Periodistas Unidos. Ciudad de México. 23 de abril de 2025.- ¿Por qué algunas personas recuerdan lo que sueñan y otras no? Una investigación reciente publicada por la agencia EFE el pasado 18 de febrero ofrece respuestas claras a esta interrogante, aludiendo a un estudio científico de la Escuela de Estudios Avanzados IMT de Lucca y la Universidad de Camerino, publicado en la revista Communications Psychology.
El equipo examinó a 200 voluntarios de entre 18 y 70 años, quienes fueron evaluados psicológicamente para conocer sus niveles de ansiedad, interés por los sueños, propensión a la divagación, memoria y atención selectiva. Se les colocaron relojes especiales en cada muñeca para monitorear la duración, eficiencia y alteraciones del sueño, y se les entregó una grabadora para que, al despertar, registraran si habían soñado, si creían haberlo hecho pero no lo recordaban, o si podían describirlo.
El estudio concluyó que los más jóvenes recordaban más sus sueños, especialmente durante periodos de sueño ligero, y que se olvidaban más sueños en invierno que en primavera. Para Giulio Bernardi, autor principal, “el recuerdo de los sueños no es una mera cuestión de azar, sino un reflejo de cómo interactúan las actitudes personales, los rasgos cognitivos y la dinámica del sueño”.
Más allá de los nuevos hallazgos, resulta fascinante recordar que ya en el siglo XVIII, el médico Félix Vicq d’Azyr, galeno de María Antonieta, identificó por primera vez un pequeño grupo de neuronas que, siglos después, cobrarían gran importancia: el locus coeruleus. Esta estructura cerebral, cuyo nombre en latín significa “punto azul”, se tiñe de azul al activarse y resulta ser clave en la regulación del sueño.
Durante años se creyó que el locus coeruleus se apagaba durante el descanso nocturno, pero ahora se sabe que permanece parcialmente activo, y su funcionamiento es esencial para comprender y tratar trastornos del sueño.
Un artículo de la BBC, firmado por David Robson el pasado 3 de febrero, revela que este diminuto centro neuronal, ubicado en el tronco encefálico, justo encima de la nuca, contiene unas 50 mil neuronas, una mínima fracción del total del cerebro humano. Sin embargo, su rol es mayúsculo gracias a la noradrenalina o norepinefrina, un neurotransmisor que mejora la comunicación entre neuronas y regula los estados de alerta y sueño.
Investigaciones recientes, como las de Anita Lüthi (Universidad de Lausana), sugieren que el locus coeruleus actúa como una caja de cambios cerebral, con distintas “marchas” según su nivel de activación:
-
Marcha 1: actividad muy baja, lo que genera atención difusa.
-
Marcha 2: activación moderada, con picos esporádicos de noradrenalina.
-
Marcha 3: alta actividad, liberando noradrenalina en exceso, desencadenando la respuesta de lucha o huida, desactivando la corteza prefrontal y generando desvelo.
La posición en estas marchas cambia a lo largo del día: es baja al despertar, sube durante el día y cae al anochecer. Por eso, este “botón azul” se ha convertido en un punto clave en la investigación del insomnio y otros desórdenes relacionados.
Para quienes solo desean dormir sin soñar ni recordar, un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, basado en el análisis de más de 73 mil adultos, encontró que aquellos que se dormían después de la una de la mañana presentaban mayor riesgo de depresión, ansiedad y otros trastornos mentales.
La buena noticia es que ese hábito puede modificarse. Entre las recomendaciones más efectivas están: evitar cafeína desde el mediodía, no beber alcohol por la noche, mantener una rutina de relajación, apagar luces y alejarse de pantallas antes de dormir.
Y un truco simple, natural y accesible para un sueño profundo: comer semillas de calabaza. Ricas en triptófano, magnesio y zinc, estas semillas favorecen la producción de serotonina y melatonina, sustancias que inducen el sueño de calidad.