Rusia no está ganando la guerra, pero Putin esta aplastando toda oposición interna
Por Alexei Sakhnin
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 07 de abril de 2022.- Mientras las tropas rusas siembran el terror entre los ucranianos, los ministros de Vladimir Putin afirman que quieren una paz negociada. Pero con la victoria fuera de su alcance, la guerra del Kremlin se está volviendo hacia el frente interno, para sofocar las voces disidentes contra la guerra dentro de Rusia.
Incluso entre los funcionarios de mayor confianza de Vladimir Putin, la decisión de iniciar la guerra no fue fácil. Toda Rusia vio cómo se le quebró la voz al jefe de la inteligencia exterior Sergey Naryshkin cuando el presidente exigió una respuesta directa sobre los planes para reconocer las “Repúblicas Populares” de Donetsk y Lugansk (Donetskaya Narodnaya Respublika, DPR; Luganskaya Narodnaya Respublika, LPR). Pero no importa cuán difícil fue para las élites rusas comenzar esta aventura, salir de ella podría ser aún más complejo.
Al final de la tercera semana de la guerra, comenzaron a circular rumores en Rusia sobre la posibilidad de un acuerdo de paz. Tales filtraciones provinieron de los participantes en las negociaciones oficiales y de funcionarios de alto rango. “Por supuesto, preferiríamos que todo sucediera mucho más rápido; esa es la sincera aspiración de la parte rusa. Queremos llegar a la paz lo antes posible”, afirmó el jefe de los negociadores rusos y exministro de cultura, Vladimir Medinsky. Incluso el ministro de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov, ha dicho que tiene “la esperanza concreta de que se alcance un compromiso”.
Si la palabra “compromiso” comenzó a aparecer en los discursos de los burócratas y diplomáticos rusos, no surgió de la nada. La guerra se ha estado desarrollando en formas que han desafiado las expectativas de los estrategas rusos. Moscú se dio cuenta de que ya no podía contar con una “pequeña guerra victoriosa” y la rápida capitulación del enemigo. La pregunta es: ¿Qué importancia tienen las concesiones que el Kremlin tendrá que hacer ahora? El otro lado también entiende esto.
Ihor Zhovkva, subdirector de la oficina del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, ha dicho a los periodistas que si al principio Moscú usó el lenguaje de los ultimátums, instando a “Ucrania a rendirse, deponer las armas y exigir que el presidente firmase una capitulación, ahora el tono ruso es diferente. El asesor presidencial y uno de los principales negociadores, Oleksiy Arestovych, ha anunciado que la parte ucraniana está tomando la iniciativa en las negociaciones:
«No estamos dispuestos a renunciar a nada. En su lugar, presentamos condiciones bastante duras. Entendemos claramente que si obtenemos menos de lo que teníamos antes de la guerra, es una derrota para nosotros. Presentamos algunos elementos, que aún no podemos revelar. . . . Puedo decir que estos términos de acuerdo complacerán al pueblo ucraniano que lucha por la libertad».
Pero quizás lo más sorprendente es que estas palabras, que provocan ansiedad entre los gobernantes de Rusia, se han publicado en los medios rusos bajo el control total de la oficina de censura. lo que ha dado lugar a rumores en el “campo patriótico” de que algunas de las personas en el poder se han movido hacia lo que consideran una “posición capitulacionista”. Por ejemplo, el nacionalista Igor Strelkov, que ocupó la ciudad de Sloviansk en Donbass en 2014, detonante inmediato de la guerra que siguió, ha dicho lo mismo. Mientras tanto, siguen llegando nuevas señales desde la cúpula del gobierno ruso de que Moscú está dispuesto a algunas importantes concesiones, en comparación con los ultimátum de los primeros días de la guerra. Primero, la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Maria Zakharova, sorprendió a todos al anunciar que Rusia no planea derrocar al actual gobierno ucraniano (antes, Putin había dicho directamente lo contrario). Luego, el jefe del departamento del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia para la Comunidad de Estados Independientes (CEI) postsoviética, Alexey Polishchuk, pronunció palabras aún más blasfemas, en el sentido de que el tema de devolver DPR y LPR a Ucrania sigue abierto y deberá ser «decidido» por los ciudadanos de las repúblicas”. La web de RT publicó estas palabras.
Las posiciones de negociación de Moscú parecen peores ahora que antes de la guerra. Esencialmente, lo que se quiere decir aquí es derrota, incluso si se suaviza con concesiones mutuas que serán difíciles para Ucrania. Para el “campo patriótico” radical, esto significará una catástrofe. Aquellos que apoyan activamente la guerra ya hablan de un “nuevo Khasavyurt”. El término hace referencia al acuerdo de paz firmado con los separatistas chechenos en 1996, que consideran “vergonzoso” para Rusia porque Moscú accedió a retirar las tropas de Chechenia y reconoció (aunque temporalmente) a los separatistas. El gobierno de Boris Yeltsin aceptó así la derrota en la Primera Guerra Chechena. Estos autodenominados “patriotas” también hablan de un proceso “Minsk-3” análogo a las conversaciones de paz fallidas de 2014 y 2015.
