Periodistas Unidos. Ciudad de México. 11 de septiembre de 2022.- El pasado lunes, como un golpe demoledor llegó la noticia terrible: murió David Huerta. Poeta emblemático de su generación, hijo de tigre, nos dejó en forma sorpresiva, asesinado por males físicos que pocos conocían. El autor de esta columna convivió con él en un grupo de alcohólicos abstinentes que se hacían llamar, en broma y en serio, “los expeditos”. Hombre de izquierda, enemigo de los dogmas, los prejuicios y eso que se llama la cuadradez, compartió con muchos el sueño de una sociedad sin miseria, sin desigualdades ofensivas, sin injusticia… Una y otra vez se dirigía a los amigos para pedir ayuda, no para él, sino para la Casa del Poeta, en estos tristes años de incomprensible tacañería hacia la cultura. “Su amistad era como un mérito en la vida, el privilegio de sentirlo tan cercano, tan bueno, en el sentido purificador de la palabra bondad”, escribió Rafael Cardona, su amigo de toda la vida. Suscribo cada palabra en estos días horrendos en que la muerte nos priva de grandes talentos. Ante lo irreparable, mi abrazo triste y emocionado para la querida Verónica Murguía, quien en estos días recibió el Premio Antonio García Cubas 2022 por su libro El cuarto jinete.
Fernando González Gortázar
Otra baja tremenda es la de Fernando González Gortázar, artista inmenso, pensador singular, hombre de su tiempo y de sus querencias. A punto de cumplir 80 años, se despidió el autor de esa escultura conocida y disfrutada por millones que es La espiga, en el cruce de Miguel Ángel de Quevedo y la calzada de Tlalpan en la Ciudad de México, o esa maravilla que es la fuente de la Hermana Agua, en su natal Guadalajara, donde dejó obras tan relevantes como La gran puerta o Las pistolas. Ganaba amigos con su sonrisa, su inteligencia y su amor por el arte y los seres humanos. Fue también incisivo articulista del viejo Unomásuno y de La Jornada, diario este último que contribuyó a fundar con su participación y con obra de su autoría que generosamente donó para hacer realidad ese proyecto periodístico. Sus ideas, vaciadas en luminosos ensayos sobre arte, son otra contribución a su país. Hizo mucho por México y por eso duele y dolerá su ausencia.
El arca de Noé Jitrik
México, hay que insistir, tuvo una brillante política de asilo de la que algo queda. Esa digna y valiente actitud trajo beneficios inconmensurables, pues todo exilio político tiene a la cabeza intelectuales de primer orden, como se puede comprobar con una somera revisión de esos talentos y su legado. Obligado por la criminal dictadura argentina, Noé Jitrik llegó a México con su esposa Tununa Mercado. En varios centros de estudio compartió sus conocimientos. Incursionó en el periodismo, la poesía, la narrativa y el ensayo, en el que quizá dejó su obra mayor. El reconocido polígrafo murió a la edad de 94 años en Colombia, pues durante una visita a ese país sufrió un accidente cardiovascular que obligó a hospitalizarlo desde hace un mes. En 1981 obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia por su libro de cuentos Fin del ritual. Era una figura de las letras latinoamericanas.
Lo positivo de Mondiacult
El divisionismo desplegado por Estados Unidos, lo mismo que los gobiernos que se empeñan en actuar como sus satélites, estuvo a punto de causar una ruptura en la reciente Mondiacult, porque, como alguien comentó, “confundieron a la UNESCO con la OTAN”. Afortunadamente, al final, los 2,600 participantes de 150 países –incluidos los 135 ministros de Cultura—, aprobaron por unanimidad la declaración que reúne los planteamientos más importantes, lo que representa todo un triunfo para México y en especial para Juan José Bremer, quien desplegó sus dotes políticas y diplomáticas para lograr que todas las delegaciones asistentes firmaran el documento, lo que es altamente meritorio.