción, las perjudica el cambio climático, porque interfiere en su procreación, tamaño, descendencia, salud y el krill del que se alimentan.
Y también ahora, el turismo; que antes de 1980, era prácticamente inexistente en la Antártida y llega ya a alrededor de cien mil personas que además del ruido de los barcos en que se transportan, trasladan en su ropa y zapatos, semillas y microbios ajenos a esas latitudes y difíciles por tanto de asimilar y combatir.