Periodistas Unidos. Ciudad de México. 26 de mayo de 2021.- La crisis financiera mundial que estalló en 2008 y que se convirtió en la Gran Recesión, tuvo muy diversos efectos políticos y sociales en los rincones del planeta. Conmovió, asimismo, al pensamiento dominante en el ámbito académico y en los círculos intelectuales ligados a partidos políticos e instituciones gubernamentales.
Sacó a la gente a las calles a protestar; cambió el sentido y preferencia de los votantes, a veces por opciones de ultraderecha y otras por la izquierda; y revivió el debate acerca de las reformas y perspectivas del capitalismo.
En América Latina, tenemos los casos de Argentina, Colombia y Chile y, con resultados inciertos, Perú, aunque casi al mismo tiempo hay que incluir la derrota de la izquierda en Ecuador. Desde luego, la elección de 2018 en México formaría parte de estas manifestaciones de cambio e inconformidad.
En Europa y Estados Unidos, igualmente, ha habido mudanzas muy destacadas. En el vecino del norte las inconformidades se han expresado en las calles, desde “Occupy Wall Street” en 2011, hasta los diversos movimientos contra el racismo que se encresparon hace casi un año con el asesinato de George Floyd a manos de la policía. En la política, los estadounidenses eligieron presidente a un personaje con un discurso antiglobalización de derecha (Trump) y luego a un demócrata que está proponiendo cosas nuevas en el ámbito de la política económica, entre otras, un impuesto a las transnacionales y a los super ricos. Una cosa parecida ha sucedido en Europa, pero aún más variada y difícil de entender ya que las realidades nacionales siguen marcando en buena medida las coyunturas políticas a pesar de o precisamente por el diseño de la Unión Europea.
Según han escrito diversos comentaristas y expertos como Alyssa Battistoni en The Nation, una revista progresista que se publica en Estados Unidos, la crisis capitalista ha cuestionado severamente el pensamiento académico y los programas políticos en diversas partes del mundo. Académicos que no se reclaman marxistas y que se educaron bajo una orientación más bien liberal, ahora se han dedicado a analizar críticamente las dolencias del capitalismo. Desde el gran éxito de Thomas Piketty en 2013,” El capital en el siglo XXI”, la industria editorial ha producido nuevos libros acerca de la desigualdad capitalista a un ritmo acelerado. En los últimos dos años se ha visto la publicación de otro libro de Piketty, “Capital e ideología” y, casi al mismo tiempo el texto “El triunfo de la injusticia: Cómo los ricos evaden impuestos y cómo hacer que paguen” de Gabriel Zucman y Emmanuel Saez; Unbound: How Inequality Constricts Our Economy and What We Can Do about It (“Sin ataduras: cómo la desigualdad constriñe nuestra economía y qué podemos hacer acerca de ello”) de Heather Boushey; y “Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo” de Anne Case y Angus Deaton, por mencionar solo algunos títulos. A esta lista hay que agregar los textos de Branko Milanovic, un economista que se ha dedicado a estudiar a fondo el tema de la desigualdad en el mundo. Su texto más reciente, “Capitalismo, nada más: el futuro del sistema que domina al mundo” pudiera leerse, según Battistoni, como un tributo a Marx.
En lo que toca al libro de Thomas Piketty “Capitalismo e Ideología”, la intención es, igualmente, muy ambiciosa: replantear el programa y el significado del socialismo como alternativa política para el mundo actual. Para ello, escribió un texto de 1317 páginas en la que analiza varios siglos de historia de una gran diversidad de países; recurre al análisis político-electoral; y elabora un programa de reformas que propone, en lo fundamental, altas tasas impositivas al patrimonio, las sucesiones testamentarias y los ingresos de las personas más ricas en cada país para que el capital no se concentre en unas cuantas manos. De esta manera, la propiedad privada pasaría a ser “temporal”.
