¿Te acuerdas?
Foto: Especial
Por Teresa Gurza
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 03 de mayo de 2020.- Es ésta una pregunta que siempre surge en las reuniones familiares o de amigos de mucho tiempo.
Y no pocas discusiones ocurren al oír las respuestas, porque nadie recuerda las cosas como los otros y las discrepancias pueden terminar en pleitos.
Creo tener buena memoria porque me acuerdo de versos que aprendí a los ocho o nueve años, poemas románticos de mi adolescencia, la larguísima Pasión de Cristo según San Marcos que debíamos saber completita en el colegio, las Catilinarias que teníamos que recitar en latín frente al maestro Demetrio Frangos, y clases de Edmundo O’Gorman, Paco de la Maza, y don Pablo Martínez del Río, en Historia de la UNAM.
De modo que cuando alguien cuenta algún episodio de mi infancia o juventud distinto al que tengo guardado, me cuesta creerle.
Por lo anterior me interesó el artículo que con el sugerente título La memoria es un país extraño, escribió Guillermo Altares para El País, en el que explica que los recuerdos suelen ser tan engañosos, que no es fácil distinguir lo verdadero de lo falso y a veces necesitamos de objetos para recuperarlos.
Al respecto hace tiempo les conté que, para ayudar a pacientes con Alzheimer en una residencia de ancianos de la ciudad de Dresde que perteneció a la República Democrática Alemana, se decoraron dos habitaciones con artículos de uso diario en la sociedad comunista; y los enfermos recuperaron “recuerdos perdidos en el pozo de la enfermedad.»
Informa también Altares, que algunos cines siguen pasando una versión cinematográfica de una de las más bellas autobiografías europeas del siglo XX, La promesa del amanecer, de Roman Gary; nacido como Roman Kacew en una familia judía de Vilna, cuando esta ciudad formaba parte del Imperio ruso.
Su autobiografía es una gran novela de aventuras en la que relata que fue héroe de guerra en la Segunda Guerra Mundial, viajero, diplomático, y marido de la estrella de Hollywood Jean Seberg.
Pero sus biógrafos aseguran, que muchos detalles no concuerdan con la realidad y les parece raro, porque no tenía necesidad de inventar ya que su vida auténtica fue tan espectacular como la ficticia; por lo que piensan, suplió con imaginación lo olvidado.
Hablando de imaginación, cuando hace más de 25 años vivía yo en Morelia tomé cursos de conversación en inglés; pero mis compañeros eran adolescentes que asistían obligados por sus papás y como no ponían interés, hacían tediosas las clases.
La situación hartó a la profesora que, en lugar de examinarnos oralmente, pidió que escribiéramos lo más detalladamente posible, un viaje.
Narré uno que en el invierno de 1984 hice desde Moscú, donde trabajaba como corresponsal, a la bella región siberiana; y que empezaba aterrizando en Novosibirsk sobre esquís, en lugar de ruedas.
Conté mi visita a granjas de visones donde los animalitos vivos me dieron ternura; y compasión, los que se emplearon en el abrigo que me permitió pasear calientita por sitios históricos del zarismo y la Ciudad de la Ciencia donde estudiaban niños genio soviéticos, caminar en la taiga a 40 grados bajo cero, asistir a festivales de baile y música céltica, subirme a las congeladas olas del Mar de Obi que en realidad es río, romper un pequeño círculo del hielo del Lago Baikal para sacar un gelatinoso pescado llamado Omul que se comía vivo y decían era la delicia del lugar y admirarme cuando mi aliento caía al suelo en forma de cristalitos, en lo que allá se conoce como el rumor de las estrellas.
Pasé el examen con 10; pero, aunque no hubo alguna hermana que diera una versión diferente, la maestra no creyó que fuera real mi viaje y al anunciar las calificaciones dijo: “vean muchachos como esta señora fue capaz ¡a la edad que tiene!, de inventar tanta cosa; y ustedes, no salen de tonterías en Acapulco…”
Ni para qué, aclarar.
Siguiendo con Altares, los científicos que cita aseguran que los recuerdos de la infancia se van haciendo más nítidos, al envejecer.
Pero que hay dudas sobre si efectivamente recordamos los hechos, o lo que sobre los hechos nos contaron; porque la memoria tiende a confundir lo que realmente pasó, con lo que pensamos que pasó.
Y que tanto los recuerdos verdaderos como los falsos, forman nuestra personalidad, y condicionan igualmente nuestros actos.
Lo mismo ocurre con las sociedades y sus historias; algunas de las cuales, se construyen con mentiras que tienen al rato el mismo peso que las verdades.