Por Teresa Gurza
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 10 de noviembre de 2024.- En esta época de guerras, amenazas, elecciones complicadas, mujeres violadas y conflictos en todas partes, resulta reconfortante saber que el médico Richard A. Cash, salvó la vida de más de 50 millones de personas dándoles a beber un litro de agua con una pizca de sal y un poco de azúcar.
La sección de obituarios del New York Times del pasado 24 de octubre, informó sobre su muerte ocurrida dos días antes a los 83 años, en su casa en Cambridge, Massachusetts.
Nació en junio de 1941 en Milwaukee, se doctoró en medicina en la Universidad de Nueva York en 1966, se unió al Servicio de Salud Pública de Estados Unidos como alternativa para no ir a la guerra contra Vietnam y en 1967 fue enviado a Pakistán Oriental, hoy Bangladesh, junto otro joven médico estadounidense, David Nalin, para controlar un brote de cólera en las afueras de la capital, Dhaka.
Y ahí demostró que una simple terapia de rehidratación “de baja tecnología”, podía controlar los estragos del cólera y otras enfermedades que mataban a millones de niños en todo el mundo; que, por los vómitos y diarrea, “pasaban en cuestión de horas de lucir como una uva, a asemejarse a una pasa”.
Como la pobreza de la región impedía acceder a sueros colocados en venas y a personal capacitado para ponerlos, Cash y Nalin mezclaron agua limpia con sal y azúcar y para ver si funcionaba hicieron con 27 enfermos, tres grupos.
A los del primer grupo le ponían el clásico goteo intravenoso; los del segundo, recibían en la boca la mezcla de agua a través de un tubo y los del tercer grupo, la bebían directamente de una taza que podía acercarles cualquier familiar.
Y cuando médicos y enfermeras de ese hospital, encontraron extraño el experimento y trataron de detenerlo, Cash y Nalin hicieron turnos de 12 horas para impedirlo.
Los resultados fueron definitivos, la sencilla terapia resultó totalmente efectiva.
Y fue puesta nuevamente a prueba en 1971, cuando la guerra de independencia de Bangladesh empujó a decenas de miles de refugiados a la frontera con la India y el cólera y otras enfermedades, se propagaron.
La grave situación llevó al pediatra Dilip Mahalanabis, a usar la rehidratación oral de sus colegas estadounidenses y comprobó que era una solución exitosa y sencilla.
Lo que permitió que Cash y Nalin, se integraran al Comité de Asistencia para la Rehabilitación de Bangladesh; organización local sin fines de lucro, para enseñar a más de 12 millones de padres de familia, como preparar y administrar el tratamiento en casa.
Y hoy se conoce en prácticamente los hogares de todo el mundo, la revista médica británica The Lancet lo calificó en 1978 como “el avance médico más importante del siglo” y la Organización Mundial de la Salud lo recomienda.
Lo que demuestra que, como decía Cash, “las soluciones simples consideradas como de segunda clase, son siempre mejores que las complicadas”.
Hablando de soluciones simples, una nota de Dana G. Smith publicada en NYT el pasado día 27, cuenta que hay lugares en el mundo que se han llamado zonas azules, donde las personas permanecen activas hasta los 100 años debido a comportamientos simples y fáciles de seguir.
El nombre zonas azules, -que ha generado ocho libros, una serie de Netflix, la comercialización de cientos de productos y ansias de muchas ciudades para ser certificadas como tales- se usó por vez primera en un artículo publicado en 2004, por la revista Experimental Gerontology.
Explicaba que científicos que investigaban a personas centenarias de Cerdeña, Italia, habían sombreado en mapas de la ciudad, algunas zonas y buscaban saber si la longevidad se debía a la nutrición y estilo de vida o a que se trasmitían los mismos genes por casarse entre familiares, debido a su aislamiento.
Un año después, el periodista de National Geographic, Dan Buettner, utilizó el nombre zonas azules en un artículo, asegurando que también las había en Okinawa, Japón y Loma Linda, California.
Y atribuía la vitalidad de los ancianos, además de a los buenos genes, a su dieta de frutas y verduras, actividad física, disfrute del tiempo en familia, tener un propósito de vida, ser religiosos practicantes, beber con moderación y no fumar.
Entrevistado por NYT, Buettner comentó que sin dietas, CrossFit, suplementos, células madre o extenuantes ejercicios, esas personas vivían unos 10 años más; concluyendo que “la buena salud proviene del entorno adecuado”.
Pero, hay investigadores que dudan si esas zonas azules son simplemente lugares donde fallas del Registro Civil, han inflado el número de centenarios y que tal vez algunos de ellos, por no recordar con precisión cuando nacieron, dicen cualquier fecha.