A este catálogo de autores habría que sumar las aportaciones, muy destacadas, de profesores radicados en Asia, particularmente en la India y en el Sudeste de esa región. Todos estos estudios tienen en común, por un lado, romper con las restricciones formalistas de los modelos económicos (y econométricos) dominantes todavía y, en segundo lugar, adoptar un enfoque sustentado más en la historia, la sociología, las ciencias políticas y hasta en la ficción literaria, que en las matemáticas. En lugar modelos idealizados y abstractos, estos economistas basan sus análisis en una montaña acumulada de evidencia empírica que documenta el crecimiento de fortunas gigantescas de unos cuantos; el deterioro de la salud y la educación de la mayoría de las personas y las familias que se encuentran abajo del 10% más rico; la reducción de las tasas impositivas para las empresas y las personas más prósperas; y el estancamiento de los salarios de la mayoría de la gente trabajadora.
Desde luego, esta visión crítica del capitalismo cuenta en América Latina con destacados especialistas, muchos de ellos ligados a la CEPAL o a CLACSO. En nuestro país contamos con renombrados profesores e investigadores que laboran en la UNAM, la Metropolitana y otras instituciones, públicas y privadas, de la capital y de los estados. No cabe aquí hacer un recuento de sus nombres y sus obras: faltaría espacio y siempre existe el riesgo de las omisiones.
En cambio, me interesa subrayar que toda esta agitación intelectual que pareciera apuntar a un renacimiento del pensamiento crítico, a menudo, con una inspiración socialista, está llegando a las esferas de las instituciones políticas. Quizás para muchos apenas se puede notar, pero hay ciertos cambios en el discurso y las decisiones de algunas instituciones como el FMI. O en las propuestas del “ala socialista” de los legisladores del Partido Demócrata en Estados Unidos. O en una mayor fuerza política de algunos partidos europeos de izquierda.
Sin embargo, se trata de una influencia que no ha provocado grandes transformaciones. Ya veremos el curso de las políticas de Biden en Estados Unidos y, si en efecto, hay un verdadero cambio de rumbo. La clave (o una de las más importantes), para medir la magnitud de las innovaciones, como han señalado los autores mencionados, reside en la política fiscal y el control del flujo de capitales para de esta manera reducir drásticamente las grandes desigualdades de nuestro mundo actual.
En América Latina los gobiernos de izquierda han sido exitosos en promover nuevas políticas que redistribuyen el ingreso mediante nuevos o más amplios programas sociales. No obstante, han sido tibios y hasta conservadores para imponer nuevos impuestos que graven más a los más ricos y disminuyan la carga a las clases medias y desfavorecidas. Un ejemplo muy destacado fue Brasil durante los mandatos presidenciales de Lula y Dilma.
En México, antes de la pandemia, el gobierno de López Obrador parecía enfilarse hacia un modelo parecido al brasileño, aunque con mayor énfasis en el combate a la corrupción. La disrupción económica del 2020 y (en menor medida) 2021, sin embargo, cambió drásticamente la realidad. A pesar de los nuevos programas del gobierno de López Obrador, el número de mexicanos pobres y extremadamente pobres ha crecido, lo mismo que la desigualdad económica.
¿Cómo remediar este daño y evitar que siga extendiéndose? Quizás las nuevas visiones teóricas que hemos mencionado puedan ser útiles para imaginar un programa de recuperación económica. Lo malo es que el debate intelectual y político se está gastando en falsas disyuntivas y en una absurda disputa por la historia. Lo importante, creo, si atendemos a las nuevas aportaciones teóricas, ha estado fuera de la agenda de los partidos y las campañas. No hay, de un lado, el mínimo esfuerzo por reconocer el saldo desastroso del pasado ni, del otro, la necesidad de rectificar frente a los efectos de la gran catástrofe pandémica. El pensamiento crítico ha estado ausente. Esperemos que renazca después de las elecciones.
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