Metamorfosis del imperialismo

Por Peter Drucker

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de noviembre de 2022.- [Lo que sigue es una versión editada de una charla que dio el autor el pasado 20 de agosto dentro de una serie de cuatro conferencias telemáticas organizadas por el Instituto Internacional de Investigación y Educación (IIRE), con sede en Amsterdam, sobre “los cambios de forma del imperialismo” tras el estallido de la guerra en Ucrania.]

Desde el 24 de febrero, el día en que Rusia invadió Ucrania, el imperialismo ha cambiado. No es la primera vez, ya que desde su origen a finales del siglo XIX ha experimentado importantes cambios de forma varias veces. Hubo grandes transformaciones tras el final de la segunda guerra mundial y de nuevo con el ascenso de la globalización neoliberal en la década de 1980, culminando en la hiperglobalización que duró de alrededor de 1995 a 2008. En cada ocasión, ciertos rasgos del imperialismo que la teoría marxista había considerado centrales quedaron en entredicho. Ahora esto vuelve a ocurrir.

Cada fase del imperialismo ha provocado debates políticos cruciales y divisiones en la izquierda: en torno al defensismo frente al derrotismo durante la primera guerra mundial y de nuevo durante la segunda; sobre la actitud con respecto a las guerras de liberación nacional durante la guerra fría; sobre la propuesta de reconceptualización del imperialismo como imperio en el periodo de la globalización neoliberal. Ahora, con la guerra en Ucrania, surgen debates sobre las sanciones contra Rusia, el envío de armas a Ucrania y la actitud ante la expansión de la OTAN (ahora y retrospectivamente). Se plantean cuestiones potencialmente similares en relación con el conflicto entre China y Taiwán.

No trataré de abordar todas estas cuestiones en esta conferencia introductoria. La mayoría de las cuestiones concretas en torno a Rusia y China se tratarán en las otras tres conferencias: la de Pierre Rousset sobre el ascenso de China, la de Hanna Perekhoda y Cathérine Samary sobre Ucrania y la de Ilyá Matveyev sobre Rusia. (Aunque no me puedo resistir a decir algo sobre esos temas). Hoy me centraré en los fundamentos teóricos e históricos generales. Teniendo en cuenta las fases anteriores del imperialismo, formularé algunas propuestas sobre los rasgos de aquellas fases previas que hoy todavía son válidos y cuáles no. Asimismo, puesto que las otras tres conferencias no se centrarán en Estados Unidos y la Unión Europea, la de hoy prestará especial atención a los imperialismos estadounidense y europeo, que por supuesto no han desaparecido.

Aspectos clave

A modo de introducción a lo que voy a decir, permitidme exponer algunos aspectos clave. En primer lugar, ¿qué entiende la teoría marxista por imperialismo? Mucho antes de que surgieran los imperios coloniales en el siglo XIX, o la guerra fría o la globalización, ya hubo guerras y conquistas. La primera ola de expansión mundial europea, iniciada en el siglo XV por Portugal y en el siglo XVI por Castilla, incluso fue anterior al capitalismo. La conquista de India por Gran Bretaña y la conquista de Argelia por Francia, aunque fueron realizadas por Estados capitalistas, todavía no presentaban muchos de los rasgos principales del imperialismo que teorizó más tarde el marxismo.

Por decirlo muy esquemáticamente: a partir del último cuarto del siglo XIX, la expansión mundial europea, y posteriormente estadounidense y japonesa, tal como la analizaron varios y varias marxistas, se caracterizó por una penetración más profunda de las relaciones capitalistas en la producción, el comercio y la inversión en las regiones conquistadas, y por una dominación más directa de empresas capitalistas con base en los países dominantes: cárteles y trusts en la época de Lenin y empresas y bancos multinacionales hoy en día.

