La extinción del sindicalismo

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 06 de mayo de 2023.- El desfile del 1 de mayo mostró que el sindicalismo se halla en proceso de extinción. No es un rasgo exclusivo de México. En la mayoría de los países cae cada año la tasa de sindicalización, nunca muy alta, pues la Organización Internacional del Trabajo, en el ya lejano 1998, informaba que, en el mundo, de los mil 300 millones de trabajadores, apenas 164 millones estaban adscritos a alguna organización laboral. En el mismo informe, la OIT estimaba que en un decenio se había reducido en 20% la sindicación en 48 de 92 países estudiados.

En Europa, la caída del llamado socialismo real contribuyó en forma determinante a tan marcada declinación, pues la sindicación dejó de ser obligatoria. En Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda la disminución de sindicalizados fue de 15, 30 y 55%, respectivamente, en tanto que en Estados Unidos la reducción fue de 21.1%, lo que se atribuye a las políticas neoliberales. Un caso especial es Israel, donde la tasa de afiliación cayó 76% entre 1985 y 1995, lo que se atribuye a una reforma legal que pasó al Estado la prestación de asistencia médica, antes ejercida por los sindicatos.

La tendencia a la baja se acentuó durante la pandemia, que llevó a una alta proporción de personal a seguir laborando, pero ya no en un lugar donde compartiera siete, ocho o más horas de cada día con otros asalariados, sino en su casa. Esa falta de contacto entre los trabajadores debilita los lazos de solidaridad, priva a cada individuo de información sobre los asuntos colectivos y la forma de resolverlos, fomenta el individualismo y acaba por considerar como innecesaria la sindicación.

En México, la pertenencia a alguna organización laboral fue, de hecho, obligatoria durante la era priista, pero no en beneficio de los trabajadores, sino de sus líderes, muchos de los cuales cayeron en desgracia con la alternancia de partidos en el poder. Sin embargo, el charrismo sigue siendo dominante en varias ramas de la actividad económica y en las nuevas plantas industriales de maquila, donde lo más común es la venta de contratos de protección, al estilo de Al Capone: o pagas o pego, siempre al margen del conocimiento y la voluntad de los trabajadores. Otra forma ignominiosa de control son los sindicatos blancos, auspiciados por las empresas y con líderes dóciles a la voz de sus amos.

El no tan nuevo sindicalismo, también conocido como “independiente”, como ocurre en Teléfonos de México, en las universidades y en algunas áreas del gobierno, principalmente, si bien ha traído mejoras al personal, no ha desechado formas de control propias del charrismo, como la eternización de los líderes. El gobierno y las empresas no han mostrado interés en modificar el marco legal para poner límite a las dirigencias, pues resulta más cómodo tener interlocutores conocidos que confrontarse con liderazgos cambiantes y más exigentes. De ahí la amable comilitona de AMLO con la charrería en pleno, el pasado lunes, lo que, de paso, demostró que si los trabajadores tienen hambre, no sucede lo mismo con sus opulentos líderes.

Un problema no menor es la atomización, pues existen empresas privadas y dependencias oficiales donde hay varios sindicatos —hasta 20 en algunos casos—, lo que resta fuerza a los trabajadores en las negociaciones con la representación patronal y propicia los paros locos, los chantajes de liderzuelos y otras formas de presión al margen de la ley.

En México, según la OIT, en 2020 sólo 13.2% de los trabajadores estaba sindicalizado, con lo cual lo situaba en el lugar 83 de los países estudiados. Por su parte, el Inegi señala que en 2005 eran 17 de cada cien los organizados para la defensa de sus intereses, pero ese porcentaje había caído a sólo 12% en 2018.

El resultado de esta caótica situación es la pérdida del poder de compra de los salarios reales y la indefensión ante los abusos y los despidos injustificados. Morena, un partido que es presuntamente “de izquierda”, no ha mostrado interés alguno por los sindicatos ni por los trabajadores. Para los políticos oficialistas, la llamada Cuarta Transformación ha significado un cambio, es cierto, pero sólo de camiseta. Antes era tricolor y ahora es guinda.

 

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