¿Quién manda?

Por Gregorio Ortega

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 06 de febrero de 2019.- El azoro no me suelta, porque han hecho del combate a la corrupción una política pública parcial y sesgada. La sociedad identifica los rostros de la cúpula que creó la cueva de Alí Babá, a la que custodian porque en ella se oculta la riqueza nacional, y sólo unos cuantos pueden ser munificentes con ese dinero que no es de su propiedad. Es la medida sexenal del poder, el renuevo automático del saqueo.

     El control político transitó de la cooptación al ejercicio de doblegar voluntades a cambio de “honras públicas” (los premios y condecoraciones) y dinero en efectivo. Nunca hubo sofisticación en estos juegos de poder, en los que al inicio del diálogo ya estaban los sobres encima de las mesas, o las canonjías ofertadas pronto eran una realidad. A los que fueron, eran o son reticentes sin ninguna inteligencia ni habilidad para serlo, les ocurrieron accidentes o los ejecutaron los delincuentes, a los otros los derrotaron en la Guerra del paraíso y en una metódica y persistente represión.

     Los menos se incorporaron al SISTEMA, y éste los utilizó con sabiduría política mientras le fueron útiles: Joaquín Hernández Galicia, Fidel Velázquez, Joaquín Gamboa Pascoe, Gonzalo N. Santos, Leobardo Reynoso, como a todos aquellos que desde los niveles intermedios de gobierno anudaron los acuerdos para la gobernabilidad. ¿Con quiénes? Con quien fuese necesario.

     Este asunto del combate a la corrupción no es menor, y tampoco puede limitarse a borrar las sonrisas del cinismo y la impunidad, porque ambas actitudes sólo pudieron y pueden permanecer gracias a las complicidades pactadas en los acuerdos de gobernabilidad.

Me corrigen y he de aceptar que tienen razón: toda corrupción se traduce en dinero. Encargar a un hijo de un ministerio, se manifiesta en un salario decoroso y en la promesa de llegar al primer círculo del poder; nombrar a sobrinos o amigos, que a su vez repetirán el esquema, es el restablecimiento de compromisos más sólidos que las simples amistades.

     Obvio que resolverlo de un plumazo no puede ser, y erradicarlo hasta que quede lo mínimo de lo mínimo requiere de años de persistente renovación moral, porque -como rescata para nosotros Emilio Renzi en sus Diarios- “cualquier poder siempre es más racional que cualquier razón política que no esté en el poder o no lo tenga”. Es así como comprendo la posibilidad de que la autoridad del Estado no la ejerzan los que constitucionalmente están a cargo, sino aquellos que saben cómo funcionan las cañerías del sistema.

     Transformar a México, purificarlo, necesariamente pasa por el castigo, con el “ingrediente político y social” de que en ciertos casos debe prevalecer la justicia por encima de la ley, pues como señaló Jolopo: “Los acusamos de corruptos, no de tontos”.

     No se trata de llevar a la sociedad a niveles de catarsis, sino de hacer comprender a los corruptores que la temporada de caza está definitivamente clausurada. ¿Podrán?

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