La CTM: la disputa por la historia

Por Saúl Escobar Toledo

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 03 de marzo de 2020.- El domingo pasado, el presidente de la república acudió a un acto masivo en la Ciudad de México en ocasión del 84 aniversario de la fundación de la CTM. En los discursos tanto del secretario general de esa organización como del primer mandatario se hicieron varias referencias a la historia y en particular al presidente Lázaro Cárdenas.

Quizás muchos lectores de El Sur no recuerden con precisión los hechos de aquel entonces y no comprendan cabalmente la relación del mandatario michoacano que gobernó el país entre 1934 y 1940 con la lucha sindical. Vale la pena entonces recordar que la Confederación de Trabajadores de México (CTM) fue en realidad el momento culminante de un proceso de unificación que se había iniciado varios años antes. Diversas organizaciones jugaron un papel muy importante en este proceso. En primer lugar, la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), una agrupación fundada por activistas sindicales, miembros del Partido Comunista, que logró reunir a un número significativo de sindicatos a fines de los años veinte. Poco tiempo después, surgiría la Confederación General del Obreros y Campesinos (CGOCM) dirigida por Vicente Lombardo Toledano. El movimiento sindical iniciaba una profunda reorganización después de varios años de sufrir el control hegemónico de la CROM (Confederación Regional de Obreros Mexicanos), organización que, con el apoyo del gobierno callista (1924-1928), había logrado desplazar a otras corrientes obreras por medio de la violencia y la ayuda oficial. Recordemos que su principal líder, Morones, había sido Secretario de Industria, Comercio y Trabajo.

Tanto la CSUM como la CGOM, junto con los nacientes sindicatos de industria como los ferrocarrileros, se propusieron la formación de un movimiento obrero independiente ajeno a “toda colaboración y sometimiento al Estado”. Durante los primeros años de la década de los treinta, se llevaron a cabo paros y manifestaciones para lograr el reconocimiento de los contratos colectivos. Así, por ejemplo, en 1934, antes de las elecciones presidenciales, se organizaron dos huelgas generales.

Cuando el general Cárdenas tomo posesión de su cargo, el sindicalismo se había convertido en “la fuerza política y social más importante del país”, según algunos historiadores. El presidente, por su parte, decidió acercarse al movimiento desde el principio de su administración. En 1935, cuando se produjo la ruptura con Calles, las organizaciones obreras decidieron apresurar su unificación. La CGOCM, la CSUM, los sindicatos nacionales de industria más importantes, ferrocarrileros, mineros y electricistas, entre otros, firmaron un pacto de unidad que dio lugar a la creación del Comité de Defensa Proletaria. Las huelgas se multiplicaron a fines de ese año y principios de 1936 abarcando diversas ramas industriales de gran importancia económica. Destacó, en ese momento, el caso de Vidriera Monterrey pues ante las quejas patronales, Cárdenas defendió sin ambigüedades a los trabajadores e incluso la participación de los comunistas en el conflicto y condenó severamente las amenazas de los empresarios regiomontanos.

En estas condiciones, a fines de febrero de 1936 se llevó a cabo al Congreso Nacional de Unificación Obrera y Campesina, convocado por el CNDP, del que surgiría la CTM. Según algunas fuentes, se logró reunir a representantes de 2 800 sindicatos tanto los más pequeños como los grandes sindicatos nacionales de industria recién creados. Una fuerza muy considerable.

El Congreso de 1936 culminó aprobando una resolución en la que se reiteraba la independencia de la organización respecto del poder público y se llamaba a la unidad con el movimiento campesino.  El objetivo, afirmaron, era la formación de un Frente Popular Antiimperialista para luchar por la “emancipación y la verdadera autonomía de la nación mexicana”.

La creación de la CTM dio un mayor impulso a la movilización de los trabajadores. Varias huelgas estallaron.  Una de las más importantes fue la ferrocarrilera que tuvo lugar en mayo. Menos de un mes después ocurrió la huelga de los electricistas que se prolongaría por diez días paralizando la mayoría de las actividades económicas de la Ciudad de México y algunas otras regiones cercanas. En noviembre, el recién constituido sindicato nacional petrolero emplazó a huelga por firma de contrato colectivo. La huelga estallaría en mayo de 1937 y, como se sabe, se resolvería en marzo de 1938 con la expropiación petrolera decretada por el presidente Cárdenas.

Valga este recuento histórico para subrayar que la CTM no fue resultado de una decisión de gobierno, aunque las políticas impulsadas por el mandatario crearon un ambiente favorable para ello. Dicha organización fue posible gracias a una estrategia de movilización desatada con plena independencia del poder público y del partido en el poder (el flamante PNR). Fue, por ello, una de las etapas históricas más sobresalientes del movimiento obrero mexicano.

Después, las cosas cambiaron y en los años cuarenta tanto los comunistas como el propio Lombardo Toledano y otros dirigentes fueron echados o salieron de la CTM. Un grupo, encabezado, entre otros, por Fidel Velázquez, se apropió de la central y decidió convertirse en aliada del gobierno para combatir a las otras corrientes sindicales. Bajo esa dirigencia y con esas estrategias, la CTM se corrompió y se creó un sistema corporativo muy autoritario.

La CTM que en estos días celebró su aniversario, hace mucho que ha dejado de ser una organización combativa e independiente; tampoco es ya, desde hace décadas, la central favorita del gobierno en turno. Se ha convertido en una administradora de contratos de protección con una afiliación dudosa: seguramente muchos trabajadores forman parte de los sindicatos de la CTM sólo en el papel y ni siquiera saben que pertenecen a esas organizaciones.

Muchas de estas cosas, la participación de los comunistas, el liderazgo de Lombardo, la represión contra la oposición sindical, el corporativismo y la simulación de los contratos colectivos, no salieron a relucir en los discursos del domingo pasado. Era de esperarse, ya que forman parte del pasado vergonzoso que explica la sobrevivencia   de los lideres cetemistas de hoy.

 El presidente López Obrador planteó en dicho acto una agenda laboral que incluyó el fortalecimiento del IMSS, un cambio en las políticas a cargo del INFONAVIT y, lo más destacado, una revisión del sistema de pensiones. A esos puntos habría que agregar otros: el tema de la subcontratación; el sostenimiento de una política salarial progresiva; y la implementación de las reformas a la ley para hacer realidad la democracia sindical y la contratación colectiva.

Puede entenderse la presencia del primer mandatario en el aniversario de la CTM de diversas maneras. Quizás considera que no queda sino arar con los bueyes que hay, no con los que uno quisiera, para echar a andar, con el consenso institucional de las organizaciones patronales y sindicales, nuevas reformas a la ley y políticas distintas en beneficio de los obreros. La agenda laboral, como pude verse, es de una gran relevancia. Ya veremos si la CTM se convierte en un lastre o apoya estos cambios. Y, sobre todo, si pasa la prueba de la democracia bajo las reglas legales apenas aprobadas el año pasado.

Pero la presencia del general Cárdenas en los discursos y la apelación a su legado, nos deben hacer reflexionar sobre ese momento histórico. Una de las cuestiones más relevantes para nuestro presente consistiría en reconocer que un gobierno dispuesto a cambiar al país debe contar con el acompañamiento de las agrupaciones sociales, y que éstas deben mantener su independencia y su propia iniciativa. Tratar de controlarlas o condicionar su participación, sólo puede hacerse por medio de la fuerza, la corrupción y el autoritarismo. La historia de la CTM es un buen ejemplo.

saulescobar.blogspot.com

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