Tic tac… se escucha el Reloj del Apocalipsis: 100 segundos para la medianoche (Parte I)

Por Jurgis Rudkus

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 14 de octubre de 2020.- No es algún guion de Arnold Schwarzenegger ni tampoco una película o serie de Terminator. Más apegado a la realidad es la película de Stanley Kubrick (Dr. Strangelove), donde se advierte sobre la Maquinaria del Día del Juicio Final que nos encaminará hacia la medianoche: un oscuro invierno nuclear provocado por la detonación de armas nucleares.

La hora cero —desaparición de la humanidad y de la vida— está simbolizada y determinada en el famoso Reloj del Apocalipsis o del Día del Juicio Final (Doomsday Clock) del Boletín de los Científicos Atómicos de Estados Unidos; probablemente la voz más autorizada para anunciar lo cerca que está la especie humana de su extinción, ya que hacen una revisión rigurosa sobre los riesgos y afectaciones de un ataque nuclear generalizado, así como por el peligro que representa el cambio climático antropogénico y otras amenazas.

Como una contraparte armamentista de Estados Unidos, el boletín de científicos  apareció en 1945, y justo en el inicio de la Guerra Fría, en 1947, dio a conocer el Doomsday Clock. En ese año, las manecillas del Reloj iniciaron la cuenta regresiva con 7 minutos para la medianoche. Dos años después, cuando el monopolio nuclear se esfumó de las manos de Estados Unidos, las manecillas se adelantaron cuatro minutos, iniciando a la vez una carrera armamentista que nos persigue hasta hoy.

La carrera armamentista nuclear, cuya misión es el genocidio, el terror, la histeria y la disuasión tuvo su origen en el descubrimiento nazi sobre la fisión nuclear. Aunque Hitler desestimó la investigación atómica en su Proyecto Uranio y por lo tanto, estuvo lejos de hacer realidad la bomba atómica, científicos como J. Rotblat y A. Einstein, influyeron no sólo con su conocimiento, sino con persuadir a los dirigentes de EUA para fabricar la bomba en el Proyecto Manhattan. Dicha bomba tendría que ser fabricada con urgencia para que fuese el país de la “libertad” quien decidiera el futuro. Y así fue, pero las cosas no terminaron ahí.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) no se quedó de manos cruzadas e invirtió enormes recursos en la Operación Borodino para obtener la bomba atómica, una obsesión de Stalin, la cual logró probar en 1949. En ese año los soviéticos detonaron exitosamente la bomba RDS-1 en Kazajistán.

La desconfianza entre las dos superpotencias no fue para menos. Leslie Groves, director encargado del Proyecto Manhattan, advertía (desde 1944) que dicho proyecto estaba dirigido contra la URSS. Para agosto de 1945, EUA realizó un plan preliminar para destruir quince ciudades soviéticas, empezando por Moscú, así como otras veinticinco ciudades, entre ellas Leningrado —actual San Petersburgo—. Cada ciudad recibiría, al menos, seis bombas para garantizar la destrucción total y el asesinato masivo.[1]

En agosto de 1957 la URSS inauguró su arsenal con Misiles Balísticos Intercontinentales (ICBM) y el lanzamiento del primer satélite, el Sputnik 1.  La reacción estadounidense no solo fue igualar y superar los ejercicios soviéticos, sino llevar a cabo el mayor programa de acumulación militar, tanto estratégico como convencional en tiempos de paz.[2]

Así ha continuado la siniestra carrera armamentista hasta nuestros días. Varios ejemplos son la Guerra de las Galaxias, la utilización del láser para fines militares, los señuelos intercontinentales, el uso de armas atómicas para derribar armas atómicas, drones automatizados o teledirigidos, armas estratégicas en órbita como el programa de Defensa contra Misiles Balísticos (BMD por sus siglas en inglés) y el plan del Mando Espacial de EUA llamado Vision for 2020.[3]

La militarización del espacio exterior con armas nucleares como auténticas Estrellas de la Muerte no son ninguna invención, sino verdaderos sistemas de masacre y devastación. Programas similares son la utilización de nanotecnología, o la investigación avanzada del Pentágono, DARPA, que conectan al cerebro humano con una máquina o con otro cerebro.

