Planeta, plagio y plata

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 17 de agosto de 2021.- Editorial Planeta publicó en 2018 La danza de mi muerte, novela firmada por una tal Sandra Frid. Sin embargo, ocurre que “el corpus del libro se sustenta en una exhaustiva investigación” realizada a lo largo de 20 años, pero no de ella, sino de Jesús Vargas y Flor García Rufino, quienes publicaron los resultados de su trabajo en el libro Nellie Campobello: mujer de manos rojas, obra aparecida en la capital chihuahuense en 2013, con material de fuentes sólo conocidas por los autores. Pero a la señora Frid se le hizo fácil ejecutar una fusilata a mansalva, como lo prueba el hecho de que en 85 de las 153 páginas de “su” libro reproduzca datos y párrafos enteros de la obra de Vargas-García

Rufino, sin dar el debido crédito. De ahí que, en octubre de 2018, los autores de la investigación hayan recurrido a Planeta, pero los ejecutivos de la editorial se han hecho los muertos. Muy mal les puede ir, pues se trata de un plagio. Esperemos que el asunto no se quede ahí.

QUE NO HUBO CONQUISTA

A 500 años de la caída de Tenochtitlan, la novedad es negar la Conquista, porque, según dicen, el triunfo no fue de los peninsulares, sino de los tlaxcaltecas y otros grupos sometidos por fuerza o por conveniencia, quienes operaron a las órdenes de Cortés y sus lugartenientes, pues los contingentes indígenas se colocaron bajo el mando del extremeño después de conocer y reconocer la superioridad del armamento español y luego de sus demostraciones de fuerza frente a la resistencia, como las muy humanitarias matanzas de Cholula y del Templo Mayor. A la caída de Tenochtitlan, Cortés hizo concesiones a sus aliados e incluso a los jerarcas vencidos, incluido Cuauhtémoc, a los que impuso como caciques encargados de recabar los tributos en sus comunidades, los que, por supuesto, debían entregar a los conquistadores, quienes impusieron un severísimo régimen a los indios rebeldes o poco dispuestos a servirlos, los cuales eran quemados vivos o ejecutados de otra manera, sometidos a diversas formas de tortura, como el aperreamiento, que consistía en lanzar a perros hambrientos sobre los sentenciados, a los que se ataba previamente para dejarlos indefensos. Por supuesto, los conquistadores practicaron en forma generalizada el saqueo, la violación de las mujeres, la imposición de trabajos forzados o de plano la esclavitud, así como la marca con fierro al rojo vivo que se aplicaba a niños y adultos.

QUE LOS INDIOS ESTABAN MEJOR

La historiadora Guadalupe Jiménez

Codinach, entrevistada por el diario madrileño El País (10/VIII/21), dice que “el peor momento para las comunidades indígenas es a partir de las reformas liberales” y agrega que “el maltrato a los indígenas y el racismo no es de hace 500 años, es de ahora” (sí, porque el colonialismo es profundamente humanista, como lo practicaba, por ejemplo, Pedro de Alvarado). Doña Lupe se molesta porque las autoridades “acaban de cambiarle el nombre a la plaza de la Noche Triste y ahora es la Noche Victoriosa. ¡Por favor! Sí es una noche triste porque hubo un enfrentamiento de raíces que son nuestras como mexicanos: europeos e indígenas murieron”. Sí, pero lo que está a debate no es el hecho irreversible del mestizaje, sino el salvajismo expoliador que conocemos como colonialismo, cuyas secuelas están presentes en el racismo, la discriminación y el atraso.

LA GRAN TENOCHTITLAND

Para el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, la maqueta del Templo Mayor en el Zócalo es un show, un despropósito injustificable si a “a pocos metros tenemos las excavaciones y un museo muy digno”. Pues sí, se gasta un dineral en esa reproducción y los foquitos de Tenochtitland cuando los museos y zonas arqueológicas están pasando las de Caín, con 70% menos presupuesto. Lo del Zócalo es mero espectáculo pueblerino para exaltar un nacionalismo de opereta. Nada más.

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