Todavía hay árboles y postes…
Foto: Especial
Por Humberto Musacchio
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 30 de octubre de 2020.- Se supone que el presupuesto federal debe repartirse, no de modo proporcional al aporte de cada entidad federativa, sino con la intención de equilibrar las diferentes zonas geográficas y las clases sociales. En suma, los dineros públicos deben servir para que el país sea menos injusto, algo que no entienden individuos como el vaquero que dizque gobierna Nuevo León o el inepto Ejecutivo guanajuatense.
Es cierto que la Federación y especialmente quien la encabeza no se han mostrado muy dispuestos a atender ciertas necesidades de los estados, pero considérese también que estamos en medio de una emergencia sanitaria y que venimos de una tradición en la que el centro tenía que hacerse cargo de resolver infinidad de problemas de cada entidad y hasta de los municipios.
Hoy existe la pretensión de que cada estado eleve la recaudación para contar con recursos, pero se trata de un camino espinoso que pocos mandatarios están dispuestos a recorrer, pues les quita popularidad, les niega apoyo de quienes más tienen y les cierra el camino hacia otros cargos.
Viene al caso lo anterior porque en el fondo del conflicto entre los gobernadores de la llamada Alianza Federalista y el Presidente de la República yace la disputa por los dineros públicos. Irresponsablemente se exaltan los más acedos localismos, la fobia hacia la capital y sus habitantes, el trato de extraños a otros mexicanos. Nunca ha sido loable atizar los odios, pero los gobernadores, al parecer, no piensan en eso.
Las cosas han llegado al colmo con la amenaza de romper el Pacto Federal. Esto es, de proceder a la balcanización de México para crear pequeñas repúblicas. Una especie de nueva Yugoslavia, país al que líderes ambiciosos e irresponsables llevaron al desmembramiento para acabar convirtiéndolo en un puñado de pequeños países. Yugoslavia fue un Estado cuya voz se escuchaba en el mundo. Hoy, ninguno de los siete gobiernos fraccionalistas puede decir eso de sí mismo.
Por supuesto, en algunos casos la mira apunta hacia el norte. Las élites de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas sueñan con incorporarse al país de sus sueños, pues entre las clases dominantes abundan esos que Carlos Monsiváis llamaba “gringos nacidos en México”. A esa federación ilusoria podría agregarse Durango, otro miembro de la Alianza.
Aguascalientes, Jalisco, Colima, Michoacán y Guanajuato forman la otra quinteta separatista. En la mente de sus gobernantes cabe la idea —si es que algo cabe en esas mentes— de integrar una federación independiente de la mexicana. Sueños guajiros, se dirá, aunque son más bien pesadillas que pueden arrastrar a México a la guerra civil.
Con cierta dosis de ingenuidad, se dijo en una mañanera que “no hay ninguna posibilidad” de que pueda romperse el Pacto Federal, porque eso implica una reforma a la Constitución que tendría que aprobar el Congreso. Lo anterior es cierto y lo será durante los próximos 11 meses, pero no olvidemos que el año próximo hay elecciones y que Morena está en un tris de perder la mayoría parlamentaria.
Algún optimista dirá que para evitar ese desastre, el TEPJF le regaló registro electoral a seudopartidos afines a YSQ, pero no se olvide que esos grupúsculos pueden cambiar de chaqueta en cualquier momento, porque no son organizaciones regidas por principios ni surgidas de la sociedad, sino meras pandillas de negociantes que estarán dispuestas a pactar con el mejor postor.
Pero los dos bandos hacen malas cuentas. No favorece a México el amago de un conflicto separatista. La obligación del Ejecutivo federal es trabajar por la conciliación de todos los mexicanos, lo que implica la negociación con los inconformes, la búsqueda de fórmulas conciliatorias en las que ninguna parte ganará todo, pero todos ganarán algo.
Por su parte, los gobernadores de la Alianza harán bien en manejarse con más prudencia. El separatismo es una ofensa contra los mexicanos, a quienes las condiciones geográficas e históricas nos vacunaron contra esa frivolidad. Si la idea es llevarnos a una guerra civil, en la que ellos contarían con ayuda extranjera, antes tendrán que pensar en el destino que les aguarda. Todavía hay árboles y postes en donde se puede colgar a los traidores.