La primera gran crisis del gobierno de AMLO

Foto: AP

Por Manuel Aguilar Mora

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 21 de octubre de 2019.- El 17 de octubre, el “jueves negro de Culiacán”, es ya la primera fecha en la cual Andrés Manuel López Obrador (Amlo) trascendió en forma claramente negativa ante la opinión pública nacional e internacional. Se confrontó con la primera gran crisis de su gobierno. Con ello podría decirse que ha llegado a su fin la luna de miel que disfrutó hasta esa fecha en el seno de las amplias capas de la población mexicana, proyectando así una imagen más de acuerdo a su carácter sumamente contradictorio que para muchos había permanecido oculto. El impacto nacional y mundial que produjeron los hechos de violencia desatados como consecuencia de la operación de las fuerzas militares y policíacas (incluidos destacamentos de la recién fundada Guardia Nacional-GN) del gobierno mexicano para capturar a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, ha producido una catarata de opiniones, comentarios y toda clase de interpretaciones que en su mayoría pueden sintetizarse como profundamente críticas de Amlo y su política de “seguridad nacional” puesta en práctica fallidamente durante las jornadas de ese día.

La estrategia obradorista de la seguridad nacional

Las versiones de lo ocurrido la tarde del jueves 17 varían en los detalles pero todas coinciden, incluso la oficial en que una patrulla de militares, por su cuenta, sin autorización de los jefes gubernamentales del gabinete de seguridad, actuaron precipitada y sin orden de cateo que debía otorgar un juez, sin tener la menor idea de la reacción que su operación tendría por parte de los sicarios. Culiacán, la ciudad de los acontecimientos es la capital de Sinaloa, el estado del noroeste sede del cártel que lleva su nombre en donde imperó El Chapo y hoy dominan El Mayo Zambada y los Chapitos, los tres hijos de Joaquín Guzmán. La detención de Ovidio, uno de ellos, detonó una contraofensiva de los sicarios que duró varias horas a partir de las 15.00 horas y convirtió a la ciudad en un campo de batalla. Durante toda la batalla, la iniciativa fue de los sicarios. Las fuerzas represivas quedaron arrinconadas y en minoría.

El hecho que los militares y guardias nacionales fueron estrepitosamente superados en número y en armamento por las fuerzas de los sicarios determinó que a la captura de Ovidio siguiera su liberación con las justificaciones del gabinete de seguridad, avaladas por Amlo, en el sentido de que se evitó una masacre.  Afirmó Amlo en su primera declaración el día posterior a los hechos de Culiacán, emitida desde Oaxaca, en el extremo opuesto del país donde se encontraba: “no se puede apagar el fuego con el fuego, esta es la diferencia de esta estrategia con la que han hecho los anteriores gobiernos. Nosotros no queremos guerra […] la estrategia  que se estaba aplicando convirtió al país en un cementerio […] La decisión la tomó el gabinete de seguridad de manera conjunta, colegiada. Yo respalde esta postura porque considero que lo más importante es la protección de las personas, que no haya muertos”. Y en los días siguientes sigue machacando en sus mañaneras y en todos los lugares en que se presenta su argumentación central justificadora de su decisión de liberar al líder narcotraficante: “fue una decisión difícil pero muy humana”, “somos humanos, muy humanos”, “mi doctrina es amor al prójimo”, “el poder no es prepotencia, el poder no es violencia, el poder es humildad”, “si no se actúa como se decidió, iba a haber una masacre” y sus seguidores no escatiman elogios a la decisión que consideran digna de “un gran humanista, que le preocupa el tema de la vida antes que de la muerte”, como señaló un profesor en Oaxaca.

