Moral y enfermedad
Foto: Especial
Por Gregorio Ortega
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 29 de mayo de 2020.- He leído pocos textos sobre cómo y cuánto modificara el comportamiento humano esta pandemia, he pasado por los títulos de la mayoría de esos artículos, pero no dejo de meditar en esa semilla sembrada: ¿vamos a ser mejores?… o definitivamente la actitud de la mayoría irá en sentido contrario, y ante la desgracia y para favorecer la supervivencia de ellos y sus familias se harán -como decíamos en nuestra adolescencia- más cabrones que bonitos.
Quienes opinan que es momento de modificar conductas y proponernos ser mejores en nuestro comportamiento y relaciones humanas, lo hacen por optimismo, por olvido y desconocimiento. ¿Cuántos, como Primo Levi o Elie Wiesel, resurgieron fortalecidos de las cenizas del Holocausto? ¿Cuántos de los sobrevivientes de los genocidios perpetrados durante los últimos cien años? ¿Modificaron, nuestros abuelos, su manera de ser en los aspectos ético y moral después de la II Guerra Mundial?
Los estudiosos de la Biblia y otros textos considerados sagrados, olvidan la esencia de su contenido: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo”; supongo que ese aserto nos indica que tener, conservar y asumir un comportamiento moral y ético es una gracia de la divinidad, que no siempre se reconoce, acepta y cumple.
Si de verdad la tendencia general fuera hacia el saneamiento de nuestra manera de ser, para transformarnos a nosotros mismos en los líderes políticos del momento, no sucederá, como tampoco se hará el milagro en los barones de la economía ni en los “señores” de la droga, que reparten despensas no para ser mejores, sino con la intención de obtener un perdón y ser aceptados de buena gana por esa parte de la sociedad que les teme, los ve con desprecio, pero consume sus productos y se sirve de su dinero.
¿Se nota un cambio favorable en Trump, Macron, Putin, Xi Jingpin? ¿Tiende a desaparecer la confrontación social en México, y AMLO cede a la templanza y ahora, durante sus prédicas matutinas, dejó de confrontar a unos y a otros, y está en búsqueda de un nuevo contrato social que una a todos los mexicanos? Lo cierto es que fifís y chairos hoy se odian igual o más que antes, gracias al incordio sembrado entre ellos por el profeta de Macuspana.
Esta pandemia sembrará más maldad y mala conducta, pero para documentar nuestro optimismo, transcribo el párrafo inicial de un texto de Leonardo Boff, al que tuve acceso gracias a Darío Ibarra:
La pandemia del coronavirus nos obliga a todos a pensar: ¿qué es lo que cuenta verdaderamente, la vida o los bienes materiales? ¿El individualismo de cada uno para sí, de espaldas a los demás, o la solidaridad de los unos con los otros? ¿Podemos seguir explotando, sin ninguna otra consideración, los bienes y servicios naturales para vivir cada vez mejor, o podemos cuidar la naturaleza, la vitalidad de la Madre Tierra, y el «vivir bien», que es la armonía entre todos y con los seres de la naturaleza? ¿Ha servido para algo que los países amantes de la guerra acumulasen cada vez más armas de destrucción masiva, y ahora tengan que ponerse de rodillas ante un virus invisible evidenciando lo ineficaz que es todo ese aparato de muerte? ¿Podemos continuar con nuestro estilo de vida consumista, acumulando riqueza ilimitada en pocas manos, a costa de millones de pobres y miserables? ¿Todavía tiene sentido que cada país afirme su soberanía, oponiéndose a la de los otros, cuando deberíamos tener una gobernanza global para resolver un problema global? ¿Por qué no hemos descubierto todavía la única Casa Común, a la Madre Tierra, y nuestro deber de cuidarla para que todos podamos caber en ella, naturaleza incluida?
La alegoría bíblica del árbol del bien y del mal continúa vigente, porque los seres humanos no hemos cedido en nuestra obsesión de ser como dioses, o como dijimos de adolescentes: ser más cabrones que bonitos.