La primera deflación globalizada ha comenzado. No está claro hasta qué punto será dolorosa
Por Adam Tooze*
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 15 de octubre de 2022.- En todo el mundo, la rápida recuperación económica después del parón de la Covid-19 desencadenó la mayor ola inflacionista que hayamos conocido desde comienzos de la década de 1980. Ante esta situación, en el verano de 2021 los bancos centrales reaccionaron con un incremento gradual de los tipos de interés. Brasil abrió la vía. A comienzos de 2022 se sumó la Reserva Federal (Fed), generando un efecto de arrastre. Cuando la Fed actúa y el dólar se refuerza, otros países aumentan sus tipos de interés o se enfrentan a una fuerte devaluación, lo que impulsaría todavía más la inflación.
Las grandes líneas de este mecanismo/guion son conocidas, pero su amplitud es un fenómeno nuevo. Nos hallamos actualmente en medio de la homogeneización más completa de las políticas monetarias que jamás ha visto el mundo. Si bien los aumentos de los tipos de interés no son tan brutales como lo que impuso, después de 1979, Paul Volcker en su calidad de presidente de la Fed [de 1979 a 1987], son muchos más los bancos centrales que intervienen [entre ellos el BCE].
Hay momentos en que la historia gira en redondo. Este es uno de esos momentos. En las economías avanzadas, la era de la globalización desde la década de 1990 se ha caracterizado por la deflación y la expansión monetaria de los bancos centrales. Hoy, este equilibrio está invirtiéndose, y lo hace a escala mundial.
Para incrementar todavía más la presión deflacionista, asistimos asimismo a la liquidación de los programas de relanzamiento del periodo Covid a favor de medidas como la Ley de reducción de la inflación (Inflation Reduction Act) [adoptada por el gobierno de Biden el 16 de agosto de 2022], encaminadas a reducir los déficit y la demanda de la economía. En EE UU, en el tercer trimestre, el llamado freno presupuestario ralentizará la economía en más del 3,4 % del PIB, según un análisis de la Brookings Institution (del 30 de septiembre de 2022).
Las consecuencias de este ciclo deflacionista globalizado son difíciles de predecir. Nunca antes se había actuado de esta manera de forma tan extensa. ¿Se conseguirá rebajar la inflación? Es muy probable, pero también corremos el riesgo de una recesión mundial que, en el peor de los casos, podría hundir los mercados inmobiliarios, conducir a la quiebra a empresas y Estados y condenar en todo el mundo a cientos de millones de personas al paro y la desesperación.
Ante este panorama catastrófico, los responsables políticos han de plantearse tres cuestiones. ¿Son los tipos de interés un instrumento demasiado drástico para afrontar nuestros desequilibrios económicos actuales? ¿Pueden determinar los banqueros centrales el tipo adecuado, de manera que frene la inflación sin estrangular la economía? ¿Puede una economía mundial tachonada de deudas sobrevivir a un alza importante de los tipos de interés como la que impulsa la Reserva Federal?
En gran parte del mundo, la inflación ha venido alimentada por los cuellos de botella de la cadena de suministro asociados a la Covid-19 [caída de la oferta] y por el alza de los precios de la energía. El aumento de los tipos de interés no traerá más gas ni chips electrónicos al mercado, más bien al contrario. La reducción de las inversiones limitará las capacidades futuras y por tanto la oferta futura. En Europa, por este motivo, los modestos aumentos de los tipos de interés del Banco Central Europeo vienen acompañados de topes a los precios de la electricidad y del gas impuestos en algunos países de la Unión Europea.
La homogeneización monetaria y presupuestaria permite evitar que la inflación se instale y se generalice. Esta es la preocupación principal de la Fed en estos momentos, pero contener la inflación tiene un precio. El medio principal por el que será efectiva la política de la Fed es la desaceleración de la economía y el aumento de la atonía del mercado de trabajo, lo cual es un eufemismo para decir más paro. ¿No va demasiado lejos la presión mundial?
De por sí es difícil elegir el tipo de interés idóneo para una sola economía. ¿Cómo determinar el tipo idóneo si tus vecinos también aumentan los suyos? Cuando un banco central aumenta sus tipos de interés, una de las maneras de frenar la inflación consiste en revaluar la moneda. Unos tipos de interés más elevados atraen las inversiones extranjeras, lo que presiona al alza el tipo de cambio. Una moneda más fuerte hace que las importaciones sean menos caras y reduce la inflación. Se trata de una política clásica de sálvese quien pueda.
La fortaleza del dólar en 2022 hace que las importaciones de EE UU sean menos caras, pero al mismo tiempo aumenta los precios de todos los demás países que pagan el petróleo, por ejemplo, en dólares. Para responder a esta inflación importada, los demás bancos centrales no tienen más remedio que aumentar todavía más sus tipos de interés, alimentando así un círculo vicioso. El resultado final de esta puja es imprevisible con respecto al tipo de cambio. Lo que sí se sabe con certeza es que llevará los tipos de interés a niveles superiores a los que cualquiera habría elegido si pudiera decidir aisladamente.
