Haití y la práctica filantrópica de Estados Unidos

Por Jurgis Rudkus

Periodistas Unidos. Estados Unidos. 28 de julio de 2021.- (Filántropo): Dícese de aquel cuya característica es su amor hacia los demás, que empeña su trabajo para el progreso y el bien de los otros de manera desinteresada.

Haití: Antes, el país más rico del hemisferio, joya de la corona francesa. País que producía y exportaba el azúcar, tabaco, ron, índigo y algodón, entre otros productos, que hicieron posible la riqueza de Francia y demás imperios; primer país independiente de América Latina, primera nación del mundo en abolir la esclavitud y primera nación dirigida por afrodescendientes. Actualmente, país representativo de la miseria.

El reciente asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse ha colocado nuevamente a Haití —aquel país olvidado de América y que de milagro sigue existiendo— en los titulares y columnas de los medios de comunicación masiva. En el caos que se vive, no faltan los izquierdistas —como la escritora haitiana Monique Clesca—  quienes critican y denuncian el apoyo ofrecido por Estados Unidos, país que respaldó al propio gobierno de Moïse cuando éste tuvo que reelegirse por el bien de la estabilidad regional. En ese sentido, no es secreto de nadie que una nueva afrenta a la estabilidad política de Haití está en curso, a menos, claro es, que reciba el apoyo necesario para mantener el orden.

Más denuncias han surgido en contra de Estados Unidos debido al apoyo brindado a Claude Joseph y posteriormente a Ariel Henry (actualmente primer ministro de Haití). Los críticos argumentan que la vida política de Haití y sus respectivos gobiernos están dominados por Washington, algo totalmente cierto, pues no hay mejor representante de la democracia y filantropía internacional.

Para muestra de lo anterior hay que hurgar tan solo un poco en la historia, pues la ayuda y apoyo desinteresado que ha ofrecido Joe Biden no es de hoy, sino de siglos atrás.

Estados Unidos ha mantenido, como en pocos lugares del mundo, una práctica solidaria con los gobiernos de Haití, práctica que merece ser recordada en honor de quienes dieron su vida por la civilización, el orden y progreso de América, pues como dice la vieja frase atribuida al presidente James Monroe: América para los americanos, entendido no en la visión totalitaria y socialista de Fidel Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa, Dilma Rousseff y Lula Da Silva, o en el pensamiento izquierdista de la teología de la liberación del sacerdote Jean-Bertrand Aristide —expresidente de Haití—, sino en la versión original: apoyar a los países de América.

Aunque hubo algunos tropiezos y fracasos, desde 1791, la joven nación estadounidense hizo valer su solidaridad internacional haciendo a un lado sus diferencias con el imperio francés. El objetivo de aquel primer acto diplomático fue mantener la estabilidad en las Antillas tras las revueltas independentistas de los jacobinos negros en Saint-Domingue —colonia francesa que incluía a Haití y República Dominicana—: El país de las barras y las estrellas envió nada menos que 750 mil dólares y algunas tropas como apoyo militar para los dirigentes franceses.[1]

El apoyo para recuperar Saint-Domingue de la barbarie negra no fue suficiente, por lo que tuvieron que intervenir tropas polacas, holandesas, alemanas y suizas enviadas por el mejor hijo de Francia: Napoleón Bonaparte, quien, en total, embarcó a 34 mil soldados con el fin de reinstaurar el orden —a través del Tratado de Amiens, donde legalmente los negros volvían a ser esclavos—.

La misión de los franceses fue imposible. Aquellos negros y su líder, Toussaint L’Ouverture, inspirados en el vudú y demás pensamientos primitivos, asesinaron casi completamente a las 34 mil tropas de Napoleón.  Por su puesto que, en la afrenta, hubo algunas bajas de los rebeldes; un tercio de la población haitiana —alrededor de 170 mil negros— fueron aniquilados por la armas de la libertad.[2]

Se intentó de todo contra los salvajes. Incluso el general de Napoleón, Pamphile de Lacroix, propuso la dura, pero convincente decisión de eliminar la totalidad de negros e importar carne fresca de África.[3] Sin embargo, la independencia de Haití a manos de aquellos “monos” —en palabras del coronel de la armada estadounidense, L. W. T. Waller y del New York Times— ocurrió en 1804.

