Vandalismo con licencia

Foto: Alejandro Meléndez / FotorreporterosMx

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 12 de junio de 2020.- En la Ciudad de México se castiga a los policías que se exceden en su función, lo que está ajustado a derecho, pues el uniforme no los autoriza a abusar de los ciudadanos. En cambio, las autoridades permiten que grupos de delincuentes enmascarados agredan a las personas, dañen y destruyan propiedad pública y privada y hasta ofrecen indemnizar a los perjudicados, por supuesto, con fondos del erario.

Cada vez son más agresivos los desplantes de los llamados anarkos, que en su miserable vida no han leído una sola página de Bakunin, Kropotkin o Flores Magón. Son pandilleros que, como es cada día más claro, están objetivamente protegidos (¿y pagados?) por las autoridades, pues son altamente útiles para desvirtuar y desalentar las manifestaciones cívicas y sí, como es previsible, las cosas empeoran en este sexenio, esas hordas de facinerosos podrán servir para que se disuelva violentamente toda protesta.

Para colmo, tomando como pretexto lo ocurrido en Minneapolis y en Ixtlahuacán de los Membrillos, los vándalos exhiben un racismo al revés, pues algunas de sus pintas dicen “blancos de mierda” o “¡¡¡cállate, blanco!!!”, y esas expresiones las estamparon en la cuadra donde viven o vivieron connotados personajes de izquierda, como los Giménez-Cacho, el ahora senador por Morena Héctor Vasconcelos o Guadalupe Loaeza.

Autorizar la operación de la canalla convierte al gobierno en cómplice, porque, ante el despliegue de violencia contra los ciudadanos y sus bienes, ante los robos y destrozos de propiedad pública y privada, las autoridades cierran sus ojitos y se niegan a cumplir con la ley, que ordena reprimir —sí, doña Claudia, reprimir— a quienes cometen delitos, porque para eso tiene el Estado el monopolio de la violencia legítima.

Los policías fueron enviados a contemplar los desplantes criminales de los enmascarados con la orden tajante de no intervenir, y cuando, movidos por su sentido del deber, trataron de impedir los desórdenes, los gavilleros les lanzaron piedras, los agredieron con tubos, palos y martillos y usaron aerosoles a manera de lanzallamas con intención de causar daño, como ya ocurrió el pasado 2 de octubre en el Centro Histórico.

Es injustificable que el par de policías detenidos se hayan excedido al golpear a una muchacha de 16 años e incluso de patearla cuando estaba en el suelo. Sí, pero hay que estar en los zapatos de esos uniformados que tienen órdenes de no responder agresiones. Las y los policías también tienen dignidad y familia. Por eso mismo están en su derecho de exigir respeto a los ciudadanos y a las autoridades.

Tradicionalmente, los gobiernos mexicanos han visto y usado con desprecio a los policías, para los que no existen planes en marcha para su mejoramiento personal, familiar y social. Mientras en Estados Unidos y en Europa hay decenas de programas de televisión donde se enaltece a los policías, en México se prefiere dar la espalda a la dura realidad que enfrentan nuestros uniformados, nuestros, porque se les paga con los impuestos y deben estar al servicio de la ciudadanía. Pero se prefiere proteger a los delincuentes y no a los guardianes de la ley.

Corre el rumor de que Omar García Harfuch presentará su renuncia. Si así fuera, sería el resultado de una enorme injusticia, pues lo ocurrido se debe a que recibió órdenes de no intervenir. El jefe de la policía capitalina es un conocedor del área a su cargo, un personaje altamente capacitado para cumplir su tarea con acierto y oportunidad, pero se halla atado de manos por órdenes superiores y, cuando actúa, le echan atrás lo que consigue, como se demostró hace unos meses, al detener en Tepito a una banda con armas y una enorme cantidad de drogas, esto es, en flagrancia, pese a lo cual un juez liberó a los delincuentes ante la indiferencia de Claudia Scheinbaum y de YSQ.

Lamentablemente, los llamados anarkos seguirán con su tarea de depredación y la solución no está en remover al actual secretario de Seguridad Pública y poner en su lugar a un improvisado o, lo que es peor, a un corruptazo de la vieja guardia. Por eso hay que insistir: dejen que el actual jefe de policía haga su trabajo y cumpla con su función, porque él sí sabe lo que se debe hacer.

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