Estos han sido los rasgos duraderos fundamentales del orden imperialista, por mucho que este haya mutado radicalmente varias veces en el siglo y medio transcurrido desde entonces. Así, ¿que es lo específico del imperialismo actualmente? En comparación con los años de guerra fría o el periodo de hiperglobalización, estos son tiempos de mayor inestabilidad, crisis recurrentes y agitación geopolítica. Sin embargo, en mayor medida que en los años de guerra fría ‒cuando se enfrentaron grandes potencias capitalistas y no capitalistas‒, el imperialismo es hoy un orden verdaderamente mundial. Aparte de algunos países aislados, como Cuba y Corea del Norte, en la actualidad todos los países son esencialmente capitalistas. Y el capitalismo global puede y debe analizarse en su conjunto. Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, China y Rusia son partes enfrentadas pero integrantes de ese conjunto.

Este análisis constituye una base teórica de una posición política: una política anticampista, es decir, una política que se opone a todos los campismos. Dentro de este orden global imperialista no existe ninguna potencia antiimperialista, o sea, ninguna potencia importante que se oponga a la dinámica general del capitalismo globalizado. Esto significa que debemos reconocer la realidad de los imperialismos ruso y chino y oponernos a ellos radicalmente, sin ver en ellos un mal menor, puesto que en última instancia forman parte del mismo mal mundial.

Al mismo tiempo, debemos oponernos radicalmente al imperialismo estadounidense, europeo y japonés, negándonos a ver en ellos el mal menor, inclusive a escala regional o local, como por ejemplo en Ucrania. En otras palabras, nuestro análisis ha de sentar las bases de una política revolucionaria independiente de todos los imperialismos.

Relevancia del análisis de Lenin

Para empezar, volveré sobre los fundamentos teóricos. Para mí, esto significa volver sobre lo que escribió Lenin. Aunque Luxemburg, Bujarin, Hilferding y otros hicieron hace más de un siglo importantes contribuciones a una comprensión marxista del imperialismo, quiero subrayar varias ideas cruciales del análisis de Lenin que pienso que siguen siendo válidas hoy en día.

En primer lugar, Lenin (como otros y otras marxistas de su época) entendieron el imperialismo como una realidad fundamentalmente económica. El colonialismo y el militarismo formales están subordinados en su análisis a esta realidad económica. En segundo lugar ‒un aspecto que a menudo se olvida‒, Lenin comprendió la heterogeneidad de diferentes imperialismos. Por ejemplo, en la época de Lenin el imperialismo zarista era económicamente débil y por eso dependía especialmente del poder militar para mantener la dominación económica del capital ruso a lo largo y ancho del imperio zarista.

Los capitales británico, alemán y estadounidense eran suficientemente fuertes en el terreno económico para ejercer el poder más allá de los límites de los Estados que dominaban; no así en el caso del capital ruso. Tampoco es el caso de la Rusia actual de Putin. En cuanto a China, a pesar de la fuerza y el dinamismo de su economía, su imperialismo contempla un papel excepcionalmente preponderante del Estado y del partido gobernante. Paradójicamente, el capitalismo chino debe gran parte de su resiliencia a la revolución anticapitalista que forjó el Estado y el partido en el poder.

La Unión Europea se halla en el extremo opuesto a Rusia en el espectro imperialista: su fuerza económica no guarda proporción con sus medios militares. Esto significa que la UE puede adoptar una posición aparentemente pacífica en Ucrania sin reducir su poder económico sobre este país. Sin embargo, como suele decirse, la UE es un gigante con pies de barro. Desde el punto de vista militar, la UE todavía depende en gran medida de la capacidad de EE UU ‒portaaviones, por ejemplo‒ para proyectar el poder militar a otras partes del mundo, o incluso, hasta cierto punto, dentro de Europa. Así, mientras Europa ejerce su poder económico imperial más allá de las fronteras de la UE, depende de EE UU para sostener ese poder en términos militares.

El aspecto clave al respecto es que mientras Lenin en su época comprendió las diferencias entre EE UU y la Rusia zarista, caracterizó a ambos países de Estados imperialistas. Hoy deberíamos hacer lo mismo con respecto a todas las potencias imperialistas diferentes.

En tercer lugar, Lenin distinguió entre imperialismos establecidos, que se concentraban en defender el statu quo, y los imperialismos emergentes, más agresivos, como Alemania. Sin embargo, durante la primera guerra mundial se negó a considerar que potencias más establecidas, como Gran Bretaña y Francia, eran menos imperialistas; es esencialmente la misma postura que adoptó Trotsky durante la segunda guerra mundial.

