El mercadillo del Chopo: un oasis roquero en medio de la vorágine mexicana
Foto: Sáshenka Gutiérrez / EFE
EFE. Ciudad de México. 18 de agosto de 2019.- Tras 35 años de promoción de la cultura alternativa en Ciudad de México, especialmente del rock, el Tianguis Cultural del Chopo trata de mantenerse en un mundo globalizado que hace peligrar la supervivencia de este pintoresco mercadillo.
Coloridas crestas, vestimentas oscuras, música constante en el ambiente y unas cuantas decenas de viejos roqueros copan la calle Aldama, en una zona obrera muy cercana al centro de la capital mexicana, donde cada sábado desde hace 31 años la música no comercial lucha por no evaporarse.
«El espíritu… ya poco sigue vivo porque desapareció el LP y el CD ya murió. Esto tiene que seguir hasta que se acabe. Se vende menos, se intercambia menos y aunque todavía existe el espíritu no creo que le queden muchos años», cuenta a Efe Jorge García, quien a sus 66 años vende libros, discos y playeras desde la fundación de esta feria en 1980.
Todo comenzó dentro del Museo Universitario del Chopo, cercano a la ubicación actual, donde durante dos años se reunieron jóvenes alejados de las tendencias musicales y culturales mayoritarias simplemente para intercambiar discos.
Después comenzaron un peregrinaje hasta establecerse en esa calle y desde entonces se están viendo amenazados por el paso del tiempo, los cambios de gustos generacionales y la voracidad de lo comercial.
Rosa Juárez lleva 24 años vendiendo artesanías y disfruta de acudir cada fin de semana a este lugar donde, dice, «siempre se crea un ambiente muy bonito».
A pesar de que «ha cambiado mucho» porque ahora «compañeros rentan sus espacios donde venden cosas que no tienen que ver con el tianguis (mercado pequeño que se instala en la calle)», siente que está recuperando la esencia otra vez.
«Han cambiado las cosas, (El Chopo) se ha comercializado mucho. (…) Las generaciones de ahora se dejan llevar mucho pero lo que no pasa de moda no pasa de moda. Yo al final siempre regreso a mis raíces, a lo que me hizo quedarme en la música», expresa Rubén Isla, un coleccionista de 44 años que lleva más de 20 acudiendo casi cada sábado a intercambiar discos.
Algo más de 50 personas continúan establecidas al final del mercadillo para cambiar los discos que ya han escuchado demasiadas veces o que no han sido de su agrado.
En 1980, las tiendas de música en la ciudad eran muy escasas y los discos de vinilo muy caros para adolescentes de 14 años que estaban empezando a descubrir una avalancha de contracultura procedente en su mayoría de Estados Unidos y Europa.
«Todo empezó de voz a voz. Me llamó la atención porque en ese entonces había establecimientos muy limitados y yo quería algo mejor. Si no, tenías que encargarle discos a tu tía cuando fuese a Estados Unidos. Me atrevía a venir cuando tenía 15 años», detalla Isla.
Al final del mercadillo se encuentra la zona de resistencia en la que además del intercambio de discos cada sábado toca una banda que se une a las más de 5.000 procedentes de todos los continentes que ya han visitado el Foro Radio del Chopo.
Esta cantidad de sesiones musicales es uno de los orgullos de quienes forman parte del la asociación del Tianguis Cultural del Chopo, formada en 1985 para poder subsistir dando orden a los puestos y eventos.
César Salas, miembro de la asociación desde sus inicios, recuerda con especial cariño cuando acudió la banda española Ska-p durante la década de 1990, y ofreció lo que se convirtió en «el concierto más extremo en multitud y apogeo».
«La gente brincaba al unísono y se movían los edificios, hasta bajaron los vecinos pensando que temblaba», detalló el roquero.
César se emociona al rememorar estos momentos de esplendor del Chopo, pero no es tan negativo como sus compañeros y confía en su poder de transmutación.
«Yo creo que El Chopo se transmuta, no pierde su esencia, que es la música. Los choperos estamos hechos de amor a la música. (…) Los sistemas siempre han tratado de domar al rock y sin embargo el rock persiste», concluye César.
Caminando por calle Aldama se ven muchos jóvenes y algunos turistas que se arriesgan a visitar este lugar, en el que se aprecia a cada lado de la carretera el contraste entre la más pura contracultura de los años 80 y la feroz incursión de lo comercial.
Mientras tanto persiste el dilema sobre si El Chopo debe dejarse morir o tratar de seguir transformándose.