La demolición de la Corte

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de octubre de 2023.- El inolvidable Víctor Rico Galán solía decir que no hay que comprar pleitos porque se dan gratis. Conviene recordar a aquel extraordinario periodista porque continúa la guerra del Ejecutivo contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ahora respaldada por el vergonzoso servilismo de la fracción de Morena y sus pegotes en la Cámara de Diputados, hazaña debida al no menos servil Ignacio Mier, quien pretende ser candidato a la gubernatura de Puebla incurriendo en actos que difícilmente le ganarán el voto popular, pese a que ya tapizó los muros de aquella entidad con sus carteles de propaganda electoral.

Por supuesto, la fracción morenista siempre está dispuesta no sólo a cumplir los deseos del tlatoani, sino incluso a adivinarle el pensamiento y obrar en consecuencia, porque si se trata de obrar, en materia política lo hacen con mucha frecuencia, sin necesidad de ir al WC.

 

El espectáculo que tenemos a la vista contradice los principios de la vida republicana y altera el funcionamiento normal del Estado. El Señor del Gran Poder no le perdona a la doctora Norma Piña haber resultado electa como presidenta de la Suprema Corte en lugar de Yasmín Esquivel, la ministra plagiaria.

Por fortuna, la mayoría de los ministros de la SCJN ha actuado hasta ahora con prudencia. Tienen que defender la institución de la que forman parte, y así lo han entendido, porque la ofensiva desmesura de quien habita enfrente pone en peligro su función, que les fue confiada en estricto apego a las disposiciones constitucionales.

El despojo de los fideicomisos del Poder Judicial es apenas el segundo paso hacia la extinción de la Corte (el primero ha sido la campaña de insultos, mentiras y difamaciones proferidas desde las mañaneras, esa tribuna que pagamos todos los contribuyentes, pero que sólo utiliza el Presidente de la República contra sus enemigos reales y supuestos).

Los fideicomisos de la SCJN no son producto de capricho alguno, sino de un conjunto de previsiones para que el Poder Judicial esté en condiciones de cumplir debidamente con sus responsabilidades y afrontar los eventuales retos que se le presenten. Por supuesto, esos dineros no son para beneficio exclusivo de los señores ministros, como divulgan irresponsablemente los cuatroteros.

Para el Ejecutivo, desesperado porque Dos Bocas se ha tragado varias veces lo presupuestado, importa poco derribar instituciones si con eso obtiene más dinero, mismo que se llevará el Tren Maya. Esas dos obras, que se pretende sean emblemáticas de este sexenio, han multiplicado sus costos de tres a cinco veces, pero no por deficiencias de la Suprema Corte, sino debido al desparpajo con que se emprendieron, sin contar con suficientes estudios que permitieran calcular gasto y tiempos en términos precisos, todo porque en el origen de cada decisión parece estar aquello que los mexicanos expresamos con la frase “nomás mis chicharrones truenan”.

Pero si fuera equivocada, indeseable o ilegal la existencia de los fideicomisos de marras, una política sabia sería buscar una confluencia de voluntades para corregir lo que hubiera de indebido. Si hay jueces y otros servidores corruptos o ineptos, lo procedente es atacar caso por caso, analizar y resolver con pruebas irrefutables. Pero lamentablemente se opta por arrasarlo todo, no para limpiar la casa, sino con el fin de demolerla.

Por lo pronto, todo indica que los señores ministros echarán mano de todos los recursos legales para evitar el despojo, pero ya se adelantaron los trabajadores del Poder Judicial y han salido a la calle en defensa de sus derechos laborales y a protestar contra el despojo, que los dejaría sin recursos a los que por ley tienen derecho. Ojalá tengan éxito, porque se enfrentan a una cruzada de los fanáticos del hueso, que buscan ascensos poniéndose de tapete para que sobre ellos pase toda ilegalidad.

El final de esta película está por verse. Pero el fin de sexenio se acerca, y desde que Lázaro Cárdenas acabó con el maximato callista, cada presidente se encarga de recordar a su antecesor que quien manda es el recién electo. Y lo mismo ocurrirá en el próximo sexenio, gane quien gane. Y así será porque el país así lo requiere. Conviene que no lo ignore quien cree saberlo todo.

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