Periodistas Unidos. Ciudad de México. 11 de enero de 2022.- Se fue Gerardo de la Torre –colega, amigo, hermano mayor–, después de que perdió un ojo por un coágulo que le impidió la circulación, como le ha sucedido a otros vacunados contra covid-19. Nos conocimos en 1969, en la oficina de Juan Rejano, director del suplemento cultural de El Nacional. A partir de ahí fuimos amigos y me enteré de que era becario del Centro Mexicano de Escritores y que había publicado El otro diluvio, un libro –más bien, un cuaderno– con algunos cuentos, uno de ellos en el lenguaje y tono de la Onda, algo a lo que nunca volvió. Contó que había pertenecido al taller de Juan José Arreola, que había estudiado teatro con Carlos Ancira y actuado bajo la dirección de su entonces cuñado José Agustín (después haría pequeños papeles en varios filmes). Dijo también que jugaba beisbol –era pítcher de la liga petrolera–, que había pasado por el Partido Comunista (al que volvería poco tiempo después) y por el espartaquismo. Todo eso delineaba una personalidad interesante, pero lo que imprimió a su autorretrato tintes épicos fue saber que era obrero de la refinería de Azcapotzalco, donde encabezó el comité de lucha que apoyó el movimiento estudiantil de 1968.
Revueltas, el ejemplo
Obrero, comunista y escritor, era inevitable que Gerardo de la Torre tuviera una enorme admiración por José Revueltas, un icono de la generación del 68. Esa mezcla de factores lo llevó a definirse en favor de la literatura proletaria, ésa que habla de los trabajadores, sus grandes gestas, su vida. En 1969, Gerardo fue incluido en el libro Narrativa joven de México –de Xorge del Campo– y al año siguiente apareció El vengador, volumen de cuentos que evoca las luchas obreras de fines de los años 50. Luego vino la novela Ensayo general, los relatos de Viejos lobos de Marx, Muertes de Aurora –quizá su mejor libro– y obras como Hijos del Águila (que ganó el premio literario que celebraba los 50 años de la expropiación petrolera), Los muchachos locos de aquel verano (Premio de Novela José Rubén Romero) y, entre muchos títulos más, Morderán el polvo, obra de 1999. Para entonces, Gerardo tenía casi 30 años escribiendo guiones de televisión y de cine (Plaza Sésamo, Tony Tijuana, Hora marcada, etcétera) y era un amigo muy apreciado por gente de cine como Juan Manuel Torres, Pedro Armendáriz Jr. y Felipe Cazals, con quien ganó un premio de guion en el Festival de La Habana. Dirigió por un breve lapso la Casa del Lago y dedicó varios años a la docencia en la Escuela de Escritores de la Sogem, agrupación donde perteneció al cuerpo directivo. Pese a su rica trayectoria, Gerardo de la Torre nunca perdió su sencillez, su frugalidad. Por todo eso, era inevitable admirarlo.
Breviario…
Tradicionalmente, cuando están cerrados los canales de comunicación, los movimientos sociales recurren a las pintas para expresarse. Pero hoy, cuando la sociedad ha ganado el derecho a manifestar la inconformidad, resulta estúpido pintarrajear monumentos como han hecho las feminazis y ahora algunos muchachos de la ENAH, escuela que, entre otras cosas, educa para preservar el patrimonio histórico. ¡Cuidado! @@@ Cecilia Graciela Mingüer Vargas, exdirectora del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, “desapareció” la noche del 25 de diciembre. ¿Ya la encontraron? ¿Qué le pasó? @@@ El Museo de la Academia de Hollywood, en Los Ángeles, inició un ciclo de homenaje a Roberto Gavaldón con la película La Rosa Blanca, recientemente restaurada. Lamentablemente, la exhibición no contó con la banda sonora restaurada que entregaría la Fonoteca Nacional. Consecuencias de los míseros presupuestos del área de cultura. @@@ La muerte de Víctor Chi ilustra que mientras a los intelectuales de éxito se les tilda de fifís, a los artistas populares simplemente se les desprecia. Ésa es la política cultural del sexenio.