En cuarto lugar, Lenin entendió que la principal línea divisoria en el mundo era la que tenía a un lado a todas las potencias imperialistas y al otro los países y regiones dominadas por el imperialismo. Consideró que esa era una divisoria estructural, basada en las relaciones continuas de subordinación económica: las posiciones dominantes de las potencias imperialistas en el mercado y las finanzas, su acceso privilegiado a las materias primas, etc. Se trataba principalmente de una divisoria económica, no jurídica. Es decir, países formalmente independientes como China, Persia y México, que Lenin calificó de semicolonias, estaban dominados por el imperialismo.

Este análisis se aplica actualmente a Ucrania. Este país está defendiendo su soberanía nacional en esta guerra. Sin embargo, su acuerdo de asociación de 2015 con la UE, que puso fin a un periodo en que Ucrania basculó entre Rusia y la UE, la forzó a abrir su mercado a las exportaciones e inversiones de la UE. El acuerdo también obligaba a Ucrania a adoptar una serie de reglas comunitarias sobre cuyo redactado, como país no miembro, no tiene voz ni voto. Esto la convierte esencialmente en una semicolonia de la UE. Al defender su independencia, también defiende la esfera de influencia de la UE.

La divisoria estructural entre países imperialistas y dominados también se manifiesta actualmente en el impacto global de la guerra en Ucrania. La guerra está causando sufrimiento en muchos países. En Europa, por ejemplo, la clase trabajadora y la gente pobre, especialmente, sufrirán mucho este invierno por el alza de los precios de la energía. Pero las consecuencias para los países dependientes son mucho más devastadoras.

Durante muchas décadas, la producción nacional de alimentos se ha visto diezmada en muchos países dependientes por la globalización neoliberal, especialmente en el patio trasero africano, caribeño y pacífico de la UE, donde esta se estableció como todopoderosa empresa de importación de productos agrarios. Hoy, las poblaciones de los países dependientes ya no pueden costear los alimentos en un mundo que se ha visto privado de los cereales ucranianos. La gente morirá de hambre, en un tiempo en que el calentamiento del planeta ‒otra consecuencia de una economía desigual‒ ya ha arrasado la agricultura en muchos países del Sur global.

La resistencia es progresista

Una última cuestión sobre el análisis de Lenin ‒un aspecto clave‒ es que él creía que siempre que surja una resistencia independiente frente a la dominación imperialista en un país dominado, esta resistencia es progresista y merece ser apoyada. En esto discrepaba del argumento de Rosa Luxemburg de que en la era del imperialismo solo un movimiento socialista revolucionario puede ser genuinamente independiente de todos los imperialismos.

Esto se planteó en el debate que sostuvo Lenin con Luxemburg con respecto al alzamiento de Pascua de 1916 en Irlanda. Lenin apoyó a los rebeldes irlandeses contra el imperialismo británico, y les habría apoyado incluso si hubieran aceptado armas de Alemania, porque vio que su rebelión era independiente en la práctica de toda influencia externa por parte de alguna potencia imperialista. No había comparación posible entre la situación de los rebeldes irlandeses en 1916 y la situación de los gobiernos de Serbia y Bélgica, cuyos territorios habían sido ocupados casi enteramente por Alemania y Austria-Hungría y cuyas decisiones, por tanto, estaban en gran medida subordinadas a los mandos militares británico y francés.

Esta misma lógica es la que subyace al apoyo que prestan actualmente las y los marxistas a Ucrania en su lucha contra el imperialismo ruso, a pesar de que recibe armas de los países de la OTAN. Pese a todas sus deficiencias políticas, Zelensky tiene hoy un margen de maniobra que impide calificarle de mera marioneta de la OTAN. A este respecto, aunque Zelensky es en última instancia un neoliberal de derechas ‒haciendo malabarismos con los intereses imperialistas y los de la oligarquía ucraniana, particularmente el sector cuyo imperio mediático lo encumbró‒, no es una criatura de la extrema derecha reaccionaria, a pesar de las afirmaciones exageradas de algunos izquierdistas sobre el poder fascista en Ucrania.