La carrera armamentista y la histeria sobre cada descubrimiento o avance tecnológico para hacer más efectivo el asesinato y el exterminio ha seguido su curso, no solo entre Rusia y Estados Unidos, sino también entre China, Israel, Pakistán, India, Corea del Norte, Francia e Inglaterra. Esta bestialidad la resumió, sin quererlo, el general Leslie Groves: “Si van a existir bombas atómicas en el mundo [y por naciones enemigas], debemos tener lo mejor, lo más grande y lo máximo”.[4]

Al respecto, las mentes al estilo Donald Trump, que además de ser impredecibles y que están a favor del uso de armas nucleares no son nada nuevo. Basta recordar a Harry Truman, quien al ser cuestionado por las bombas nucleares en Japón dijo: “Cuando se tiene que tratar con bestias [los japoneses], hay que tratarlos como bestias”.[5] En 1950, el comandante del Air War College de Estados Unidos, Orvil Anderson, propuso a su gobierno: “Dadme la orden y destruiré los cinco nidos de bombas A de Rusia en una semana… y cuando me presente ante Cristo, creo que podría explicarle que habría salvado a la civilización”.[6]

En 1948 —en el inicio de la crisis de Berlín— bajo la “gran amenaza” que representaba el ejército rojo en Alemania y en el resto de Europa, el presidente Truman y su Estado Mayor aprobaron el primer plan de ataque nuclear contra la URSS llamado Halfmoon —sucedido por otro plan llamado Trojan—.

Una frase resumía el objetivo de dicho plan: “El concepto de asesinar a la nación”. De acuerdo al coronel Dale O. Smith, con Halfmoon: “Una nación moriría tan seguramente como un hombre cuando una bala atraviesa su corazón”. Y no se equivocaba ya que el plan de ataque significaba detonar 133 bombas atómicas en la URSS, siete de ellas desintegrarían Leningrado y ocho a Moscú. La alta probabilidad de que los bombarderos estadounidenses fuesen destruidos por los soviéticos antes de lanzar su carga atómica y el precio psicólogo-moral que representaba el genocidio, hicieron que Halfmoon no se llevara a cabo.[7]  

En 1951 el general Douglas MacArthur, destituido por promover una guerra nuclear,  advirtió al inflexible  Truman que la única solución a la Guerra de Corea era el “bombardeo nuclear de los aeropuertos de Manchuria”.[8]

Aunque no se usaron armas nucleares, Corea del Norte casi desaparece, ya que Estados Unidos lanzó  cuatro veces más toneladas explosivas que en Japón (1945), incendiando la mayor parte de las ciudades, asesinando a más de un millón de coreanos y expulsando de sus hogares a millones de personas,[9] destruyendo además  las presas que irrigaban el 75% de las cosechas de arroz, un crimen de guerra que ha pasado por alto. Siendo irónicos, será que por esa razón los norcoreanos guardan “resentimientos” contra Estados Unidos, ¿qué dirían los estadounidenses si un millón de sus ciudadanos hubiesen sido carbonizados con napalm y otro millón más perecido por hambruna consecuencia de los bombardeos?

El riesgo de confrontación nuclear y nivel destructivo llegó a una nueva era el primero de noviembre de 1952, cuando Estados Unidos detonó exitosamente la bomba H, llamada Ivy Mike, cuya explosión de 10.4 megatones —equivalente a 500 bombas de Hiroshima— hizo un cráter de 2 km de diámetro con 60 metros de profundidad en el atolón Bikini de las Islas Marshall. 