Los jacobinos negros, cuyo único talento era ser “sementales en una subasta de esclavos en Nueva Orleáns” —según refirió el expresidente Franklin Delano Roosevelt en 1934 tras una visita que realizó en Haití—,[4] obtuvieron su independencia, no pudieron resistir al bloqueo comercial, que los obligó a aceptar las políticas económicas e ilustradas de Francia. Haití tuvo que pagar por su insolencia 90 millones de francos oro, los cuales fueron saldados hasta mediados del siglo XX —lo que se ha valorado aproximadamente en 40 mil millones de dólares—.[5]

Estados Unidos respaldó las políticas de libre comercio implantadas por Francia.  Como muestra de dicho respaldo, EUA no reconoció a Haití como país independiente sino hasta 1862, cuando vio en aquella isla de negros, el lugar perfecto para enviar a los esclavos libertos de los condados del sur y del resto de su territorio —tras la abolición de la esclavitud y la evidente derrota de los héroes confederados—.[6]

El siglo XVIII y XIX transcurrió con un Haití independiente y en caos permanente. Recordando al secretario de Estado de EUA, William Phillips: “qué se podía esperar de un pueblo inferior [el haitiano], incapaz de mantener el grado de civilización que dejaron los franceses o de desarrollar cualquier capacidad de autogobierno que los haga merecedores de respeto y confianza internacionales”.[7]

Por ello, la misión civilizadora de EUA no abdicó ante la barbarie, y durante 1849 y 1913, buques de la armada de Estados Unidos se internaron en aguas haitianas en 24 ocasiones con el fin de “proteger vidas y bienes norteamericanos”, así como para ejemplificar el libre comercio y la autodeterminación.

Pero fue hasta 1915 cuando por fin, y de manera desinteresada, el gobierno estadounidense afrontó el reto de abolir la tiranía y el caos en Haití, donde nuevamente una horda de negros tenía de cabeza al país tras el asesinato del presidente Vilbrun Guillaume Sam. En aquel año, el gobierno de Woodrow Wilson envió a los soldados de libertad para reinstaurar el orden. A partir de ese momento, la estabilidad reinó no sin el enorme gasto hecho por EUA para mantener a los marines estadounidenses ocupando el país.  Todo ese sacrificio por el bien de los necesitados.

Los marines se encargaron de la peligrosa y necesaria eliminación de los 15 mil  Cacos (rebeldes) y de su peligroso líder, Charlemagne Péralte, los cuales tuvieron que ser “cazados como cerdos”  — por negarse a ser civilizados—, según cuenta el mayor Smedley Butler. La lucha por la libertad rindió exitosos frutos ya que, el libre comercio reinó, y el Citibank como el mejor representante del progreso, multiplicó sus ganancias por los prestamos realizados a las empresas extrajeras encargadas de desarrollar a Haití.[8] Todo en beneficio de aquella raza de piel oscura, ausente de ingenio y autodeterminación.

Otro ejemplo de estabilidad en la región ocurrió en 1937. En un acuerdo bilateral, bajo la observación y aprobación de EUA, el gobierno dominicano de Leónidas Trujillo indemnizó a Haití con 522 mil dólares por un pequeño desliz de purificación racial, ya que su gobierno asesinó a machetazos entre 18 y 25 mil haitianos en los cañaverales de República Dominicana —hombres, mujeres y niños—. EUA celebró el acuerdo que respetó todos “los tratados y procedimientos interamericanos establecidos”, tan es así que, el secretario de Estado, Cordell Hull, afirmó que el presidente Trujillo “es uno de los hombres más grandes de América Central y de la mayor parte de Sudamérica”.[9]

A partir de 1934, con todo un historial de estabilidad en Haití debido a la intervención libertadora de EUA, hubo inconmensurables logros, sin embargo, Estados Unidos, que siempre ha respetado la soberanía de sus vecinos, tuvo que delegar el control de Haití a la Guardia Nacional —un grupo militar y patriota, encargado de mantener el orden—.