En este sentido, podemos ser mucho menos ambivalentes con respecto a las victorias ucranianas en el campo de batalla que, por ejemplo, en relación con la victoria talibán sobre el imperialismo en Afganistán. El intento de derrotar a los talibán con un gobierno títere afgano y su ejército siempre ha estado condenado al fracaso. La resistencia ucraniana no está en absoluto condenada al fracaso en este sentido, porque el gobierno de Ucrania no es de esta clase de régimen títere.

OTAN sin ilusiones

Si pasamos a analizar fases posteriores del imperialismo ‒la guerra fría y el periodo de globalización neoliberal‒, podremos apreciar algunas cuestiones políticas importantes más. Después de 1945, un rasgo central del imperialismo que había analizado Lenin ya no se sostenía. Lenin pensó que los conflictos de intereses de diferentes capitales conducirían inevitablemente al estallido de guerras entre Estados imperialistas. Entre 1945 y 1991, esto no ocurrió. No hubo guerras interimperialistas ni remotamente comparables con la primera y la segunda guerra mundial.

De hecho, la rivalidad económica interimperialista siguió siendo una realidad constante y creciente en el periodo de la guerra fría. Lo nuevo fue el papel de EE UU como garante militar del orden imperialista en su conjunto frente a grandes potencias no capitalistas y a revoluciones anticoloniales en países como Vietnam y Cuba, que se convirtieron en revoluciones anticapitalistas.

En una de las dimensiones de su función militar global, EE UU era, entre otras cosas, la potencia central de la OTAN. La OTAN era una alianza defensiva tan solo en el sentido de que defendía el orden imperialista. El compromiso estadounidense de defender a Europa Occidental era parte integrante de su defensa del capitalismo en todo el mundo, si bien el compromiso de Washington de defender los imperios coloniales europeos se combinaba con el intento de forzar la apertura de dichos imperios a fin de asegurar la igualdad de condiciones en la competencia capitalista.

El papel central de EE UU ha sobrevivido a la guerra fría y de hecho ha sobrevivido a los principales desafíos al capitalismo como tal. Actualmente, en 2022, el gasto militar de EE UU representa el 38 % del total mundial. Y la OTAN sigue siendo uno de los instrumentos militares de EE UU. La amenaza militar soviética a Europa Occidental era mucho mayor a finales de la década de 1940 que la amenaza rusa a los países de la UE actualmente. Después de todo, en aquel entonces había tropas soviéticas en Berlín, Praga y Viena, mientras que las tropas estadounidenses que habían combatido en Europa Occidental fueron desmovilizadas rápidamente, bajo presión popular después de 1945.

A pesar de la devastación de la URSS durante la guerra, la superioridad militar convencional soviética era demoledora después de la contienda. El monopolio nuclear de EE UU (que acabó en 1949) se consideró vital para detener el avance soviético en una nueva guerra, y los partidos comunistas francés e italiano eran vistos como poderosos quintacolumnistas. Putin con sus conexiones con partidos de extrema derecha europeos no tiene nada equiparable actualmente.

La oposición marxista a la fundación de la OTAN en 1949, incluso entre los grupos marxistas antiestalinistas, se derivaba de la comprensión del carácter global del orden imperialista. Esto sigue siendo cierto hoy en día y, de hecho, en mucha mayor medida que en aquel entonces, ahora que la OTAN ha salido fuera de su zona para evitar quedar fuera de juego. El papel de la OTAN en Afganistán de 2001 a 2022 no vino precedido de algún papel de la OTAN en Argelia o Vietnam durante la guerra fría. Esto debería facilitar la oposición a la OTAN en la actualidad cuando, por ejemplo, el ingreso de Suecia en la OTAN tiene consecuencias tan directas en la opresión de la población kurda en Turquía. (El régimen de Erdogan exige la extradición de activistas kurdos y kurdas de Suecia.)