Con la detonación de Mike la Era Termonuclear había iniciado. Ergo, la respuesta de los rusos tardó solo nueve meses. En agosto de 1953 probaron la bomba termonuclear RDS-6s, cuya capacidad explosiva fue de 400 kilotones. Con estas armas, tanto la URSS como EUA estaban fabricando su propia Maquinaria del Día del Juicio Final. En aquel año las manecillas volvieron a moverse, el Reloj marcó 2 minutos para la medianoche. En ese momento, las dos superpotencias también inauguraron la MAD (Destrucción Mutua Asegurada, por sus siglas en inglés). 

En documentos recientes y desclasificados por el exconsultor del Pentágono, Daniel Ellsberg[10] —considerado por EUA como el hombre más peligroso debido a la información vertida en los Pentagon Papers y otros documentos clasificados—, sabemos que el maravilloso plan del presidente Eisenhower — Plan Operativo  Integrado Único  (SIOP por sus siglas en inglés)—  contra los soviéticos era un ataque nuclear y total, un primer y letal golpe con armas termonucleares sobre todas las ciudades con más de 250 mil habitantes, es decir, 3 mil 729 objetivos o zonas cero distribuidas en Rusia,  China y Corea del Norte, así como en las ciudades de Europa que estuvieran en la órbita del Pacto de Varsovia.[11]

Fig.1. Gráfica del número de muertes (estimadas) poniendo en marcha el SIOP, un primer ataque total contra la URSS. La información de alto secreto (solo para los ojos del presidente estadounidense) fue publicada por Ellsberg

En aquel entonces, Estados Unidos contaba con mil setecientos bombarderos del Strategic Air Command (SAC) cargados con bombas termonucleares de entre cinco y veinticinco megatones (estas últimas, equivalentes a mil 250 veces la bomba de Nagasaki), listas para hacer desaparecer al bloque chino-soviético, así como al resto de la humanidad.

Encargado de analizar los planes de ataque, Ellsberg calculó en primera instancia, que el primer golpe causaría la muerte a 600 millones de personas, “cien holocaustos”, un tercio de la población mundial. Pero, como bien lo dice: “El hecho es que estaba equivocado, todos estábamos equivocados, nadie es perfecto, la realidad es que morirían tres tercios de humanidad”.[12] 

En efecto, el plan del Mando Aéreo Estratégico de EUA titulado Atomic Weapons Requirements Study for 1959 es un documento de más de 800 páginas, en el cual se describen alrededor de tres mil cuatrocientos objetivos o “zonas cero” —zonas industriales, militares y, por supuesto, zonas densamente urbanizadas— desde Alemania hasta China. De esa cantidad, más de mil doscientos objetivos estaban dirigidos al bloque soviético, donde se detonarían, principalmente, bombas termonucleares para una destrucción total del enemigo.[13]

Durante la crisis de Berlín en 1961, los conflictos entre las dos potencias nucleares estuvieron a punto de finalizar la Guerra Fría para dar paso a la Guerra Termonuclear, ya que el SIOP o plan de primer ataque contra el bloque chino-soviético estuvo a punto de llevarse a cabo. Aniquilado el ejército nazi, la ocupación de Alemania se organizó en los acuerdos de Yalta (Crimea) en febrero de 1945, dividiendo al territorio alemán en dos, Alemania Oriental (controlado por la URSS) y Alemania Occidental (controlado por EUA, Reino Unido y Francia).

En el caso de Berlín, asentada en el bloque soviético, también se dividió en dos, bajo el control militar de la OTAN en la zona occidental.  La existencia de la OTAN y el control que ejercía sobre Berlín (y el resto de Europa) era algo inadmisible para la URSS, así como también que los alemanes de Berlín Oriental, por lo general cualificados, buscaran oportunidades económicas y laborales en el bloque capitalista, cuya economía ofrecía poder adquisitivo y libertad (política). Esto ocasionó el bloqueo terrestre desde Alemania Occidental hacia Berlín y la construcción el ominoso Muro por parte de la URSS, el cual permaneció hasta 1989.