Antes de retirar a los soldados de la libertad, EUA, armó y compartió sus conocimientos con la Guardia Nacional haitiana para no errar el rumbo del progreso. Quizá por ello surgió uno de los mejores defensores de la civilización en el Caribe: la familia Duvalier —Papa Doc y Baby Doc— y sus Tontons Macoutes.

Además de paz y progreso, durante el gobierno de los Duvalier casi nadie recuerda que el número de empresas estadounidenses instaladas Haití, pasó de 13 en 1960, a 154 en 1981. La victoria del mundo libre y el dinamismo económico fue tal que, en el éxtasis de la riqueza, la familia Duvalier pudo ganar, con el sudor de su frente, al menos 900 millones de dólares.[10]

Aquel milagro de la economía —donde la riqueza de los gobernantes y de la clase decente se desbordaba— abarcó desde 1957 hasta 1986. Durante ese tiempo, del gobierno Duvalierista tuvo que enfrentar el hostigamiento de los rojos —socialistas, anarquistas y comunistas—, quienes como es costumbre, siempre han puesto en caos al país.

Sin embargo, la lucha por el orden  incluye  uno de los mejores decretos del presidente vitalicio François Duvalier en 1969, el cual decía: “Serán condenados a muerte los autores y cómplices de estos crímenes —actividades comunistas o anarquistas, verbal o escrita; propagación de dichas doctrinas a través de conferencias, discursos, conversaciones, lecturas, folletos, libros, periódicos, carteles, diarios e imágenes—. Sus bienes muebles e inmuebles serán confiscados y vendidos en beneficio del Estado”.[11]

Ese acto de purificación política y social ha sido un elemento indispensable en la instauración de la democracia en América Latina, aunque por supuesto, no hubiese ocurrido sin el imprescindible respaldo del campeón de la libertad y los derechos humanos: Estados Unidos, que por décadas se ha esforzado por hacer de Haití, el Taiwán de América Latina o, como diría la administración Reagan, por impulsar el “desarrollo democrático” y el  “alentador paso adelante” de 1985, cuando Baby Doc fue nombrado presidente vitalicio y árbitro supremo de la nación.

Durante la década de los 80’s para la gran mayoría de los intelectuales y medios de comunicación, no es entendible que, en aquel paraíso caribeño, hayan solicitado asilo político en EUA más de 24 mil haitianos. A excepción de 11 personas, al resto se les deportó para que siguieran disfrutando del mundo libre, construido arduamente por el gobierno de los Duvalier, el Fondo Monetario Internacional y las empresas estadounidenses.

En comparación, es totalmente lógico, que, en esa misma década, 75 mil cubanos solicitantes de asilo, todos fueran admitidos de inmediato, pues en Cuba existía —y sigue existiendo según han comprobado los medios de comunicación y el gobierno de los EUA— una dictadura de terror —solo comparable con los nazis—, que no ha cesado en exterminar vidas inocentes ni ha dejado de mancillar los derechos humanos del pueblo cubano.

Volviendo a Haití, a inicios de los 90’s, un nuevo obstáculo para la estabilidad se personificó en Jean-Bertrand Aristide, quien una vez presidente, insultó vilmente a Francia al preguntar: ¿no será el momento de que Francia compense a Haití por la indemnización que tuvo que hacer después de independizarse? Afortunadamente, tan reaccionario  personaje duró siete meses en la presidencia.

Pocos pueden negar que Aristide llegó por el voto popular, a la vez que su política nacionalista y populista fue un atentado para el desarrollo construido durante el siglo XX. Eso lo entendieron perfectamente los militares patrióticos de Haití que derrocaron al gobierno socialista en 1991.

Los militares, encabezados por el líder patriota Emmanuel Constant, fueron injustamente denunciados. Sobre su gobierno se impuso un bloqueo comercial por parte de la Organización de Estados Americanos (OEA). Pero pudieron resistir gracias a las agallas de los gobiernos de Bush padre y Bill Clinton, quienes rompieron el bloqueo para mantener el comercio y proporcionar asesoría e hidrocarburos —a través de la empresa Texaco—, indispensable para la economía haitiana.

