Periodistas Unidos. Ciudad de México. 18 de septiembre de 2021.- En medio de la barbarie desatada en Europa, Hitler sostenía que “lo estable es la emoción, el odio”. Su doctrina entera la basó en aprovechar la crisis producida en 1929 y alentar un movimiento reaccionario que le permitiera establecer un estado de excepción, para ello era indispensable la manipulación social de masas.
Hay un fenómeno que conjuga dos procesos de esta trayectoria histórica que estamos presenciando en lo que es la nueva discusión pública. Las redes sociales, han venido a desplazas a los medios de comunicación tradicional, porque a diferencia de estos últimos los grandes conglomerados no se responsabilizan de lo que en sus plataformas se vierte.
No hay un código periodístico para ellas, no deben de seguir las reglas de la verificación de la información ni están enmarcadas en legislación alguna. Las redes sociales han podido romper monopolios de información, lo que hizo que muchas sociedades acudieran a ellas para desfogarse de las restricciones de poderes autoritarios anteriores pero la nueva realidad es que un nuevo monopolio emergió, uno que tiene como principio no la libertad de expresión sino el negocio del manejo de una amplia base de clientes y su información, todas sus preferencias listas para comerciar.
Esto aplica tanto para negocios en el ámbito económico, pero aplica especialmente para los de tipo político. Hay ya una larga lista de denuncias de todo tipo, de cómo a partir de la segmentación, del ordenamiento meticuloso de afecciones mostradas en línea, pueden avanzar en la manipulación psicosocial.
Es muy común observar todo tipo de linchamientos sociales que se producen en las redes, incluso los programas dedicados a los chismes en la televisión y los portales de información, necesitados del clickbait, colocan todo tipo de información, a pesar de no estar verificada, para atraer lectores con fines publicitarios. Se puede manipular para estar vigentes en los planes de publicidad de las empresas.
Hemos pasado de una sociedad que respetaba el derecho a la inocencia, a un proceso de degradación que también sucedió en el periodo del nacionalsocialismo. En las redes sociales todos los días se intenta cancelar el principio jurídico nulla poena sine lege (ninguna pena sin ley) para pasar a determinar acciones según el sentir popular.
Esto está abriendo un boquete incluso en el derecho penal liberal. Porque se establecen penas o acciones a partir del linchamiento mediático, y es ahí en donde el odio se afirma, hace posible su esencia, porque finalmente triunfa ante un enemigo en común, que no es otro más que el estado de derecho.
No hay necesidad de jueces, lo que importa es el arrebato de una masa social que exige un castigo, aunque éste no se encuentre en ley alguna. Es momento de que los jueces tomen determinaciones a partir de sus emociones, y esas emociones deben ser las de las mayorías.
Para que esto funcione de forma sistemática, que vale la pena decir sigue generando mucha confusión en diferentes círculos sociales, se ha establecido un mecanismo de larga data, que de igual forma utilizaba ya Goebbels, y es el de los coups de théâtre, un efecto dramático ante cada acontecimiento.
La diferencia con la derecha mexicana que no se encuentra en el poder, es que no puede hacer uso de los símbolos nacionales para exaltarse, pero sí debilitarlos para abrirse paso, es decir, aunque no es la misma forma sí el mismo principio el montaje del drama de la indignación estéril. Cada oportunidad que tiene realiza una puesta en escena en donde lo dramático es lo central, cada acción de gobierno es un paso más hacía un abismo, cada palabra de un funcionario es una afrenta histórica, cada modificación a una ley por más caduca que esta sea es un el inicio de la catástrofe.
Así podemos observar el odio racista desatado contra la imagen estilizada de una indígena olmeca. No hay que ir a fondo de la discusión sobre mover a Colón, responsable del genocidio de los arawks, sino lo que realmente importa es odiar este nuevo cambio, en eso consiste esta nueva escena dramática, de llamar a todos a protestar por el hecho.
No puede venir el jefe del Estado Cubano Díaz-Canel porque inmediatamente es una afrenta contra la democracia. Es interesante observar cómo la manipulación grotesca de la historia corre a cargo por ejemplo de Felipe Calderón, quien como usurpador del estado mexicano necesitó de la foto con Castro para mostrar al mundo quién estaba al mando en México. El punto entonces de reafirmar, crear la narrativa del abismo, hay que odiar lo diferente sin detenerse a pensar ni siquiera en la razón de Estado.
Podemos seguir con ejemplos, desde el cambiarle el nombre a una calle en la Ciudad de México hasta la presentación de un logotipo del aeropuerto Felipe Ángeles. Estas discusiones serían francamente ridículas si lo que se estuviera produciendo fuera irrelevante y no lo es.
Lo que se busca es evitar la responsabilidad del fracaso de la guerra contra las drogas, la crisis económica que heredaron y la descomposición social que en cualquier momento podría haber hecho implosionar al país. El desastre en el que dejaron a la nación ha tenido consecuencias de primer orden, y para ellos es necesario realizar una serie de cambios, que justamente es lo que buscan bloquear.
Al principio no pudieron oponerse pero han estado avanzando en generar una base social que odio cualquier tipo de cambio, para ello ha sido funcional las plataformas de las redes sociales.
Es importante dar cuenta que ya han avanzado en eso, en generar una corriente de opinión pública que no sólo se oponga al cambio, sino que lo deteste, y pueda producir un odio irracional, ya que lo que preponderan son las emociones y no las argumentaciones. Esto está degradando el ambiente político, y es posible porque es negocio.
El odio es estable, lo que se puede conservar, y a pesar de los grandes problemas, es la salida más fácil para resolver situaciones muy complejas. La derecha mexicana más radicalizada, a través de las redes sociales, está acudiendo a este proceso con la estimulación del miedo. La dramatización de cada cambio y su impulso para imponer el sentir popular del linchamiento son elementos que no hay que perder de vista, ya que sus consecuencias son sumamente nefastas.
La sociedad mexicana tiene en sus manos el antídoto, avanzar en seguir construyendo esperanzas en el cambio e impulsarlo para resolver los grandes problemas que tiene este país. No habría que rendirse ante la reacción al cambio.