Nikita Kruschev advirtió en 1961 que delegaría el poder de Berlín a Alemania Oriental, lo que hubiese provocado su reconocimiento como Estado independiente (pero realmente como brazo de la URSS). Al mismo tiempo, el canciller de Alemania Occidental, Konrad Adenauer, reclamaba autoridad para representar a una Alemania unificada. ¿Cómo defender Berlín occidental en el corazón del bloque soviético?

El tono del conflicto subió de nivel cuando Kennedy hizo un llamado a sus aliados para una posible confrontación por Berlín: “Hemos dado nuestra palabra de que un ataque contra esta ciudad será un ataque contra todos nosotros”. La única forma de “disuadir” a los soviéticos —quienes exigían la desmilitarización y retiro de la OTAN— era haciendo saber que se podía poner en marcha un primer ataque nuclear para defender la “democracia”. ¿Tenía sentido defender un territorio rodeado por el bloque soviético a costa de asesinar a tres tercios de la humanidad?

Las armas nucleares estadounidenses evitaron la invasión soviética sobre Berlín Occidental pero la URSS no retrocedió en su exigencia para desmilitarizar la zona, limitando los derechos de la OTAN.  El líder soviético dijo enfático: “Depende de EUA decidir si habrá guerra o paz”. La respuesta de Kennedy fue: “Entonces habrá un invierno frío”. En otro mensaje, Kruschev le dijo al asesor de la Casa Blanca, John McCloy: “Dígale a Kennedy que si comienza una guerra [nuclear], probablemente se convierta en el último presidente de los Estados Unidos”.[14]

En septiembre de 1961 el general estadounidense Thomas Power afirmó en la Casa Blanca: “Si una guerra atómica general es inevitable, Estados Unidos debe atacar primero”: la estrategia del primer golpe. Power y otros generales recomendaban todo o nada; iniciar un primer ataque con el SIOP y acabar con los soviéticos, China incluida. Esta estrategia del primer golpe, con todo y su negación, es la esencia de la doctrina de disuasión hasta hoy.

Quien quiera “ganar” una guerra utilizando armas nucleares sencillamente debe atacar primero. Sin embargo, el ganar entre comillas no puede pasar desapercibido. En los conflictos de la crisis de Berlín, no se sabía con exactitud las consecuencias por detonar semejante cantidad de bombas termonucleares.

Para el 27 de octubre de 1961 tanques estadounidenses y soviéticos estaban frente a frente en Checkpoint Charlie, último cruce fronterizo de Berlín, donde cualquier error hubiese provocado una conflagración nuclear. Ante la enorme tensión, horas después hubo un acuerdo entre Georgi Bolshakov y Robert F. Kennedy para retirar los tanques.[15] El retiro de los tanques soviéticos, y media hora después, el retiro de los tanques estadounidenses en la frontera de Berlín Oriental con Berlín Occidental parecía restablecer la calma ante un posible ataque nuclear. Pero todo ello fue un engaño.

Enviando una señal desafiante y en conmemoración a la destrucción, en octubre de 1961 los soviéticos detonaron la bomba termonuclear más devastadora sobre la faz de la tierra: la bomba Emperador o bomba del Zar. Diseñada para utilizar 100 megatones, tuvo que ser reducida a la mitad debido a la incertidumbre sobre su devastación. La bomba del Zar se detonó con una capacidad destructiva de 50 megatones, equivalente a tres mil 300 veces la bomba de Hiroshima y alcanzó una altura de cuarenta kilómetros. La bola de fuego fue visible a un radio de 960 kilómetros y las ondas expansivas fueron detectadas hasta Nueva Zelanda.

Poco después de los planes estratégicos para llevar a cabo un primer ataque termonuclear por parte de EUA, cada superpotencia fue sofisticando y desarrollando sus propios arsenales nucleares, procurando estar al mismo nivel armamentístico para la disuasión mutua, o, mejor dicho, para la destrucción mutua, la cual estuvo más cerca que nunca en octubre de 1962 en la famosa crisis de los misiles,cuando Estados Unidos identificó bases para misiles balísticos en Cuba. Ese periodo ha sido catalogado como el “momento más peligroso en la historia de la humanidad” según el historiador y asistente de John F. Kennedy, Arthur Schlesinger.[16]

A 58 años de los dramáticos sucesos de octubre de 1962 deberíamos recordar que en ningún momento del siglo XX la humanidad estuvo tan cerca de la hora cero. Por el contrario, en 1991, con el desmoronamiento de la Unión Soviética, la especie humana suspiró al ver el Reloj a 17 minutos para la medianoche. La paz, la prudencia y la consciencia parecían reinar en el “nuevo orden mundial”.