En otro acto de intervención generosa —tomando los comentarios del New York Times— por parte de EUA, en 1994, ante 20 mil tropas estadounidenses instaladas en Haití para mantener el orden, Aristide regresó a la presidencia, no sin antes haberse afianzado el FRAPH (Frente para el Avance y el Progreso de Haití, por sus siglas en inglés), un grupo heroico apoyado por la Agencia Central de Inteligencia de EUA encargado de vigilar al presidente populista y a sus seguidores. El plan, que también apoyó la USAID, tuvo éxito y, una vez más, el orden, la libre empresa y la democracia se conjugaron en beneficio de Haití.[12]

El gran equipo militar más los recursos invertidos para garantizar el buen funcionamiento del gobierno izquierdista de Aristide no prosperó hacia la libertad deseada: el presidente intentó disolver al ejército patriota, además de proponer políticas económicas nacionalistas.  En una serie de años turbulentos y con la segunda presidencia de Aristide, cargada de corrupción sin límites, el caos se volvió a apropiar de Haití.

En 2004 la ayuda desinteresada no tardó en llegar por parte de los mejores aliados de la democracia haitiana, Francia y Estados Unidos, quienes se vieron obligados a secuestrar al presidente izquierdista para enviarlo a África Central. Los gobiernos siguientes más o menos transitaron sobre vía de la civilización, a pesar de ello, las catástrofes naturales, como el terremoto de 2010 (el más fuerte en dos siglos) hizo que Haití se sumergiera nuevamente en el caos.

Afortunadamente la filantropía estadounidense se hizo presente de nueva cuenta. Los militares estadounidenses enviados por el premio Noble de la Paz, Barack Obama, llegaron de inmediato y se hicieron cargo del problema pues decidieron cómo se harían las cosas pues, los haitianos, eran y son incapaces de organizarse, con nula visión de identificar a las naciones realmente filantrópicas —Cuba y Venezuela enviaron una supuesta ayuda, médicos y petróleo barato (casi regalado), que como todo el mundo sabe, es propaganda comunista—.

EUA controló el ingreso a Haití, sobre quiénes aterrizaban y de dónde procedían; La ayuda por supuesto, tenía que ser administrada por los expertos, se diga lo que se diga.

Inconmensurable ha sido el apoyo económico y político de EUA desde el siglo XVIII, y sin embargo es un gran misterio que Haití haya sido incapaz de sostenerse —y muy probablemente nunca lo haga— ya que no cesa de hundirse en la miseria. Es toda una incógnita, que deberán descifrar los académicos de Harvard, que, con tan enormes actos de solidaridad anglosajona hacia el pueblo haitiano, no se haya convertido en la “Taiwán de América Latina” o el “Silicon Valley de las Antillas”.

Quizá deberíamos empezar a admitir que, así como Cristóbal Colón puso todos sus esfuerzos para que los nativos de La Española tuvieran cultura y civilización, no pudo evitar su extinción —alrededor de 500 mil y dos millones de personas (tainos)—, tal vez porque aquella raza primitiva fue incapaz de entender los elevados ideales cristianos. De la misma manera, Estados Unidos, que es le paradigma de la civilización actual, tendrá que ver la desaparición de una raza incapaz de apreciar los nobles ideales del mundo libre.

El asesinato del presidente Jovenel Moïse es una oportunidad más, que tiene Haití, para recibir la última dosis de filantropía por parte del amo blanco, quien no ha descansado de repartir ayuda en las Antillas, y no solo para Haití, sino también para Cuba, aunque ese país merece otro análisis.

***

Sátira aparte, no es casualidad que los expertos internacionales del New York Times autocensuren sus columnas al no mencionar al aliado imprescindible de la catástrofe de Haití. Todos hablan de ese país como si el presente no fuera consecuencia del pasado —inmediato y lejano—.

El mundo occidental en una actitud paternalista, observa y critica a las naciones hambrientas como Haití, cuyo territorio está devastado por la guerra, los monocultivos, la industria extranjera, la destrucción medioambiental y el cambio climático, sin recordar que la catástrofe es consecuencia directa de siglos de racismo, intervención y del terrorismo más vil por parte de las superpotencias occidentales —imperio español desde el siglo XV; imperio francés y británico desde el siglo XVII; y Estados Unidos desde finales del siglo XIX—.