Salvo una conquista total de Ucrania, convirtiéndola en parte del nuevo «Imperio Ruso», está claro que cualquier acuerdo de paz de compromiso en el frente ucraniano incluirá algunas consecuencias duras para el gobierno ruso.
Al menos 200.000 soldados regresarán a casa del frente traumatizados por la guerra. Habrán observado todo lo que ahora callan los medios del Kremlin: el levantamiento patriótico del pueblo ucraniano; el odio a los ocupantes; la destrucción masiva y las bajas civiles; las graves pérdidas sufridas por el ejército ruso sobre las que los líderes del frente interno guardaron silencio; y el sentimiento general de una guerra perdida e injusta.
Los soldados serán seguidos por una cierta cantidad de políticos y activistas “prorrusos” en la propia Ucrania, que apostaron por la Federación Rusa y tendrán que huir. Agregarán un sabor a traición por la retirada. Pero a los pocos colaboradores ucranianos se unirán los bastante numerosos patriotas y nacionalistas rusos, para quienes el rechazo de “guerra hasta la victoria” significa traición nacional.
Pero todos esos son asuntos triviales en vista del resultado general: a cambio de unas vagas ganancias diplomáticas (el hipotético estatus neutral de Ucrania y, tal vez, el reconocimiento de Crimea como rusa), el país recibirá una economía colapsada, una moneda devaluada, sanciones, un Occidente unido y adversario, y el dolor de sus pérdidas humanas. Los efectos de todo esto parecen destinados a reemplazar las estimaciones previamente altas de Putin por un «agujero negro»: una atracción gravitatoria gigante de odio hacia el presidente que ha arrastrado al país a este desastre.
Paz a cualquier costo
Y, sin embargo, la clase dominante de Rusia tiene muchas razones para buscar la paz, incluso si tiene un alto coste. El principal radica en el hecho de que este coste solo aumentará con el tiempo.
Según los pronósticos más optimistas de los expertos del gobierno, se espera que Rusia experimente una caída del 8 por ciento en el PIB este año, es decir, incluso si la guerra termina pronto. Se espera que el desempleo se duplique. La inflación será del 20 al 25 por ciento anual. Pero si la guerra se prolonga, estas evaluaciones podrían convertirse en una quimera. Un posible acuerdo con Irán y la recesión económica mundial podría reducir los precios del petróleo y debilitar la dependencia de la UE de los combustibles fósiles de Rusia. En ese caso, Rusia puede esperar una crisis financiera más extensa: hasta una caída del 30 por ciento en el PIB, según algunas estimaciones.
Además de una caída posiblemente catastrófica en la credibilidad de las autoridades entre la gente común, también existe la amenaza del rápido colapso del régimen y su maquinaria administrativa. La protesta contra la guerra de la empleada de la televisión estatal Marina Ovsyannikova, quien apareció en una transmisión en vivo con un cartel que pedía el fin de la guerra, muestra que incluso la maquinaria de propaganda está en una profunda crisis en este momento. Como resultado, muchos periodistas están abandonando los canales de televisión, incluidas “estrellas” de primer nivel. Otra figura importante que renunció fue un funcionario gubernamental de alto nivel: el ex viceprimer ministro y presidente de la Fundación Skolkovo, Arkady Dvorkovich. Pero el mayor peligro es más insidioso.
En su columna de The Guardian, el economista francés Thomas Piketty abordó el tema más delicado para la clase dominante rusa. Para que Rusia detuviera la “operación militar especial” en Ucrania, Occidente solo necesitaría congelar o confiscar los activos de 20.000 millonarios rusos, que poseen más de 10 millones de euros cada uno en residencias europeas y americanas. Putin, algunos de sus familiares y decenas de oligarcas rusos y altos funcionarios ya están en las listas de sanciones; sin embargo, explica Piketty, “el problema es que los congelamientos aplicados hasta ahora siguen siendo en gran parte simbólicos. Solo conciernen a unas pocas docenas de personas y se pueden eludir mediante el uso de nominados. . . .”