Todo parecía ir de maravilla hasta que el los terroristas por excelencia volvieron a irrumpir en la escena internacional. Estados Unidos invadió Afganistán en 2001, ocupó Irak en 2003 y ha incrementado su presencia a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en las fronteras con Rusia. Ha iniciado una la nueva Guerra Fría, que incluye no solo el conflicto militar, sino comercial y espacial con China y Rusia, así como una nueva carrera armamentista.

De acuerdo a los científicos, debido a los conflictos entre las naciones y las consecuencias del calentamiento global, el Reloj del Apocalipsis ha vuelto a mover sus manecillas, en 2002 marcó 7 minutos para el ocaso. Un nuevo acercamiento sucedió en 2007 ya que la hora marcada fue de 5 minutos para la medianoche.

Como en crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, en 2015 estuvimos a 3 minutos; en 2017, tras elección de Donald Trump y su impacto geopolítico, la hora señalada fue de 2 minutos y medio; y a partir de 2018, se adelantó medio minuto más: 2 minutos para la medianoche, la misma que en 1953, cuando las bombas con isótopos de hidrógeno hicieron posible la fabricación de armas con capacidad destructiva ilimitada.

Recordando esos 2 minutos, el matemático, filósofo y Nobel de literatura Bertrand Russell, dijo en 1955:

“¿Desaparecerá la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra? […]. Ante nosotros está, si lo escogemos, un continuo progreso en términos de felicidad, conocimiento y sabiduría. […]. Hacemos, como seres humanos, un llamamiento a los seres humanos; recuerda que eres humano y olvida el resto. Si [la humanidad] obra así, se abrirá el camino hacia un nuevo paraíso, en caso contrario, quedará con nosotros el peligro de la muerte universal”.[17]

Hoy, el Reloj del Día del Juicio Final ya no mide los minutos, sino los segundos. En enero de 2020, el boletín de científicos anunció que estamos a 100 segundos para la medianoche. En setenta y cinco años que tiene el simbólico Reloj, la cuenta regresiva nunca ha estado tan cerca de la medianoche.

Nada está escrito, pero tampoco hay que ser ingenuos. El Doomsday Clock es tan solo un parámetro científico del riesgo existente por nuestras propias actividades. Sin embargo, al poner atención en él, y debido al resurgimiento de ideologías irracionales como el nacionalismo, el supremacismo, la xenofobia y la radicalización religiosa, podríamos preguntar y analizar lo siguiente: ¿Por qué casi nadie habla de la amenaza nuclear, es tan insignificante que preferimos saber cuándo y cómo será el próximo super bowl, el mundial de futbol y la miss universo después del COVID-19? ¿Por qué existen armas nucleares y a quién le garantizan seguridad? ¿Cuáles son las repercusiones por la contaminación en los océanos y su nula capacidad de producir oxígeno debido al invierno nuclear? ¿Qué demonios es el invierno nuclear?

De llegar a la medianoche los científicos han advertido que las consecuencias serán catastróficas.  Sus afirmaciones son una probabilidad claro está, la ciencia nunca habla de verdades absolutas, pero es cierto que en el caso remoto de que existan sobrevivientes, nadie en sus cinco sentidos querría pasear bajo una lluvia de cesio-137, uranio o plutonio. 