Conviene señalar otra continuidad de la guerra fría: el dividendo económico que genera el papel militar de EE UU para el capital estadounidense. Esto se puso de manifiesto durante la guerra fría, por ejemplo en 1985, cuando Reagan se impuso a Europa para incrementar el comercio estadounidense permitiendo que el dólar se devaluara, a cambio implícitamente de la defensa estadounidense de Europa. Siguió siendo visible después de la guerra fría, cuando multinacionales estadounidenses y británicas como Shell y BP se beneficiaron de la derrota de Sadam Husein a expensas de petroleras francesas y chinas, cuyos Estados no había apoyado el esfuerzo de guerra de EE UU. Hoy en día, empresas estadounidenses gozan de ventajas en Europa Oriental, que no tendrían sin el papel militar de Washington en la región.

La globalización y sus cambios

En pocas palabras: todavía vivimos, y no vivimos, en el mundo imperialista que describió Lenin. Vivimos, y no vivimos, en el mundo de la guerra fría.

¿Vivimos todavía en el periodo de globalización neoliberal? Para contestar a esta pregunta conviene distinguir la globalización neoliberal que comenzó con Thatcher, Reagan y la crisis de la deuda de 1982 del periodo posterior de hiperglobalización (para emplear el término acuñado por el economista Dani Rodrik).

Tras la caída de Saigón en 1975 y la liberación de Managua durante la revolución nicaragüense de 1979, el neoliberalismo restauró la hegemonía global del capital trilateral (EE UU/UE/Japón). Esto fue en parte fruto del funcionamiento normal de la competencia capitalista internacional real, que suele tender a agravar la desigualdad mundial favoreciendo a los países y las regiones ricas en detrimento de las pobres (como explica Charlie Post en un artículo que se publicará en Spectre). En parte también se debió (según el análisis de Claudio Katz) a un nuevo conjunto de mecanismos de transferencia de valor: endeudamiento forzado, políticas de ajuste estructural, incluida la apertura forzada de mercados, mayor repatriación de beneficios de las multinacionales, controlando las prerrogativas de Estados dependientes, etc.

Aunque hubo diferencias entre regiones en este proceso, lo cierto es que la globalización neoliberal anuló en gran medida las ventajas obtenidas por los países dependientes durante la guerra fría, en buena parte gracias al espacio geopolítico y político abierto por la rivalidad entre EE UU y la URSS. El neoliberalismo reafirmó el carácter imperialista del orden mundial. Esto desmiente la tesis de Thomas Friedman de que “el mundo es plano”, queriendo decir que el poder nacional muestra muchas menos diferencias económicas en un mundo globalizado, y la tesis de Antonio Negri y Michael Hardt de que vivimos en un imperio menos diferenciado y carente de un centro dominante. Las fantasías de la década de 1990 sobre el sorpasso de Brasil o Sudáfrica a EE UU y Europa se han desvanecido. Incluso India, con sus más de mil millones de habitantes, tiene aún un PIB (en términos nominales) menor que el de Alemania, con sus poco más de 80 millones. El mundo no es plano, está profundamente jerarquizado.

Además, a pesar de todas las tensiones y rupturas económicas de los últimos años y meses, Rusia y China siguen estando integradas en la economía mundial capitalista. Por mucho que EE UU, la UE y Japón sigan reduciendo drásticamente su dependencia estratégica de Rusia y China ‒como probablemente harán‒, su amenaza de desacoplamiento todavía tiene un largo camino por delante hasta hacerse realidad. Rusia, por ejemplo, sigue teniendo una economía extractivista orientada a la exportación. Si bien el capital chino ha pasado a ser un serio competidor frente a otros capitales en África y América Latina, sigue compitiendo en condiciones que en gran parte fueron impuestas por el capital occidental en la década de 1990. En este sentido, todavía vivimos en un mundo neoliberal.

Pero algo crucial ha cambiado. El periodo anterior a 2008 de dominación política mundial prácticamente completa por el capital multinacional ya es historia. Y el periodo de aceptación por parte de Rusia y China de un orden mundial definido por Occidente pertenece al pasado. Los conflictos interimperialistas se intensifican. Es importante ver que esto es cierto desde todo punto de vista y a cada lado de las líneas divisorias internacionales que se profundizan. Vladímir Putin no es Boris Yeltsin, Xi Jinping no es Deng Xiaoping, y al mismo tiempo, Trump o incluso Biden no son George H.W. Bush.