De un Estado fallido a uno vencido

Esta “estrategia” obradorista ha sido pasada por la criba por expertos y políticos y la contundencia de las críticas es abrumadora. En conferencia de prensa conjunta Alfonso Durazo titular de la Secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana (la dependencia de la Guardia Nacional) y su par de la Defensa Nacional, general Luis Cresencio Sandoval admitieron el fracaso del operativo en el que temporalmente fue detenido Ovidio Guzmán. Pero Durazo insistió en que “no hay pacto con los criminales, no hay un estado fallido, lo que hubo fue un operativo fallido”. Declaración que ha sido comentada de diversas maneras como lo hizo un periodista cuando en una variación de la misma escribió: “ya no se trata de un Estado fallido, sino de un Estado vencido”. (El Universal, 19.10-2019) Y en la cauda de comentarios, análisis, interpretaciones que recorren los medios de comunicación y las redes por miles en México y el mundo se han agregado otros adjetivos: Estado “falto de liderazgo”, “arrodillado”, “débil”, “capitulador”, “irresponsable”, “impotente”, “derrotado” y siguen otros calificativos que van en el mismo sentido.

La demostración de fuerza que dieron los carteles de delincuentes en Culiacán llegó a un punto culminante que determinará un nuevo capítulo de la lucha contra el crimen en el país. Hizo evidente la insuficiencia de las políticas gubernamentales en sus diferentes versiones, que finalmente no divergen mucho entre ellas. Pero los hechos de Culiacán han puesto de manifiesto, en especial,  las limitaciones de la política de “abrazos y no balazos” preconizada por Amlo supuestamente de alternativa a la de los gobiernos anteriores que “convirtió a México en un gigantesco cementerio”. Argumento que choca sin remedio con el hecho de que 2019, comparado con los últimos veinte años será el peor año en materia de homicidios dolosos, de feminicidios, de robo a negocios, de trata de personas, de narcomenudeo y una cauda de delitos que acompañan a los anteriores (extorsiones, secuestros y robos violentos). Simplemente en los días inmediatamente anteriores al jueves negro de Culiacán se produjeron acciones en Aguilillas, Michoacán en donde fueron emboscados y murieron 13 policías estatales el 15 de octubre y al día siguiente en Tamaulipas presuntos sicarios del cártel del noreste atacaron a elementos de la GN con un saldo de cuatro delincuentes muertos. Poco antes de los hechos anteriores la disputa por el control de Guerrero, estado en donde se encuentra la zona amapolera más grande el país, sigue provocando matanzas y crímenes como los de Tepochica, sin que el gobierno de Amlo haya avanzado nada significativamente en la clarificación del destino de los 43 desaparecidos de la normal de Ayotzinapa.

El saldo de la batalla de Culiacán, tal y como fue reportado en los días siguientes fue de 8 muertos (dos civiles, un soldado, cinco delincuentes), 13 soldados heridos, 39 presos fugados después que los sicarios estrellaron un blindado en una pared del reclusorio de Culiacán. Los ataques con metralla se registraron en las instalaciones de la Secretaria de la Defensa Nacional (Sedena), de la Procuraduría estatal y de la policía municipal así como en espacios del centro de la ciudad. Se quemaron vehículos, se amenazó con represalias a civiles en escuelas y unidades habitacionales. Pero circulan cifras diferentes de otras versiones, así como circulan versiones de acontecimientos que ocurrieron y que las versiones oficiales ignoran o no hacen públicas.

Muchas cuestiones han quedado al descubierto cuyas consecuencias serán más evidentes en el transcurso de los días siguientes. El impacto muy negativo en las filas del ejército, la marina y la GN, las piezas maestras de la política de seguridad nacional del gobierno, está por verse. Desde hoy ya se aprecian hechos directamente causados por el jueves negro: familias de militares abandonan Culiacán. La alta jerarquía militar ha producido un video en donde afirman “no nos rajamos” ya que encaramos 850 delincuentes con sólo 350 efectivos.

Trump y Amlo

Los grupos traficantes no sólo son de la droga, sino de diversos negocios sumamente lucrativos vinculados a la delincuencia (derecho de piso, trata de blancas, secuestros, tráfico de órganos). Se trata de un sector de los grupos dominantes que gozan de ganancias extraordinarias en la etapa actual de desarrollo del capitalismo tardío decadente en que nos encontramos. No son grupos externos a la estructura capitalista, sino ocupan espacios insertos en su tejido mismo, un tejido que no sólo es nacional sino internacional, en especial extendido hacia Estados Unidos. El papel de Washington y en general del mercado capitalista de la droga del país vecino, el más rico del planeta, es fundamental.