Como individuos y sociedad podemos hacer mucho para evitar llegar a la hora cero, pero si lo que deseamos es contradecir o poner a prueba las advertencias de los científicos, no hace falta leer algún versículo de la Biblia y esperar el castigo divino, sino dejar que individuos al estilo de Donald Trump, Vladimir Putin, Kim Jong-un o Xi Jinping sigan gobernando y tomando decisiones en nombre de más de 7 mil millones de personas. Solo hace falta esperar la decisión estúpida de estos individuos y listo.

Fig. 3. Manecillas del Reloj del Día del Juicio Final a partir de enero de 2020. Es la hora más cercana a la medianoche desde que existe el Boletín de los Científicos Atómicos.  

“Hay en el empleo de la bomba atómica y la bomba de hidrógeno un nuevo peligro, un peligro que no es nuevo en su clase, pero sí en ser de un grado mayor que cualquiera que haya existido en anteriores guerras. No sabemos a ciencia cierta cuáles son los efectos por liberar gran cantidad de radiación. Hay quienes creen —entre ellos, Einstein— que estos efectos pueden ser la extinción total de la vida en el planeta. Yo no digo que ocurra esto si se emplea la energía atómica en la guerra; nadie sabe lo que puede ocurrir con la nueva arma. Pero existe el riesgo de que ocurra y, si ocurre, el arrepentimiento llegará demasiado tarde”.

Bertrand Russell. Gobierno Mundial.


[1] Richard Rhodes, Dark Sun: The Making of the Hydrogen Bomb (New York: Simon & Schuster, 1995), 23–24. Ver también Gregg Herken, Brotherhood of the Bomb (New York: Henry Holt and Co., 2002), 142. Cabe decir que Estados Unidos no tenía las bombas necesarias para su plan en 1945. El propio Harry Truman se sorprendió al saber que solo contaban con siete bombas listas para detonarse en 1947.

[2] Kenneth Waltz. PS: Political Science & Politics. Diciembre de 1991. Citado en Chomsky, Noam. Hegemonía o supervivencia. Ediciones B. Barcelona, 2016, pp. 299-300.

[3] Véase el Mando Espacial de Estados Unidos: Vision 2020. Febrero de 1997.

[4] Schlosser, Eric. Command and Control. Nuclear Weapons, the Damascus Accident, and the Illusion of Safety.  Penguin Books. New York, 2014, p. 95.

[5] Messer, Robert L. Un nuevo testimonio sobre la decisión de Truman. La edad nuclear. UNAM-FCE. México, 1987, p. 65.

[6] A. Stevens. The New York Times, 2 de septiembre de 1950, p. 8.

[7] Schlosser, Eric., op. cit., 2014, pp. 101-105.

[8] Ramírez, Jesús Martín; Antonio Fernández-Rañada, op. cit., p. 18.

[9] Cummings, Bruce. The Korean War: A History. Modern Library. 2010, p. 159. Véase también U.S. Strategic Bombing Survey. Summary Report (Pacific War). 1 de julio de 1946.

[10] Ellsberg, Daniel. The Doomsday Machine: Confessions of a Nuclear War Planner. Bloomsbury. USA, 2017.

[11] Ibídem, pp. 110-114.

[12] Democracy Now. Daniel Ellsberg Reveals He was a Nuclear War Planner, Warns of Nuclear Winter & Global Starvation. DM, december 06, 2017,https://www.democracynow.org/2017/12/6/doomsday_machine_daniel_ellsberg_reveals_he.

[13] El documento mencionado se desclasifico en 2015. William, Burr. U.S. Cold War Nuclear Target Lists Declassified for First Time. National Security Archive Electronic Briefing Book no. 538. www.nsarchive.gwu.edu

[14] Schlosser, Eric., op. cit., 2014, pp. 281-288.

[15] Ídem.

[16] Dobbs, Michael. One Minute to Midnight: Kennedy, Khrushchev and Castro on the Brink of Nuclear War. Vintage. NY, 2008, p. viii. Citado en Chomsky, Noam. ¿Quién domina el mundo? Ediciones B. Barcelona, 2016, p. 132.

[17]El Manifiesto Russell-Einstein. Londres, 9 de julio de 1955.

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