Biden no ha restablecido el órgano de apelación de la Organización Mundial del Comercio (órgano que no puede funcionar porque Trump se negó a nombrar nuevos jueces), no ha retirado sanciones a China y no ha reconocido la Corte Penal Internacional. Se ha producido una recomposición duradera en los principales países imperialistas de lo que Nicos Poulantzas denominó el “bloque de poder”: la relación de fuerzas a nivel estatal entre diferentes fracciones del capital.

En esta nueva situación, las rivalidades entre los bloques imperialistas son complejas y cambian continuamente. Desde cierto punto de vista, por ejemplo, la invasión de Ucrania por las tropas de Putin hizo un gran favor al imperialismo estadounidense. Restableció el prestigio de EE UU en un momento en que la derrota de Afganistán lo había dañado gravemente. Empujó a EE UU y la UE a los brazos de uno y otra cuando Trump había dañado gravemente los lazos entre ambos y al instante facilitó la decisión de aumentar los presupuestos militares de los países miembros de la OTAN (lamentablemente).

Sin embargo, tensiones anteriores entre los bloques han dado pie a otras nuevas. Europa está dividida actualmente entre países como el Reino Unido y Polonia, que se inclinan por seguir la línea agresiva de EE UU, y países como Francia y Alemania, que prefieren no quemar todos los puentes con Rusia. Las repercusiones de esta guerra seguirán siendo de gran alcance e impredecibles.

En todo caso, se observa un repunte nacionalista, que se manifiesta, entre otras cosas, en el ascenso de la extrema derecha. También se refleja en el crecimiento del racismo y la xenofobia en todo el mundo. Y existe un círculo vicioso de conflicto entre el femonacionalismo  ‒por utilizar el término acuñado por Sara Farris en referencia a la instrumentalización de los derechos de las mujeres por parte de los gobiernos imperialistas y la derecha‒ y la ideología patriarcal más tradicional. El mismo círculo vicioso de conflicto existe entre el homonacionalismo (por usar el término acuñado por Jasbir Puar en referencia a la instrumentalización similar de los derechos LGBTI) y lo que llamo heteronacionalismo: la instrumentalización de la ideología anti-LGBTI por regímenes más o menos antioccidentales (por ejemplo, Putin, Orban).

Esta es también una dimensión de las líneas divisorias que se dibujan actualmente en el mundo, aunque en muchos sentidos se trata de una cortina de humo ideológica, en ambos bandos, de lo que sigue siendo un orden imperialista unificado.

Autodeterminación

Dejaré en gran parte para las otras tres conferencias la tarea de trazar las implicaciones concretas de todo esto con respecto a los conflictos actuales en el continente euroasiático, pero acabaré con una consideración política general. Hoy, al igual que en tiempos de Lenin, los y las marxistas han de ser firmes defensoras de la autodeterminación. Al mismo tiempo, hoy, al igual que hace un siglo, nuestra defensa de la autodeterminación debe partir de la comprensión de que no podemos contar con ninguna potencia imperialista como aliada.

En Ucrania, actualmente, es comprensible y está justificado que la población ucraniana pida armas a la OTAN para defenderse. No obstante, como ha señalado Gilbert Achcar, los planes de EE UU y el Reino Unido de utilizar a Ucrania para castigar y contener a Rusia son tanto peligrosos ‒dado el riesgo sobrecogedor de una guerra nuclear‒ como fútiles, porque a fin de cuentas una victoria militar total de Ucrania sobre Rusia es imposible mientras el régimen de Putin permanezca intacto. En última instancia, la única esperanza de plena liberación nacional de Ucrania radica en la solidaridad internacional con la oposición rusa. Esto significa que el nacionalismo estúpido (en este caso concreto) de los boicots culturales y deportivos contra Rusia son lo último que necesita el pueblo ucraniano.

Lo mismo sucede con las sanciones que golpean a la clase trabajadora rusa mientras dejan que los oligarcas y las multinacionales energéticas sigan revolcándose en sus desorbitados beneficios ilícitos. La historia ha demostrado una y otra vez que las medidas que hacen sufrir a la población civil solo sirven para que esta se alinee tras el gobierno de su país. Esto significa que hoy en día, igual que hace un siglo, una política de liberación nacional debe ser una política antiimperialista global: una política de internacionalismo revolucionario.

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