Policías violadores
Foto: Alejandro Meléndez
Por Humberto Musacchio
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 16 de agosto de 2019.- Los diarios publicaron que una joven de 17 años fue violada en Azcapotzalco por cuatro policías a bordo de una patrulla y, tras el reiterado abuso, fue abandonada en la calle. Como es explicable, las víctimas de un delito tal resultan amedrentadas, tanto por la prepotencia criminal de los violadores como por el trauma que conlleva un hecho de esa magnitud. De ahí que esperar la aparición de la víctima sea mero pretexto para que las autoridades se laven las manos.
Además de la muy reprobable abulia de quienes están obligados a investigar exhaustivamente los hechos y establecer la culpabilidad de quienes intervinieron en la violación tumultuaria, en este caso, como en muchos otros, destaca la ausencia de métodos de investigación actualizados.
Otro factor en juego es la presumible complicidad de otros policías, que, sabiendo del hecho, prefieren guardar silencio en lugar de denunciar a quienes los desprestigian a ellos y a toda la corporación. Es sabido que estos delitos machistas no suelen permanecer ignorados, pues los propios criminales cuentan orgullosamente sus “hazañas”.
En no pocos casos, los jefes de policías en falta optan por vender protección a cambio de futuros favores. Son chantajes que contribuyen a la ineficacia de las corporaciones, en tanto que dejan de lado la investigación y propician los comportamientos corruptos y corruptores.
Las llamadas depuraciones policiacas han sido siempre flor de un día, pues no es mediante castigos de ocasión como van a cambiar las cosas. Por supuesto, hay que sancionar las conductas ilícitas, pero el cambio de mentalidades pasa, necesariamente, por una modificación drástica de las condiciones de vida, tanto en lo material como en el plano de la cultura, esto es, de la educación, los valores y las costumbres.
Difícilmente se podrá revertir ese comportamiento en tanto se mantengan las precarias condiciones de vida de nuestros policías. El gobierno de la ciudad dispone de medios para dotar a nuestros policías de vivienda digna —preferentemente en alquiler y no en propiedad—, centros sociales, gimnasios, comedores y lavanderías colectivas, así como becas, cursos y facilidades para la superación de cada miembro de la familia.
Además de una recta y eficaz aplicación de la ley, el dique más eficaz para las conductas ilícitas es la familia, pero ésta, para cumplir con su papel formativo y generador de responsabilidades, debe contar con los medios materiales indispensables para mantener la cohesión. Se propicia la corrupción y el comportamiento antisocial cuando hay tan poco que perder, como ahora ocurre. Incurrir en conductas ilícitas debe tener un alto precio, debe significar la pérdida de todo lo que debería otorgar la carrera policial y que ahora, lamentablemente, no ofrece. Una familia favorecida por mejores condiciones de existencia en todos los órdenes es, debe ser, la mejor fórmula para contener la corrupción y la criminalidad policial.
La falta de respeto a las mujeres ocurre dentro de las mismas corporaciones policiacas. Por supuesto, en todo centro de trabajo surgen afinidades y atractivos eróticos. Son inevitables, pero el acoso y la violación son inadmisibles y se debe proceder con todo rigor en esos casos, los que, hasta ahora, no tienen una respuesta adecuada, lo que invita a la reincidencia.
La violación de la chica en Azcapotzalco ha suscitado la indignación de los grupos feministas, y no es para menos. El pasado lunes hubo una manifestación a las puertas de la Procuraduría capitalina porque no puede tolerarse la pachorra e ineficiencia con que actúan las autoridades, pese a que cuentan con grabaciones de audio, videos, retratos hablados y otros elementos que sirven para una buena averiguación, siempre y cuando ésta se realice.
Hubo en la protesta del lunes excesos punibles de las manifestantes, como destrozos de propiedad pública y la agresión contra el jefe de la policía capitalina. Se señala a priistas y perredistas infiltradas, pero más allá de su filiación, empieza a cundir entre las mujeres la sensación de que están a merced de quienes abusan, violan y matan. Y si los agresores son policías y sus fechorías quedan impunes, la respuesta social crecerá inexorablemente. Nadie se podrá decir sorprendido.