La izquierda frente a las dictaduras de izquierda
Foto: Ariana Cubillos / AP
Por Pablo Torche
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 08 de febrero de 2019.- La izquierda ha sido lenta en denunciar el régimen de Maduro, y exigir elecciones libres que permitan a Venezuela recuperar su democracia. En vez de eso, ha preferido quedarse en seudo-escolásticas discusiones sobre el concepto de Dictadura, y tratar de tapar el sol con un dedo. En algunos casos ha sido todavía peor, y se ha optado por brindar un apoyo encubierto al gobierno de Maduro, defendiendo una supuesta legitimidad institucional, y culpando a la oposición de las “tensiones y protestas”. Es en verdad una forma ignominiosa de censurar la movilización social, indigna de la izquierda.
Desde que se inició el “diálogo” en Venezuela, hace un par de años, Maduro disolvió la Asamblea Nacional (Parlamento), nombró un Tribunal de Justicia a su medida, conformó una Asamblea Constituyente compuesta íntegramente por sus partidarios, ha mantenido presos políticos a los líderes de la oposición (otros han huido del país), y luego se reeligió en elecciones que todos los organismos internacionales han calificado de poco transparentes o fraudulentas.
Las violaciones a los derechos humanos, por otro lado, son rampantes. Sólo en la última jornada de protestas han sido reportados más de 20 muertos. Es violencia de Estado, pura y dura, que tampoco se ha denunciado lo suficiente. La crisis social y la hambruna alcanzan ribetes dramáticos, y su expresión más profunda es la migración. En los últimos años, 4 millones de venezolanos han literalmente huido del país. Actualmente, la emigración continúa al ritmo de más de un millón al año. Si este éxodo se mantiene (es probable que se acelere), durante los próximos 6 años por los que se eligió Maduro, un tercio de los venezolanos habrán abandonado su país.
Es obvio que en Venezuela no hay una democracia. A mi juicio, desde la disolución de la Asamblea Nacional, se transformó derechamente en una dictadura, pero ese ni siquiera es el punto. Aún antes de serlo en términos estrictos, Maduro había iniciado una deriva autoritaria que traicionaba por completo cualquier proyecto de izquierda. Había que haberlo repudiado desde entones, sin medias tintas.
En vez de eso, la izquierda se ha tomado su tiempo en decepcionarse del “proceso venezolano”, mientras el país se cae a pedazos, a ojos vista de todo el mundo. La alternativa a Maduro sería, obviamente, un gobierno de derecha y eso es muy difícil de aceptar, aun sabiendo del régimen dictatorial, las violaciones a los derechos humanos, y la crisis humanitaria. Todavía hay tiempo para denunciar el imperialismo, el “bloqueo” (¿?), el sesgo comunicacional, y ampararse en algunos logros del chavismo original.
Es difícil pensar una reacción más reñida con el sentido común que esta.
La tardanza de la izquierda para repudiar el régimen de Maduro es trágica, pues no ha contribuido en nada a superar la crisis política y humanitaria en que está sumido el país. Bajo la falsa coartada de estar “buscando una forma de contribuir a la solución”, se esconde en verdad una añeja complicidad ideológica, y el secreto temor a molestar a grupos minoritarios que todavía se visten con la camiseta de una falsa radicalidad, y que sin duda vociferarán en twitter en caso de una postura más dura.
Más grave aún que esta dimensión práctica (en rigor, la influencia de la izquierda chilena en la crisis de Venezuela es escasa), es la dimensión simbólica. La indulgencia con el régimen de Maduro revela en verdad una retraso, una verdadera atrofia ideológica, que compromete por completo la posibilidad de construir un proyecto de izquierda viable en nuestro país.
En primer lugar, pone de manifiesto una izquierda que opera todavía en la lógica binaria de la Guerra Fría: antes que beneficiar al adversario, es mejor apoyar cualquier régimen que pertenezca a mi “bando”. Se construyen así lealtades ideológicas completamente espurias, que desconsideran los excesos totalitarios, y terminan por condenar intentos legítimos de recuperar la democracia. Se trata de una izquierda que jamás llegará al poder. Fue derrotada en el siglo XX, y no aprendió la lección más importante de su derrota.
En la misma línea, revela una izquierda que adolece de una incapacidad dramática para distinguirse ideológicamente del proyecto de Maduro. En vez de criticar a la oposición venezolana, debería preocuparse de responder ideológicamente cómo nos vamos a distinguir de él. ¿Qué tipo de Estado se requiere construir para promover efectivamente una sociedad más justa y equitativa sin recaer en el autoritarismo, cómo se van a manejar las diferencias de clase sin extremar la polarización, qué nuevo pacto social se va ofrecer para salir del atolladero del neoliberalismo. Estas son los temas que debiéramos estar abordando en estos momentos.
La izquierda no parece darse cuenta que el mundo del siglo pasado cambió, que estamos en un nuevo milenio. La Guerra Fría se perdió, los totalitarismos de izquierda cayeron, dejando en evidencia su faceta más cruenta. Ahora hay un sistema capitalista triunfante, y la necesidad imperiosa de construir una alternativa, que solo va a surgir si se entierran los fantasmas del pasado y se levanta un nuevo proyecto. Es necesario descartar de plano los medios de la izquierda del pasado, pero no sus ideales. Todavía es posible, imperativo, construir una sociedad más igualitaria, más justa, más integrada, pero para eso se requiere renovar por completo los discursos y las propuestas para alcanzarla, hay que transitar un nuevo camino, hasta ahora desconocido. Todavía se requiere una revolución, quizás más que antes, pero una revolución que circule por los cauces democráticos que evadió en el pasado. Una revolución sin democracia, no es una “mala revolución”, simplemente no es una revolución, es una forma distinta de statu quo, una prolongación de la hegemonía contemporánea.
Esta es la razón de fondo por la cual la izquierda debería ser durísima con el régimen de Maduro, más aún que la derecha. No hay que concederle a Trump o Bolsonaro el monopolio del sentido común, sino que demostrar, desde la otra vereda, por qué el régimen de Maduro es la degradación absoluta de los ideales de la izquierda, el antónimo de los que proponemos construir.
Antes de concluir, una breve anécdota. Hace un par de años, cuando hacíamos campaña en las para inscribir a Revolución Democrática (partido en el que milito), nos topamos con muchos venezolanos en las calles. Recuerdo en particular un punto en Plaza Italia, donde probablemente una de cada 5 personas que transitaba provenía del país caribeño. La mayoría muy jóvenes, hombres de vuelta del trabajo, grupos de chicas ya de salida nocturna. Por supuesto, sólo al escuchar la palabra “Revolución”, reaccionaban espantados. En general eran amigables y algunos se quedaban a conversar. No había la menor esperanza de hacerlos comprender que esta se trataba de una revolución muy distinta, una revolución constructiva, real. El trauma era demasiado grande, una desconfianza asentada a fuego, que durará décadas, probablemente generaciones en disolverse. Esperemos que no le pase lo mismo al resto de nuestro país. Para eso se requeriría un discurso completamente distinto al que la izquierda ha venido ofreciendo hasta ahora.