¿Otra República de Río Grande?

Foto: Especial

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 24 de abril de 2020.- El 27 de marzo de 1839, Antonio Canales Rosillo, José María González y Antonio Zapata se levantaron en armas y declararon la independencia de la República de Río Grande, cuyo territorio, presuntamente, comprendía los actuales estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, así como la franja de territorio entre los ríos Bravo y Nueces.

Como Texas ya se había independizado y pronto se anexaría a Estados Unidos, 600 filibusteros gringo-texanos, al mando de Reuben Ross y Samuel W. Jordan, se unieron a los separatistas y combatieron a las tropas del gobierno mexicano que los mantuvo a raya e, incluso, hizo fusilar a algunos mercenarios estadunidenses.

En enero de 1840, en un lugar llamado Rancho Oreveña, en Coahuila, los rebeldes instalaron una convención que declaró creada la República de Río Grande. Sin embargo, para marzo, mientras mercenarios estadunidenses y texanos tomaban Laredo, Ciudad Camargo y otras poblaciones, Canales trasladó su “gobierno” a San Patricio, donde izó la bandera de los separatistas, que estaba dividida en tres rectángulos, dos horizontales, uno blanco y otro negro, y junto al asta un tercero vertical en rojo con tres estrellas que representaban a los tres estados escindidos.

A fines del mismo mes, tropas mexicanas al mando del general Rafael Vázquez detuvieron el avance filibustero que amenazaba Linares y Ciudad Victoria, en tanto que Canales era derrotado en Santa Rita (Morelos, Coahuila) y Antonio Zapata era ejecutado por traición a la patria. En Texas se recompusieron las fuerzas separatistas con apoyo de los aventureros gringos y de nuevo avanzaron hacia el sur y se establecieron en Ciudad Victoria, pero sufrieron una nueva derrota cerca de Saltillo.

En noviembre, en Ciudad Camargo, Canales se rindió ante don Mariano Arista, quien le perdonó la vida y en la guerra de 1846-47 tuvo oportunidad de redimirse, pues combatió a los invasores estadunidenses, lo que le permitió, en 1851, ser gobernador de Tamaulipas, aunque poco después huyó a Texas y se levantó nuevamente en armas contra México, evidentemente, sin éxito.

Viene a cuento recordar esta historia hoy, cuando los gobernadores de los mismos estados (Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila) han adoptado una actitud retadora ante el presidente Andrés Manuel López Obrador, acompañados por un ambiguo Javier Corral, ejecutivo de Chihuahua, y por el mandatario de Jalisco, Enrique Alfaro, quien, conforme pasan los días, le ha ido bajando al tono y a sus reclamos.

Por supuesto, la bravuconería de los gobernadores citados no pasará del amago inicial, porque suicidas no son. Lo reprobable es que, en las presentes circunstancias, resulta extremadamente irresponsable lanzar esa embestida contra AMLO, quien llegó al cargo con más de 50% de los votos válidos y hoy dispone de una proporción mayor de apoyo ciudadano, según las encuestas no maiceadas.

Lo que aparentemente se halla en el centro de la querella es el reparto de los impuestos federales. Arguyen los rebeldes que la Federación recauda en sus estados cantidades mucho mayores que aquellas que les regresa. Olvidan deliberadamente que el presupuesto federal tiene entre sus finalidades repartir la riqueza de la mejor manera posible e impulsar planes y políticas que tiendan a equilibrar las desigualdades sociales y geográficas.

Para mayor abundamiento, hoy, el gobierno federal debe hacer frente a la pandemia con todos los recursos a la mano y, muy probablemente, los gobernadores quejosos dispondrán de menos dinero que el esperado. Ni hablar, pero estamos ante un fenómeno sin precedente en más de un siglo y está más justificada una política que centralice recursos humanos, técnico y financieros, porque se trata de salvar vidas.

Pero los señores gobernadores que hoy lloran han sido incapaces de aplicar no pocos impuestos locales, pues saben que eso los haría perder popularidad, si es que alguna tienen. Porque, en el fondo, lo que está en juego es el poder. Priistas y panistas no se resignan a tan sensible pérdida, en tanto que Alfaro, de Movimiento Ciudadano, y el “independiente” de Nuevo León, se creen con tamaños para llegar a la grande. Escrúpulos, patriotismo y solidaridad social les importan un cacahuate.

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