Y no es únicamente el efecto contagio el que debemos temer en esta primera deflación globalizada. El precio de los bienes intercambiados no solo depende de los tipos de cambio, sino también del equilibrio entre oferta y demanda en los mercados mundiales y en los mercados nacionales. En el transcurso de la recuperación económica que siguió a la crisis de la Covid-19, la inflación en EE UU no solo vino alimentada por una demanda excesiva en el país, sino también por los cuellos de botella de la cadena de suministro dependiente de China.
Hoy en día se produce justo lo contrario. Cuando numerosos bancos centrales aumentan sus tipos, no se contentan con desinflar su propia economía, sino que también alteran el equilibrio entre oferta y demanda para todos los demás países. Si no se tienen en cuenta estos efectos de arrastre cabe temer que se provoque una deflación más importante de la necesaria. No podemos sino especular sobre la amplitud de este efecto contagio mundial. Tenemos cálculos bastante precisos de la propagación inflacionista, pero con respecto a la deflación mundial nos hallamos en un territorio mucho menos conocido.
Hay una cosa más que desconocemos. Incluso si logramos ponernos de acuerdo sobre los tipos de interés idóneos para desinflar la economía mundial con un coste mínimo, ¿podrá soportar una economía mundial acostumbrada a unos tipos de interés ultrabajos la presión de unos tipos de interés positivos? Durante una década o más, ha sido razonable aumentar el efecto palanca [que implica: endeudamiento, compra de activos a largo plazo y de productos derivados].
Con el alza de tipos, por mucho que casi siempre no dejen de ser negativos en términos reales [dada la inflación], determinados deudores tendrán problemas. Hay que compadecer en particular a las empresas y los países del mundo entero que han tomado préstamos en dólares, por un importe de más de 22 billones de dólares hasta 2019. Ahora se verán obligados a devolver el dinero con un tipo de cambio más elevado. Ante la dificultad para atender los pagos a sus acreedores, muy probablemente comenzarán a recortar otros gastos, agravando de este modo la recesión, antes de tratar de reestructurar sus deudas. Entonces la recesión se transformará en crisis y en quiebra pura y dura de las empresas y los prestatarios soberanos [los Estados].
Los puristas del mercado insistirán en que esto viene demasiado tarde. Es hora, según ellos, de eliminar a los zombis, es decir, a los prestatarios que solo sobreviven porque el coste de los préstamos es tan bajo. Sin embargo, los discursos sobre la eliminación de los zombis [las diversas quiebras y cierres] son preferibles sobre el papel que no sobre el terreno.
La quiebra rara vez es un proceso indoloro: lo que de por sí es bastante grave para las empresas que operan principalmente dentro de las fronteras nacionales adquiere una complejidad pasmosa en el caso de gigantes como la promotora inmobiliaria china Evergrande, cuyos componentes afectados están dispersados por todo el mundo. Cuando un gobierno nacional, como el de Sri Lanka o el de Argentina, se halla escaso de dinero, esto sacude a los Estados y las sociedades hasta sus cimientos.
No es fácil prever quién exactamente quebrará, pero sabemos que el alza de tipos aumentará la presión sobre quienes ya se encuentran en dificultad. Y sabemos que la arquitectura internacional para la reestructuración de la deuda es terriblemente inadecuada. Por otro lado, todo intento de evitar la quiebra también es una mala noticia. Pocas cosas hay peores para una empresa o una economía nacional que una montaña de créditos irrecuperables y deudas impagables, ya que encierra el riesgo de provocar años de estancamiento.
Combatir la inflación es la consabida misión de los bancos centrales. Los tipos de interés son el instrumento evidente. Pero es hora de ser conscientes de la importancia histórica del momento actual. Por primera vez en la era de la globalización de la posguerra fría nos enfrentamos a una inflación importante y generalizada.
¿Por qué la combatimos país por país?
Si queremos limitar al máximo el dolor de la deflación, necesitamos urgentemente una cooperación internacional para tener plenamente en cuenta todos los efectos de propagación y de arrastre y preparar redes de seguridad. En 2015-2016, cuando la recesión amenazaba a China, todavía cabía esperar una cooperación entre la Fed y el Banco Popular de China (BPC). Hoy sería como pedir peras al olmo, ahora que las relaciones entre EE UU y sus aliados, por un lado, y China y Rusia, por otro, están más que deterioradas.
No obstante, la coordinación en materia de modificación de los tipos de interés por parte de entidades globalizadas como el G-7 [Alemania, Canadá, EE UU, Japón, Francia, Italia, Reino Unido], el Quad indo-pacífico [EE UU, Australia, India, Japón] y tal vez el Diálogo de Shangri-la en Asia [cuya reunión se celebra en Singapur, en el hotel que le da nombre y que agrupa a unos 50 países de Asia-Pacífico] enviaría un mensaje poderoso. No intentarlo acarrea el riesgo de incrementar la incertidumbre y el dolor para cientos de millones de personas en el mundo.
Si la generación de jóvenes cuya educación se vio entorpecida por los confinamientos asociados a la Covid-19 termina su formación para encontrar mercados de trabajo bloqueados por una recesión mundial, ello constituirá un fracaso inexcusable de la política.
*Adam Tooze es historiador y economista británico, profesor de historia en la Universidad de Columbia.