Periodistas Unidos. Ciudad de México. 14 de octubre de 2023.- Como he comentado, una ciudad tan relevante históricamente como Praga, tiene multitud de leyendas y sitios interesantes.
Y hoy escribiré del Muro del Hambre, Hladová Zed, construido entre 1360 y 1362 durante una terrible hambruna por miles de pobres y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos IV.
Bohemia tuvo épocas de esplendor en las que refulgía el oro, había bienestar y era envidia de las naciones vecinas por una prosperidad que parecía eterna.
Pero hubo también, guerras y malas cosechas, escasez de alimentos, carestía y mortalidad.
Angustiado ante la multitud que se agolpaba frente al Castillo pidiéndole trabajo para comprar pan, Carlos IV decidió ampliar las fortificaciones de la ciudad con un muro que a la vez que pudiera defenderla por muchas generaciones, permitiera sobrevivir a la de entonces.
Y empleó en la edificación a los más pobres, que a cambio de su trabajo recibían víveres, carbón, botas y ropas para sus familias.
El escritor de Václav Hájek autor de la Kronika česká y de quien no se conoce fecha de nacimiento, pero sí que murió en 1553, escribió que el emperador trabajó en su construcción, a la par que los pobres, durante varias horas al día.
Chequé ese dato que me pareció lindo, en Wikipedia; solo encontré que su crónica “fue la conciencia histórica y nacional checa hasta finales del siglo XVIII, cuando se le advirtieron numerosos errores”, así que tómenlo con reservas.
La muralla salía del jardín Petrin, con cuyas canteras fue levantada.
Tenía alrededor de cuatro metros y medio de altura y casi dos de ancho, pequeñas almenas medievales que fueron vistas como símbolo de los dientes que tuvieron algo qué masticar; y ocho torres, la mejor conservada es base de la cúpula del Observatorio Štefánik.
Los siglos la han desgastado, pero siempre ha sido reparada y pueden verse algunos trozos.
Carlos IV fue también fundador en 1350, del balneario Karlovy Vary, Manantial Carlitos, para aprovechar las más de cien fuentes termales de la orilla del río Teplá, ubicado a unas dos horas de Praga y destino turístico de aristócratas.
Y oí decir, surtía de fórmulas geriátricas y cosméticas a los jerarcas soviéticos y que debían su longevidad a ellas, al Ginkgo biloba coreano, que por cierto Matías consumía como si fuera manda, y a las cápsulas rumanas de la doctora Ana Aslan.
Otro famoso lugar de Praga es la Iglesia de Santa María de la Victoria y San Antonio de Padua, fundada en 1620 por el emperador Fernando II, para agradecer su victoria de la Montaña Blanca.
No la recuerdo de cuando viví allá, pero veinte años después fui con Matías a ver la estatuita de cera y madera del Niño Jesús de Praga, Pražské Jezulátko.
Y nos regalaron estampitas con su oración en castellano, porque llegó de España.
Se afirma perteneció a Santa Teresa de Ávila que la obsequió a María Manríquez de Lara al casarse en 1556, con el canciller checo Adalberto Popel Lobkowicz; de cuyo palacio hicieron 451 años después, en 2007, un museo.
María la regaló a su hija Polyxena, quien la donó a los monjes Carmelitas Descalzos que la colocaron en la capilla de su noviciado.
Y a partir de entonces, empezó a hacer milagros y sufrir los avatares de la ciudad.
En 1631 los sajones tomaron Praga, los Carmelitas huyeron y el monasterio fue saqueado.
Y cuando seis años después regresaron, un monje la encontró entre cachivaches y con los brazos rotos y contó que se le había aparecido pidiéndole brazos nuevos.
Le hicieron caso y correspondió “con milagros tan sonados, como salvar a Praga del asedio sueco en 1639”.
Su popularidad aumentó tras ser coronado en 1655 por un arzobispo y como los que iban a rezarle no cabían en la capillita, en 1741 lo mudaron a altar propio.
Un siglo más tarde, la emperatriz María Teresa lo vistió con una túnica bordada de oro y extendió su devoción a todo el Imperio Austriaco.
Y crecieron sus milagros, elegancias y exvotos, hasta que en 1784 el emperador José II (1780-1790), clausuró los monasterios checos.
Pasaron casi cien años para que volvieran a abrirse y en 1879, la estatuita “salió a pedir dinero personalmente para su nuevo altar con una bolsa para las ofrendas”.
Tuvo tanto éxito, que tiene altar con muchos dorados, alhajas y mantos, que se exhiben en la misma iglesia.
Y su fama de milagrero llegó a China a América, India y Filipinas, por marinos españoles y portugueses que cruzaban el Océano Atlántico llevando su imagen.
Durante la época socialista, los Carmelitas salieron de Checoslovaquia.
Retornaron en 1993 y el Niño multiplicó curaciones milagrosas y buenas calificaciones escolares; porque rezarle sirve, hasta para pasar bien los exámenes.
Y en su visita de 2009, el Papa Benedicto XVI le colocó una corona casi más grande que su cuerpo.
Terminaré este artículo, penúltimo de Vivir en Praga, con la leyenda del Día de la Dedicación protagonizada por el príncipe Oldrich, aficionado a cazar en los bosques de Bohemia; donde una tarde, su capa quedó enredada en un árbol.
Pensando debía estar cerca algún leñador, sopló su cuerno de caza; apareció uno y le preguntó cómo llegar a la ciudad.
El hombre, que se llamaba Mates, lo ayudó, lo invitó a su casa a descansar y comer y le señaló la ruta y el príncipe aceptó su hospitalidad a condición, que le devolviera la visita.
A lo que el leñador, sin saber con quién hablaba, respondió que lo haría si prometía tenerle dos gansos asados.
Y el 11 de noviembre, día de San Martín, Mates llegó a Praga preguntando donde vivía un tal Oldrich.
Lo llevaron al Castillo y atónito, pidió al príncipe perdón por no haberlo acompañado todo el camino.
Él lo abrazó riendo, ordenó le sirvieran los dos gansos y decretó que la festividad de San Martín se celebraría en Praga cenando ganso asado.
Y hasta la fecha, así se hace.