Ahora tiene que enfrentar una nueva crisis política con el asesinato de su presidente, pero, surgen algunas preguntas interesantes, por ejemplo ¿por qué ninguna superpotencia occidental abrió la boca para eliminar la deuda externa de Haití en 2010, donde los principales acreedores eran el FMI y el Banco Interamericano de Desarrollo, que además acapararon el dinero destinado para la reconstrucción después del terremoto? ¿Por qué se sigue deportando a los haitianos que intentan llegar a EUA? ¿Por qué la ayuda llega a través de las fuerzas armadas estadounidenses? ¿Por qué Haití sufrió una crisis alimentaria sin precedentes en 2010? ¿Por qué tiene que intervenir de nueva cuenta Estados Unidos?

Al mencionar a Haití, la primera nación del mundo de personas libres, vale recordar las palabras de aquel negro cuyo ideal siguieron las demás naciones de América: “Al derrocarme, han cortado en Saint Domingue solo el árbol de la libertad. Volverá a crecer de nuevo desde las raíces, porque son muchas y profundas”: Toussaint L’Ouverture.

Las palabras de Toussaint no hay que tomarlas a la ligera. Hace pocos días, el expresidente Jean-Bertrand Aristide llegó nuevamente a su país. Cientos de personas lo recibieron en medio de una crisis política no solo en Haití, sino en las Antillas. En los años 90’s del pasado siglo, la población que votó por Aristide fue capaz de renacer, al menos en un breve periodo, aquel árbol mencionado por el primer libertador de las Américas, y es muy probable que las raíces estén creciendo de nueva cuenta.

La tarea parece imposible ¿cómo construir a un país de las cenizas? Haití es el país más pobre del hemisferio, está super poblado (con más de 10 millones de personas), su superficie solo cuenta con el uno por ciento de bosque, el resto se ha erosionado y quizá nunca más vuelva a servir para la agricultura; el problema se agrava si consideramos que el carbón vegetal es la principal fuente de energía para cocinar. Prácticamente no tiene energía eléctrica, agua corriente, alcantarillado, atención médica ni escolarización; su población tiene una de las tasas más altas en contagio de sida, tuberculosis y malaria. Su economía de mercado se basa en una pequeña producción de azúcar y café para exportar, además de ser un enclave del narcotráfico entre EUA y Colombia.

Evidentemente nadie cuenta con una barita mágica para solucionar los problemas de un país si no muerto, sí moribundo. Pero no hay que olvidar que aquel pesimismo también ocurrió cuando Napoleón embarcó a miles de soldados para reinstaurar la esclavitud en la isla. Los haitianos libres y con un objetivo en común, derrotaron al ejército más poderoso de aquel tiempo.

No fue un milagro o quizá sí, pero sin duda también se debió al esfuerzo continuo y conjunto de una población entera. Hoy aquella hermana población necesita el apoyo del resto de naciones, del mundo entero. No militares, no empresas privadas, no filántropos, sino un auténtico apoyo popular capaz de vencer al imperio de las corporaciones privadas y élites militares —armadas y entrenadas por Washington—, que han destruido al país en el último siglo.

[1] Chomsky Noam. La conquista continua. 500 años de genocidio imperialista. Terramar. Argentina, 2007, p. 282.

[2] James, Cyril Lionel Robert. Los jacobinos negros: Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití. RyR. Buenos Aires, 2013, p. 323-34.

[3] Memorando a Napoleón Bonaparte.

[4] Ídem.

[5] https://www.democracynow.org/2010/8/17/france_urged_to_pay_40_billion

[6] Ibídem, pp. 283-84.

[7] Chomsky 2007, op. cit., pp. 284-85.

[8] Galeano, Eduardo. Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Siglo XXI, Argentina, 2012, p. 156.

[9] Galeano, Eduardo. Memorias de fuego III. El siglo del viento. Siglo XXI. España, 2010, pp. 129-130.

[10] http://www.cadtm.org/Haiti-Donaciones-para-pagar-una

[11] Presidencia de la República de Haití, ley del 29 de abril de 1969, Palacio Nacional- Port-au-Prince.

[12] Chomsky, Noam. Democracia restaurada. Z Magazine, noviembre de 1994.  https://chomsky.info/199411__/

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