Vivimos en nación abierta

Foto: Especial

Por Gregorio Ortega

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de octubre de 2019.- El daño material y anímico que azota a la Ciudad de México y al país, no tiene su origen en esta administración. Las consecuencias cada 24 horas se complican más, y su solución requiere casi de un milagro de Guadalupe, desde el Tepeyac y desde el cielo.

No se trata de que madres y abuelas reprendan a sus chamacos y sus hijas. El problema es estructural y requiere, con urgencia, además de una reingeniería social para que los mexicanos modifiquemos nuestra actitud frente a las autoridades, también una profunda reforma del Estado, porque los administradores públicos pudrieron las instituciones que tuvieron bajo su mando. El modelo de gobierno resulta inútil; es imposible dar a los barones de la droga un estate quieto a base de mexicanismos. Un fuchi, un guácala, no contendrá las muertes violentas, los secuestros, la extorsión, el cobro de piso.

Philip Kerr, en Mercado de invierno y en el caletre de la esposa de su personaje central (Sonja), nos obsequia la siguiente reflexión: “… Quiere algo que no es posible: volver al pasado. Sus problemas se resolverán en cuanto reconozca ese hecho y adapte su vida y comportamiento en consecuencia”.

Como país pagamos las consecuencias del reordenamiento económico y político que sucede en el mundo. De otra manera resulta imposible comprender la presencia de esos cárteles cuya tarea parece consistir en minar, destruir la autoconfianza de los habitantes de las naciones donde operan, con el propósito de que sea más fácil para sus verdaderos patrones, imponer nuevas reglas del juego en temas como migración, mano de obra barata, maquila, reordenamiento de los acuerdos internacionales, para que los beneficios de la globalización y del libre comercio corran en solo sentido: hacia la metrópoli.

Las “muy” modernas leyes de extinción de dominio, por ejemplo, motivan que casas y departamentos se pongan en venta, además de que la desconfianza era ya creciente por la economía, que no crece porque le falta el abono principal a la inversión: confianza con seguridad jurídica.

La manera en cómo la autoridad constitucional, con mandato, abdica de cumplir y observarlo, sobre todo en materia de seguridad, se muestra en los resultados de marchas o sucesos como lo ocurrido en Aguililla e Iguala. Vigilar que la ley se observe, supervisar que las condiciones de seguridad se mantengan, dista mucho de la represión.


Han hecho de la Ciudad de México, del territorio nacional, zona abierta a los caprichos y maneras de la delincuencia organizada. Así no puede haber una verdadera renovación nacional.

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