En memoria de Jorge Martínez
Almaraz, el querido Chale.
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 05 de agosto de 2022.- Si alguien lo dudaba, la reciente votación interna (y externa) de Morena confirma que los partidos políticos mexicanos atraviesan por una crisis probablemente terminal, por lo menos algunos de ellos. Las fronteras ideológicas están ausentes y hoy partidos como PAN, PRI y PRD olvidan lo que fueron y dijeron para compartir como única tarea su combate contra el actual gobierno.
En lo que respecta a Morena, la reciente elección de delegados a su próximo Congreso Nacional denota el desbarajuste que reina en esa organización, donde, para empezar, cualquier hijo de vecino pudo emitir su voto. Así pues, no era necesario ser militante para decidir el futuro de Morena y participar en la selección de “sus” candidatos, lo que resulta aberrante, pues miembros de otras organizaciones pueden inclinar la balanza en favor de uno u otro de los propuestos, además de que tales prácticas contribuyen a borrar las fronteras entre un partido y otro. Por si algo faltara, ni siquiera hubo una discusión previa sobre lo que proponía cada candidato y cada corriente involucrada, lo que exhibe el menosprecio de la dirección morenista hacia sus bases, que tuvieron un peso igual, incluso menor al de los forasteros, quienes en el congreso decidirán sobre los candidatos a cargos públicos.
Lo mismo ocurre en la oposición, donde las diferencias se han esfumado y los adversarios de ayer hoy son, según se vea, aliados, hermanos o compinches, quienes consideran amnésicos a los electores, incapaces de recordar lo que distinguía a una agrupación de la de junto. Para quienes encabezan esos partidos, lo único que importa es contribuir al fracaso del actual gobierno de la República, no para impulsar un proyecto propio, sino simplemente para obtener el mayor número de cargos, chambas, huesos, pero sin atender el riesgo de perder legitimidad, lo que acabará por cobrarles el electorado.
Todos los partidos exitosos están dirigidos por cuerpos oligárquicos, incluso, las formaciones que tienen en la cumbre a un caudillo, como fue el caso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), del
Partido Nacional Socialista de Alemania (NSDAP) o el PNR-PRM-PRI. En ellos y en otros, los niveles intermedios de dirección jugaban el papel de amortiguadores de la inconformidad. A ellos les tocaba hacer aceptables las decisiones del caudillo y, a la vez, hacerle llegar las inquietudes, necesidades y demandas de sus representados para hacerlas pesar en las decisiones.
Desde luego, hay siempre personajes y corrientes enteras que se niegan a acatar la disciplina. Ante su negativa a aceptar las decisiones, sólo queda la expulsión, el marginamiento, la ejecución o la rebelión política y hasta armada, como ocurrió varias veces en el PNR-PRM-PRI.
En España, la dirección del PSOE reunía a los “barones y baronesas” del partido, esto es, a quienes tenían ascendiente sobre uno o más sectores de la militancia. En ese nivel, los líderes buscaban acuerdos o hacían tragables las decisiones del líder. Pero cuando no resulta aceptable lo que resuelve el caudillo personalmente o mediante sus colaboradores del más alto nivel, como ha ocurrido en varios países europeos, el líder es desplazado y se elige a un sucesor.
En tales sustituciones, la clave del éxito es que el elegido sea alguien que pueda zurcir con éxito el desgarramiento, mantener la unidad doctrinaria y política del partido, ganar dentro de éste autoridad y socialmente legitimidad. Cuando la sucesión no es debidamente preparada o se ejecuta en forma defectuosa, el hecho se refleja en una notoria inconformidad del partido, incluso de la sociedad, lo que lleva a rotundos fracasos electorales.
En Morena se ha marginado groseramente a Ricardo Monreal, una de sus principales figuras, y ahora, en la elección “interna”, desaparecieron de las listas no pocos cuadros de larga trayectoria y se dio cabida a legiones de recién llegados. Un caso aparte es el de Marcelo Ebrard, que hasta ahora decidió inscribirse formalmente en Morena, lo que es una sátira inconsciente de sí mismo y de los procesos internos del morenismo, que encumbra figuras que ni siquiera militan en sus filas.
En Morena están jugando con fuego, y cuando eso ocurre hay muchos quemados.