Periodistas Unidos/Fusilerías. Ciudad de México. 08 de febrero de 2022.- A Desde entonces Carlos era un tipo popular. Conocía a todo el medio cultural. Pr aquellos años procreó junto con Américo Guerra, Alejandro Jiménez Martín del Campo y Arturo Jiménez una publicación que se convirtió en la cara de la contracultura en México, Generación, en la que pronto participó también como directivo José Chávez Jaimes. Con el paso de los años, como ha escrito el propio Arturo, la publicación y Carlos se fundieron en uno.
Haciendo mis pininos en El Universal en aquellos años, invitado por el entrañable Alfonso Maya Nava, entonces subdirector editorial, comencé a publicar crónicas en la sección cultural del diario y en el vespertino El Gráfico. Desde entonces me relacioné con ese grupo de Generación porque además de que Carlos Martínez Rentería escribía en Cultura, Arturo trabajaba en la sección de Estados y Alejandro y José dirigían la Hemeroteca, espacios aquellos en los que anduve entre 1988 y 1992, junto con un grupo de chicas, entre ellas Guille Escoto y Columba Vértiz de la Fuente, quienes fueron claves en el proyecto, en el que hacía ya de jefe de foto, por cierto, el buen Ulises Castellanos, quien no solo traía su camarota profesional, sino que era el único que contaba con teléfono celular.
Cuando Arturo, Alejandro y José me invitaron a organizar una página deportiva con tinte cultural para Generación, ya había publicado yo varios textos sobre literatura, siempre ligados al tema principal del número en cuestión. Entonces tuve más cercanía con Carlos, quien gustaba rodearse de los colaboradores que nos acercábamos curiosos y entusiasmados, recién salidos de la universidad, en un café bar enfrente de Excélsior, sobre Paseo de la Reforma, donde el personaje despachaba como auténtico rock star.
Sin embargo, siempre quedaba un aire de decepción, porque Carlos Martínez Rentería era el tipo más disperso que uno puede imaginar. Ocupada su atención con cuanto cabrón o damita fueran llegando, dejaba la conversación en turno para decir salud a los que iban entrando y no había modo de centrarlo. Al final yo siempre acababa acordando temas, ángulos y personajes con Arturo y José, sobre todo, quien junto con Alejandro (Américo ya había desertado y murió poco tiempo después) supieron darle ese toque de inclusión a la publicación, en tiempos en que ese término nada decía a mucha gente, ni siquiera a la más progre.
Estar con Carlos Martínez Rentería, empero, siempre era una oportunidad de conocer a algún personaje relevante de la cultura, fueran pintores como Felipe Ehrenberg o José Luis Cuevas, o escritores como Carlos Monsiváis o Elena Poniatowska, que le prodigaban todos ellos su amistad. Algún día me invitó a una fiesta de fin de año de Editorial Planeta, en el roof garden de algún edificio en Insurgentes, donde bebimos con varios autores y editores, entre los que recuerdo con certeza a David Martín del Campo, que venía de publicar Alas de Ángel, novela distinguida en aquellos años con un premio internacional.
Con el paso de los años el equipo fundador se peleó, cada quien tomó rumbo y Carlos se quedó con Generación, al que supo darle su toque personal. Excesos y desatinos de por medio, uno de sus aciertos fue que nunca pasó desapercibido para el resto del medio cultural, ni el oficial ni el periodístico. Pronto Martínez Rentería comenzó a ser el personaje de la contracultura y hoy así lo recuerda la comunidad que lo conoció. Él mismo se encargó de crearse el distintivo con un sombrero que lo acompañó los últimos años.
Después del rompimiento aquel, era natural encontrar a Carlos Martínez Rentería en cuanta cantina o bar de la ciudad estuviera uno, principalmente la que se convirtió en su oficina alterna, Salón Palacio, en la Tabacalera, que dio título también a su columna en las páginas culturales de La Jornada. Pero era asiduo a antros como El Jacalito y el Bullpen, en la avenida Medellín, no se diga a la Covadonga y años después a La Pulquería de los Insurgentes, donde era amo y señor. Se daba sus tiempos para leer, para escribir y para beber.
Acaso fue en la Pulquería donde lo vi por última vez hace algunos años con motivo de la exposición de cuadros de nuestro amigo común Eduardo Salgado y echamos trago con el artista, la gran América Pacheco, Javier Hernández Chelico y Jorge Almazán. Y justo bromeábamos en aquella oportunidad porque tiempo atrás, allá por 2010, cuando solíamos encontrarnos en las madrugadas de fin de semana en antros diversos, resultó que un lunes coincidimos, pero cada cual con nuestra respectiva madrecita al lado (o creo que era su mamá), en un Vips en Patriotismo, siendo indiscutiblemente los Hijos del Año, por ahí de las tres de la tarde.
—¡Te leo! —me dijo desde su mesa, socarrón, con esa frase típica de periodiqueros del siglo XX, que ya para entonces se había convertido en algo menos que un chiste local.
—¡Te leo! —le respondí, divertido con nuestra escena de bebedores transformados en hijos ejemplares, encontrándonos en el sitio más inverosímil, para chingarnos una sopita Vips con nuestras jefecitas.
Carlos Martínez Rentería se fue ayer. Lidió por lo menos década y media con una enfermedad crónica que nunca lo arredró y con un accidente reciente. Solo resta decirle salud, con gratitud por aquellos espacios de principios de los años 90, por los brindis, por la amistad…