Las elecciones del domingo

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 04 de junio de 2021.-  El votante tiene derecho a equivocarse, aunque las consecuencias las pagamos todos. Es una característica de la democracia y cabe asumirla, porque sufragar en uno u otro sentido no garantiza la satisfacción de cada ciudadano, pues toda elección es una apuesta.

El riesgo de equivocarnos es mayor cuando no conocemos a los candidatos, cuando no sabemos qué proponen él o ella ni a cuál partido pertenecen. El asunto es más complicado porque ignoramos el origen y la trayectoria de cada partido, su orientación política, sus principios (si los tienen) y sus programas.

Nada o muy poco de eso sabemos. En buena medida vamos a ciegas hacia las urnas porque la barahúnda propagandística se reduce a lemas abstractos e incomprensibles o a los nombres de los candidatos, generalmente perfectos desconocidos.

Sabemos más del gobernante que del partido que lo llevó al poder, porque, para bien y para mal, está en el centro de la información y el ciudadano se debate entre el análisis crítico y la relativa noción de seguridad que emana de toda autoridad. Pero enfrente se hallan las opciones de cambio, que nunca acaban siendo lo que suponemos.

En el caso mexicano, siete décadas de absolutismo priista, con el añadido del sexenio de Peña Nieto, aportan suficientes elementos de juicio. El PRI vivió y ofreció a la nación algunos momentos brillantes, memorables, pero igualmente ofendió a la sociedad con su despotismo que en varias ocasiones llegó a extremos criminales. Desplegó el “desarrollo estabilizador” que permitió una apreciable movilidad social, pero el manejo irresponsable y personalista del erario nos sumió en la tremenda noche del neoliberalismo.

Acción Nacional, que durante 61 años navegó contra la corriente con firmeza casi siempre ejemplar, al llegar al poder lanzó por la borda el prestigio ganado y 12 años en la Presidencia de la República mostraron su incapacidad para gobernar y, como el PRI, los extremos brutales a que se puede llegar cuando se quiere gobernar a balazos, como lo hizo Felipe Calderón, con los funestos resultados que conocemos.

En la chiquillería hay poco de rescatable. El PVEM es un negocio nada limpio y una burla del ecologismo, de la política y de la decencia. El PT resulta una mezcla poco afortunada de izquierdismo acomodaticio y ausencia de un horizonte propio. El PES se dedica a pescar en el actual río revuelto y, al igual que los nuevos partidos, es dudoso que mantenga el registro.

La coalición de PRI, PAN y PRD, que opera bajo la expresión Va por México, también conocida como el PRIANRD, es un ménage à trois que puede resultar gratificante para sus actores, pero que implica la renuncia de las partes a ser quienes habían sido, y eso los hace poco confiables.

Los números del domingo le dirán a Morena si pesó más el reparto de becas y pensiones, las decisiones para rescatar el petróleo y otras medidas nacionalistas o la caída de la economía en los dos primeros años del sexenio, el empeño presidencial en dividir y confrontar a los mexicanos y el desorden en diversas áreas, lo que en buena medida es atribuible a la pandemia.

Desde luego, los resultados de la elección nos dirán qué tan acertados o erróneos son nuestros análisis. Pero, en cualquier caso, habrá que salir a votar, porque en el hecho de cruzar la boleta expresamos el deseo de que el país marche por el camino que consideramos mejor o menos malo, pero sabiendo que la decisión personal se suma a la que expresen decenas de millones de mexicanos, porque éste es un juego que todos jugamos, y lo hacemos con un alto riesgo de perder. Pero si renunciamos al voto abrimos la puerta a las decisiones autoritarias de un lado o a los afanes desestabilizadores del otro. La democracia —sentencio Churchill— es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado.

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