Trump habló, después de varios intentos, con Amlo, en la madrugada del viernes 18 pues éste se encontraba en la sierra de Oaxaca. Después se volvió a comunicar con él el sábado 19 y le pidió que ambos gobiernos debían colaborar estrechamente para detener el tremendo tráfico ilegal de armas estadounidenses a México, mostrando así la ingenuidad extraordinaria de Amlo con respecto a los verdaderos intereses de Trump, un aliado clave de la poderosa asociación que promueve y defiende la venta de armas en EUA.

Las informaciones son escasas pero las que han salido a la superficie son contundentes. Una se refiere al jefe de la DEA (la agencia contra las drogas de EUA) Uttam Dhillon quien estuvo en Culiacán semanas antes de los hechos del jueves 17 de octubre y se reunió con el gobernador de Sinaloa y con jefes militares. La otra se trata de Chris Landau, el nuevo embajador estadounidense, una de cuyas encomiendas que trasmitió al gobierno de México fue la solicitud de Washington de la detención de Ovidio López con fines de extradición. Hasta hoy es todo lo que se ha filtrado a los medios. Tanto Amlo como Marcelo Ebrard, quien es el protagonista más importante de estos acontecimientos sólo después de su jefe, han permanecido herméticos al respecto. Una cosa es sin embargo clara: su dependencia con respecto a Washington se mantiene. La GN seguirá de asistente de la border patrol de Trump vigilando las dos fronteras para detener las oleadas de centroamericanos, caribeños y hasta africanos que desean atravesar el país para llegar a EUA.

Situación de inestabilidad

El impacto político mayor de la batalla de Culiacán ya se está viendo sólo días después de ocurridos los acontecimientos. Hay una clara división nacional sobre la decisión de Amlo de liberar al Chapito Ovidio. En la primera encuesta publicada por el diario Reforma, de inclinación pro empresarial y claramente independiente del gobierno, ante la pregunta ¿está de acuerdo o en desacuerdo con la decisión del gobierno? 49% dicen que están en desacuerdo y 45% de acuerdo. Y ante la pregunta: Hoy en día ¿a quién ve más fuerte? El 56% contesta “al crimen organizado” y 33% “al gobierno”. (Reforma, 21.10.2019). Seguirán otras encuestas, seguramente no muy diferentes en sus resultados. Se producirá en el país un ambiente de confusión y desorientación en sectores que habían confiado por completo en el liderazgo obradorista.

Su confrontación con los sectores de derecha más conservadores se ha incrementado. Pero una recuperación del PRI o del PAN es mucho muy difícil, por tanto los elementos democráticos del sistema se debilitarán en favor de los autoritarios. La dependencia del ejército aumentará en condiciones no tan favorables para Amlo. A  poco más de un mes de cumplir el primer año de su gobierno, el balance no es ni mucho menos como el que se proyectaba en los primeros días de apoyo y confianza de amplísimos sectores populares. El desgaste que ha experimentado y que el jueves negro de Culiacán ha acelerado indudablemente tendrá consecuencias profundas. Han surgido en amplios sectores dudas sobre lo adecuado o no de su estrategia de seguridad nacional y está siendo muy evidente que, aparte de la retórica confusa, su estrategia no es cualitativamente diferente a la de Calderón o de Peña Nieto. Más bien ha reforzado la militarización de tal estrategia con el agravante de que la batalla de Culiacán tiene como una de sus consecuencias el surgimiento de cierto malestar en el ejército por la forma en que actuó.

El gobierno tiene el imperativo de detener al Chapito. Debe realizar un fuerte recambio de jefes, empezando por Durazo. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el cual en estos días está realizando su primera prueba como una fuerza capaz de organizar democráticamente su Congreso sin la directa tutela de su caudillo, está fallando estrepitosamente. Crecen las disputas entre los dirigentes, varias asambleas distritales en varios estados (Guerrero, Morelos Tlaxcala) se han suspendido por la violencia entre sus miembros, acusaciones de que se llevan acarreados, organización deficiente de las instalaciones incluso en la Ciudad de México. Y en todo el país las deficiencias son crecientes dejando mucho que desear al esfuerzo por forjar a Morena como una fuerza firme y cohesionada capaz de acompañar el liderazgo de Amlo. Al contrario, está dando muestras tremendas de incapacidad ya no sólo política sino organizativa.

