La asfixiante contaminación

Foto: Galo Cañas / Cuartoscuro

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 17 de mayo de 2019.- Desde hace una semana, la Zona Metropolitana del Valle de México está bajo una gruesa nube de contaminantes, algo que no se había presentado desde la segunda mitad de los años ochenta. Por supuesto, la contingencia ha hecho arreciar la pertinaz campaña contra el gobierno federal y local de Morena, que, a su vez, dice no haber recibido de la anterior administración los protocolos indispensables en estos casos.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, en 2017 hubo incumplimiento de la normatividad que obliga a la medición de contaminantes en todo el país. Para citar un caso, de las 102 estaciones de supervisión que existen en 54 ciudades del país, no se cumplió con la medición de PM2.5 en 20 de esas urbes, mientras que la información resultó deficiente en las restantes 34.

El citado instituto informó de casos que deberían ser alarmantes, pues, por ejemplo, Toluca tuvo en 2017 mala calidad del aire, Guadalajara registró el mayor porcentaje del año en concentraciones superiores a la norma de partículas PM10 y el Valle de México sufrió alta concentración de ozono en 64% del año, y Xalostoc, una población industrial, es la más contaminada de la República.

La conclusión obligada es que hay malos sistemas de medición, en varios casos, las autoridades no respetan la norma, las concentraciones de contaminantes exceden lo permisible y no se toman medidas para resolver o, al menos, afrontar el problema, que, como está dicho, no afecta únicamente al Valle de México, sino a decenas de ciudades.

Algunas fuentes calculan que el recorte de fondos federales destinados a emergencias como la presente se redujeron en más de 30% y ya se han publicado quejas de quienes trabajan en el combate a los incendios, pues no cuentan con los elementos indispensables para hacer su trabajo.

La contaminación nos enferma y, eventualmente, nos mata. No debemos esperar a que la gente caiga muerta en la calle, como en Londres en los años cincuenta, cuando se combinó un frío intenso con la quema de carbón y las emanaciones industriales, lo que produjo una inversión térmica que impidió la dispersión de los gases tóxicos. La Gran Niebla llegó al extremo de impedir la visibilidad y el tránsito de vehículos, el cierre de aeropuertos, la suspensión de clases en las escuelas y hasta la cancelación de una ópera porque los espectadores no podían ver el escenario. Lo peor, por supuesto, fue la muerte de 12 mil personas a causa de la Niebla Asesina que, por cierto, dio lugar al nacimiento de la palabra smog, derivada de smoke (humo) y fog (niebla).

En menor escala, el fenómeno se reprodujo en 1956, con un millar de muertos, y en 1962, con 700 víctimas fatales. El gobierno británico tardó en reaccionar, pues pasaron cuatro años para que entrara en vigor la llamada Acta de Aire Limpio, que estableció normas más rigurosas para evitar la contaminación extrema, como fue prohibir la quema de carbón (el actual gobierno federal mexicano autorizó recientemente explotaciones carboníferas en Coahuila).

Por lo pronto, el Conacyt tendrá que movilizar a la comunidad científica para investigar en torno al asunto a fin de evitar la repetición del fenómeno. Tendrá que mejorar drásticamente la legislación para evitar o, al menos, disminuir la emisión de contaminantes, el gobierno deberá aumentar y hacer más eficiente el transporte público, los empresarios habrán de incentivar el trabajo en casa de sus empleados (home office) y establecer horarios escalonados y flexibles, como también deberán hacerlo las oficinas públicas.

La Ciudad de México no es la única expuesta a contingencias como la sufrida estos días, pero, a diferencia de otras grandes capitales, es una urbe cercada por montañas que dificultan la circulación del aire. Una buena manera de contribuir a la solución es que se cumpla la promesa de campaña de descentralizar el gobierno federal, llevándose a las costas las secretarías y otros organismos —no a Tlaxcala ni a otros lugares del altiplano, por favor—, pues, además de trasladar a los burócratas y a sus familiares, se llevará tras de sí un número infinito de negocios de todo giro y tamaño. Ya sabemos que eso tiene un alto costo, pero nunca mayor a la evitable pérdida de vidas.

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