Internet y la Ley Monreal

Foto: Cuartoscuro

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 19 de febrero de 2021.- Internet es el gran medio de comunicación del tiempo presente. Permite enviar mensajes a todo el mundo y recibirlos desde cualquier parte, sirve para realizar compras, obtener información útil, apartar lugar en un restaurante o entradas a un espectáculo deportivo, artístico, reservar boletos de autobús y de avión, localizar un domicilio, conocer gente, reunirse virtualmente con los amigos, debatir algún asunto, ver cine o televisión, escuchar radio y quién sabe cuántas cosas más.

Vivimos la era del internet (o la internet, red de redes) y lo cierto es que se ha convertido en algo indispensable. Pero su empleo puede copar el tiempo útil de cada día o convertir a cualquiera en un usuario cautivo. Abundan los casos de cibernautas que se pasan prácticamente todo el día frente a la computadora y, más aún, ante el teléfono celular buscando un dato y perdiéndose en esa búsqueda, porque el camino se bifurca una y otra vez y despierta la tentación de detenerse en cada estación para indagar sobre lo que ofrece.

Cotidianamente llegan al buzón “noticias” que sorprenden a incautos, como ésas según las cuales “usted ha sido elegido para recibir un millón de dólares”, para que el confiado receptor aporte sus datos, sobre todo los de sus cuentas bancarias, que acabarán vacías en un santiamén. Otro fenómeno de cada día es el timo: múltiples sitios ofrecen mercancías que prometen enviar, el cliente (la víctima) paga con tarjeta de crédito y la mercancía nunca llega, pero los cargos a su plástico pueden llevarlo a la ruina. Aun así, internet es indispensable, qué duda cabe.

Cualquiera tiene un pariente, un vecino, un compañero o un amigo que no retira la vista del aparatito, a veces para hablar por teléfono, pero generalmente para ver la pantalla del artefacto de marras, que es también un objeto enajenante, un factor de divorcio con las personas y con la realidad, como lo muestran esas familias que acuden al restaurante, al que antes se iba a departir, para que cada uno clave la mirada y la atención en el rectángulo luminoso de su celular.

Pero, a fin de cuentas, hacerse esclavo de internet es o parece asunto de cada quien, aunque un siquiatra no opinaría lo mismo, pues nos priva de la indispensable convivencia con otros seres humanos. Peor todavía es convertirse en víctima de quienes emplean la red para lanzar mensajes mentirosos, ofensivos, difamatorios, engañosos e incluso desestabilizadores de personas, empresas o gobiernos.

Quienes proceden con el fin de dañar algo o a alguien lo hacen desde el anonimato, y eso convierte en un peligro a “las benditas redes sociales”, como las llamó alguna vez el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, quien ahora es el blanco de las más sucias e impunes campañas que mezclan medias verdades con mentiras completas, que lo insultan, pretenden desprestigiarlo y restarle autoridad. Por supuesto, todo desde la oscuridad del anonimato y la más cabal impunidad.

Lo peor del caso es que las redes usan internet para hacer negocio a costa de lo que sea, pues permiten casi cualquier cosa que les gane público, lo que, a su vez, les aporta inmensas cantidades de dinero en publicidad y una influencia política y social que puede ser decisiva. No casualmente es un panista el directivo de una de esas redes “sociales” que se ha distinguido por su afán de navegar en materia excrementicia.

Hace unos días, el líder del Senado, Ricardo Monreal, presentó una iniciativa para normar las redes sociales (aunque mejor sería hacer extensiva la regulación a todo lo que viaja por el ciberespacio). De inmediato se ha desatado una tremenda campaña contra tal iniciativa, la que se juzga anticonstitucional o contra el T-MEC y otros compromisos internacionales. Es posible, pero descalificar en bloque la iniciativa significa convalidar los excesos delictivos en nombre de un muy discutible derecho.

No hay libertades absolutas. El Estado tiene la obligación de proteger a los ciudadanos y por eso la regulación de internet es conveniente y hasta urgente. El mejor camino para hacerlo es convocar a un amplio debate para determinar lo que proceda, teniendo en el centro el interés de la sociedad. Sin autoritarismo, pero sin complacencia con los abusivos.

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