Hasta ahora, la mayoría de los peces gordos y burócratas rusos se sienten seguros, utilizando la ayuda de intermediarios financieros que administran sus activos. Para despojarlos de esta posibilidad, se debe crear un registro financiero internacional para rastrear las carteras existentes de bienes inmuebles y activos financieros de las familias que dirigen Rusia, sin importar cómo estén formalizados jurídicamente y quién los administre. “Amenazados con la ruina y la prohibición de visitar Occidente”, escribe Piketty, “apostemos a que este grupo podría hacerse escuchar en el Kremlin”. Por supuesto, los ricos occidentales se resisten a tales medidas porque sus “intereses están mucho más vinculados a los de los oligarcas rusos y chinos de lo que a veces se afirma». Pero la prolongación de la guerra o la destrucción total de las ciudades ucranianas podría hacer que Occidente renuncie a su fetichización del «derecho sagrado a la propiedad», al menos cuando se trata de millonarios rusos
Según los cálculos del economista francés, unos 100.000 rusos poseen activos de 2 millones de euros o más en Occidente. Esencialmente, esta es la clase dominante de Rusia. Estas son las personas que sostienen la economía, la infraestructura, el orden civil, el aparato administrativo, los medios de comunicación, toda la maquinaria gubernamental de la Rusia de Putin. Si se convierte en una fuente de dolor para ellos en lugar de un garante de privilegios, no habrá nada con lo que reemplazar su lealtad. La oligarquía del Kremlin quedará suspendida en el aire. Incluso el Kremlin lo entiende. El secretario de prensa de Putin, Dmitry Peskov, calificó las medidas occidentales contra los oligarcas rusos como un asalto a la “santidad de los derechos de propiedad”. Pero lo más importante es que los miembros de la élite rusa también ven el peligro.
La ahijada de Putin, Ksenia Sobchak, que sigue siendo parte de la oposición moderada y ultraliberal a su padrino, tuvo un ataque revelador el 17 de marzo y escribió: “Biden pronunció un discurso ante el Congreso, que se puede resumir como: ‘La gente en Ucrania está muriendo, . . . (¡redoble de tambores!) Les quitaremos los yates a los oligarcas’” ,. “¿Soy el único que piensa que esto es una repugnante ‘practica revolucionaria’, cuando el contrato social está por encima de la ley? Nos hemos convertido en personajes de Ayn Rand”. A pesar de su indignación por las amenazas “comunistas” de Biden, los miembros de la élite rusa entienden con una claridad sin precedentes que su verdadero problema es el poder de Putin.
La única manera de que las élites distanciadas del país no dejen que todo el aparato del gobierno se derrumbe es poner fin a la guerra lo antes posible, recuperando a la vez su propia tranquilidad.
Putin convierte su guerra imperialista en una guerra civil
Ante las crecientes dudas —si no la oposición abierta— a nivel nacional, el temor de las autoridades es palpable. “El Occidente colectivo está tratando de dividir a la sociedad, especulando sobre las pérdidas militares, las consecuencias socioeconómicas de las sanciones, intenta provocar la resistencia civil en Rusia”, declaró el propio Putin en un discurso televisado. Llamó “quinta columna” y “traidores nacionales” a quienes “debido a su mentalidad de esclavos” se alinean con Occidente. También prometió que la gente “escupirá a tales traidores y bastardos, como una mosca que accidentalmente se posa en la boca”. Por ahora, no se trata tanto de una oposición por abajo como de los miembros descontentos de la élite. Sin embargo, está claro que el frente de Putin se está desplazando lentamente de Ucrania a la propia Rusia.
Cualquiera que sea la situación en los campos de batalla, la importancia de este “frente interior” no hará más que crecer. Una derrota mal camuflada y una “paz vergonzosa” llevarán seguramente a apretar las tuercas del control dictatorial, para que no estalle la ira de los patriotas de ayer. Pero la continuación de la guerra también hará que el gobierno demuestre una crueldad brutal y sin precedentes hacia todas las voces disidentes, para que la depresión y el miedo de hoy no se conviertan en el levantamiento de mañana.
Esto apunta a una condición esencial para lograr cualquier apariencia de paz en esta parte del mundo. Mientras los activistas contra la guerra sean arrestados y golpeados, la amenaza de más baños de sangre permanecerán. Solo la democratización radical, en Rusia y más allá, permitirá una paz duradera y relaciones amistosas entre los pueblos del espacio exsoviético.
Esta democratización debe partir de pasos evidentes: la liberación inmediata de todos los presos políticos, el abandono de la censura y la violencia política, y la apertura de la arena electoral. Pero invariablemente debe avanzar más. Porque no solo Putin y su círculo íntimo tienen la responsabilidad de la catástrofe actual. Toda la clase dominante, sus funcionarios de alto rango, su establecimiento judicial, generales, políticos leales y oligarcas, ha desempeñado su papel en la creación de este infierno. No puede seguir gobernando el país por más tiempo, incluso si paga el precio de la capitulación ante Occidente. Los miles de millones que ha sacado de Rusia y Ucrania deben ser devueltos a la gente que sufre la guerra y la dictadura. Son ellos quienes crearán el nuevo «contrato social» que tanto temen Ksenia Sobchak y su padrino.
Por eso, la condición esencial para la paz debe ser una democratización inmediata, exhaustiva e intransigente dentro de la propia Rusia. Esto es por lo que deben luchar la izquierda y todos los que quieren detener esta guerra.