Periodistas Unidos. Ciudad de México. 21 de octubre de 2022.- Las vacunas forman parte de la vida moderna. Del siglo XIX a la fecha han salvado de enfermedades y de la muerte a infinidad de seres humanos y, como es bien sabido, con ellas los gobiernos de todos los países suelen afrontar y prevenir epidemias y pandemias.
En México, la reciente crisis sanitaria causada por covid-19 fue, desde luego, afrontada con las vacunas que producen los más grandes laboratorios del mundo. Se procedió a una primera vacunación, luego a una segunda y una tercera, vino después la cuarta. No se han proporcionado cifras de quiénes recibieron el citado producto biológico en cada etapa, pero suman legión quienes no llegaron a la tercera dosis y, presumiblemente son más aquellos que ya no se interesaron en recibir la cuarta.
Como lo sabe cualquiera, un alto porcentaje de vacunados padecieron el mal contra el que se suponía que estaban protegidos. De ahí que si las vacunas aplicadas no protegen, carece de sentido recibirlas. Sería interesante saber cuántas personas participaron en cada campaña, pero las instituciones de salud han ofrecido una discreta y parcial información o han guardado un ominoso silencio.
Lo anterior importa por el costo inmenso que ha tenido para el país la adquisición del biológico, y a nadie le gusta comprar algo que sabe inútil o que tiene resultados que no se ajustan a lo prometido. Más indignante resulta saber que los países del África subsahariana, que se cuentan entre los más pobres, adquirieron pocas vacunas y, sin embargo, sus índices de mortalidad no son mayores a los que tienen países industrializados, tal vez porque consumen, desde antes de la llegada del covid-19, medicamentos que la Organización Mundial de la Salud declaró como inútiles y hasta peligrosos, como la ivermectina, lo que representa una gravísima irresponsabilidad, como también es el caso de la reprobación de la OMS a sustancias que no son producidas por los grandes laboratorios, pero que demostraron ser más eficaces que las de marca y patente internacional, como el dióxido de cloro.
Meses después de que se iniciaran las campañas de vacunación, en varios países se fueron presentando brotes de enfermedades que se creían extinguidas o controladas, como la poliomielitis o el cólera. Extrañamente, una enfermedad antes localizada en pocos países de África, como es el caso de la viruela símica, ahora aparece en Europa y en otros continentes, lo que desde luego incluye a las 32 entidades federativas de México, con más de cuatro mil casos sospechosos y casi 2,500 confirmados.
No menos alarmante es que durante la pandemia se hayan duplicado los casos de cáncer de mama y el tamaño de los tumores, algo sin precedente que las autoridades atribuyen a que por miedo al contagio las mujeres no iban a los hospitales, donde se daba prioridad a enfermos de covid-19, pero todo sin cifras ni datos duros.
La misma OPS nos sale ahora con que son cuatro las emergencias que amenazan al mundo: “Nuestra región —dice— está bajo presión”, lo que causa una inmensa alegría a los grandes laboratorios internacionales, pues con el pretexto del covid-19 aumentaron sus ganancias en 50 por ciento, más lo que se acumule esta semana.
El doctor Manuel Gaxiola, del Centro Médico Nacional y el Instituto Nacional de Cardiología, declaró que ocho millones de mexicanos, expuestos al coronavirus o víctimas de covid-19, tienen secuelas cardiacas, en tanto que un estudio citado por el mismo especialista señala que dos de cada diez sobrevivientes de covid-19 desarrollan arritmias del corazón o sufren dolores de pecho, uno de cada cien “debuta con hipertensión” y seis de cada diez padecen cansancio sin causa aparente.
Como resulta evidente, la información que ofrecen las autoridades es insuficiente, confusa, sesgada y hasta mentirosa, ¿verdad señor Hugo López-Gatell?