Perspectivas

La batalla de Culiacán como la primera gran crisis del gobierno de Amlo es ya un hito de la historia mexicana presente. Se da en un contexto complejo en el cual hay muchos elementos de inestabilidad social, política, económica que se acumulan

nacionalmente en un momento en el que al nivel internacional (Chile, Hong Kong, Siria, Ecuador, Barcelona incluso en cierta forma Francia con los chalecos amarillos sólo para nombrar los casos más notables) el ascenso de la lucha de clases no es ya sólo una potencialidad inserta en las contradicciones del capitalismo sino una realidad que emerge a la superficie y que estremece al mundo.

La historia de México en los últimos treinta años ha arrinconado a las alternativas socialistas revolucionarias e independientes a los márgenes de la política. Los trabajadores han experimentado procesos políticos que los han llevado a la actual situación de enorme confusión, pero que también han sido experiencias que dejaron importantes lecciones por lo menos en ciertos sectores si no de grandes masas, sí de grupos importantes con arraigo e influencia política. Están las experiencias antipriistas de los años ochenta, las importantes movilizaciones con motivo del alzamiento neozapatista y, por supuesto, la lucha contra el PRIAN que a partir del año 2000 los grupos dominantes, asesorados por Washington, pactaron para intentar imponer un proyecto de democracia burguesa a la  mexicana. Las elecciones de julio del año pasado arrasaron con ese proyecto de transición democrática pactada. El régimen experimenta con el gobierno de Amlo una nueva experiencia, compleja y contradictoria que se desarrollará con altas y bajas. Los acontecimientos de Culiacán son un signo de estos tiempos contradictorios.

El estilo personal de gobernar de Amlo se proyecta como el del clásico caudillo que en la tradición mexicana tiene un largo abolengo a raíz de la instauración del sistema de dominación bonapartista que dominó durante la mayor parte del siglo XX. La crisis y decadencia del PRI fue mortal para esa forma de bonapartismo surgido como consecuencia de la revolución mexicana. Pero el periodo del 2000 al 2018 de “transición democrática” pactada, con su culminación en el odiado, asesino y corruptísimo gobierno de Peña Nieto, fueron el jaque mate de la endeble “democracia” mexicana. Estamos atravesando un híbrido político en el cual los anhelos de la reinstauración de un bonapartismo con Amlo son evidentes como lo son los obstáculos que impiden su consolidación. México ya no es el país campesino de hace 80 e incluso 50 años, la burguesía mexicana es hoy una clase que no existía en tiempos de Cárdenas, los trabajadores son la abrumadora mayoría de las grandes ciudades que concentran más del 70 por ciento de la población nacional y el imperialismo estadounidense quiere un gobierno por completo subordinado al sur de su frontera. Hay poco margen para un bonapartismo populista Y si agregamos que la personalidad del mismo Amlo ni de lejos se compara con los caudillos del auge del régimen posrevolucionario, por más que quiera reflejarse, con su Cuarta Transformación, en esos anales heroicos, tenemos que los años próximos anuncian tiempos inestables, llenos de conflictos.

Serán tiempos en los que, por fin, esa lucha de clases que no sólo asoma la cabeza, sino que se yergue poderosa en el mundo entero en estos momentos, se exprese también en México. Ya hay anuncios precursores de lo que viene como las huelgas de los trabajadores de la fronteriza Matamoros, como la resistencia caótica pero indoblegable de las secciones de la CNTE y de miles de maestros en todo el país que se mantienen insurgentes, de los sectores estudiantiles que permanecen alertas desde siempre, de los familiares y solidarios que luchan por los desaparecidos y por la libertad de los presos políticos y de los numerosos grupos de mujeres y hombres activistas que constituyen el oro molido de los cuadros militantes que serán la diferencia en los próximos ascensos de las luchas. Son los escenarios posibles que la voluntad rebelde y la acción revolucionaria estratégica podrán hacer realidad y transformar a México en el país independiente, democrático socialista e internacionalista por el que han luchado y luchamos tantas generaciones de revolucionarios.

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