Periodistas Unidos. Ciudad de México. 15 de enero de 2023.- Durante el régimen priista, México vivió bajo las normas y las formas de un presidencialismo absolutista, una especie de monarquía republicana en la que el tlatoani debía ser objeto de adoración.
Es oportuno recordarlo porque Morena es un partido integrado mayoritariamente por expriistas, algunos, como el hoy Presidente de la República, salieron por escuchar con más atención la voz de los oprimidos que al régimen autoritario que propiciaba los abusos; otros, la mayoría, son hombres y mujeres que, para sus carreras políticas, vieron un futuro más prometedor fuera que dentro del PRI.
Esa sobrepoblación de expriistas en Morena explica la pervivencia de viejos rituales y comportamientos, de modos y acomodos propios del antiguo régimen, muy destacadamente la veneración hacia el tlatoani, quien tenía la última y, generalmente, la única palabra.
Ante una decisión o indicación de Palacio, no había más que el acatamiento sin chistar; ante una condena emitida por el señor del Gran Poder, sólo cabía la obediencia sin remilgos y, por supuesto, ante la presencia o cualquier referencia a su persona, sólo era aceptable la más abyecta sumisión, la lambisconería más degradante, la servidumbre absoluta.
Don Jesús Reyes Heroles recordó a todos, amigos y adversarios, una verdad universal: que en política la forma es fondo. De ahí que el vergonzoso servilismo de sus copartidarios fuera algo más que respeto a la investidura presidencial: era entrega sin condiciones, renuncia a toda dignidad, sometimiento voluntario al gobernante, porque las formas eran la escritura de normas, procedimientos y protocolos que no estaban en la ley, pero que valían tanto o más que ella.
En aquel ámbito de cortesanías antirrepublicanas, no había una real y funcional división de poderes. Se aparentaba un respeto al que contradecía la superioridad aplastante del Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial. Bástenos recordar el espectáculo de cada primero de septiembre, cuando el Presidente de la República era objeto de una veneración cabal que le brindaban diputados y senadores, ministros de la Suprema Corte, secretarios de Estado, directores de paraestatales, rectores universitarios, líderes sindicales, jefes militares y masas de acarreados.
Viene al caso recordar aquel pasado ominoso que se niega a irse del todo. Hay, por supuesto, diferencias que no se deben soslayar, como la actual libertad de expresión, conquista irrenunciable que tiene detrás muchos años de lucha por ampliar los marcos en que se desenvuelven la función informativa y de análisis crítico. Sí, hay libertad de expresión, pero cada mañana presenciamos las embestidas del poder contra periodistas insumisos, mientras que los recursos económicos fluyen con generosidad hacia los apoyadores, no para los medios críticos.
En ese marco, es ridículo que la gente de Morena repruebe en todos los tonos a doña Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, esto es, cabeza de un poder al que la Constitución otorga el mismo rango que al Ejecutivo. Dignísima, la doctora en Derecho se mantuvo sentada el pasado 5 de febrero, cuando el presidente López Obrador ingresaba al Teatro de la República. Le reprochan que se haya negado a rendir pleitesía al Ejecutivo, cuando eso no está entre sus deberes. Si diputados y senadores decidieron unirse al homenaje, eso indica que el Legislativo no ha sabido recuperar o ni siquiera adquirir la conciencia de su rango.
Una manifestación del desprecio presidencial fue colocar lejos de AMLO a los representantes de los poderes Judicial y Legislativo, en tanto que a los lados del Ejecutivo quedaron el secretario de Gobernación y el gobernador de Querétaro, anfitrión del acto; luego, a derecha e izquierda, los secretarios de la Defensa y de Marina, lo que tal vez expresa la actual división de poderes. Los morenistas que exigen acatar el protocolo deberían reclamar por esa falta de respeto.
Es recomendable ver la foto que trasmitió anteayer Associated Press. En ella aparece Joe Biden ante el Congreso; atrás de él, de pie y aplaudiendo, la vicepresidenta Kamala Harris, y junto a ella Kevin McCarthy, líder de la Cámara de Representantes, quien se mantiene sentado. División de poderes, se llama eso.