El portero que tocó las estrellas en la tierra

Por Jesús Yáñez Orozco

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 18 de febrero de 2019.- El balón rompió sus alas de cristal. Poco antes de morir, 58 años de edad, Pablo Larios Iwasaki, considerado entre los mejores porteros del futbol mexicano, reconoció, lacónico, ruborizado, cómo fue su propio ángel y demonio, yéndose al vacío sin red de protección —tocó las estrellas en la tierra–:

“Llegué a la cima y caí en el mundo de las drogas”.

Luego de su deceso, el pasado 31 de enero, en redes sociales, Carlos E. Larios Garza, hijo adoptivo, hizo un sentido adiós, descarnado, quebrantado por la pérdida. En su fotos de perfil de Facebook aparece su foto, enmarcada con la del padre a sus pies, mientras a su espalda va el féretro con su cuerpo.

La escena es en el Estadio Agustín Coruco Díaz, Zacatepec, Morelos, donde nació en 1960.

Carlos colocó al padre en su exacta dimensión. Como cualquier ser humano, que pocos tienen la virtud de discernir, con cálida frialdad, pese al dolor de la pérdida:

“Tenía grandes virtudes y grandes defectos”.

Mas en aquéllas 12  palabras, Larios resumió toda una vida, hiladas en un collar roto de gloria y perlas amargas. Voz lastimera. Meses después acabó ahogado en el vómito pestilente de sus demonios. Mortaja de ilusiones y desilusiones alrededor del esférico.

Larios falleció, ese infausto viernes, 31 de enero, por paro respiratorio, derivado de  oclusión intestinal. Hoy, 14 de febrero, se cumplen 15 días y no cesan las palabras que loan su aciaga, inenarrable, historia. Y por eso mismo, entrañable.

Catastrófica, tal vez.

Durante 20 años fue dios irredento del balón. Con aureola  de ídolo de la pelota aceptaba, solícito, sonrisa franca, sincera, fotos y daba autógrafos de aficionados, como regalar flores o soltar suspiros.

Era dios de las canchas hasta que las drogas lo convirtieron en su propio demonio: guiñapo. Sin darse cuenta, tocó el fondo del abismó: cocaína. Precio que algunos –el mismo Maradona– pagan como deidades del oropel esférico.

Un virus destrozó su nariz. Fue sometido a 20 cirugías hasta quedar casi irreconocible. Quizá le costaba trabajo mirar al espejo la máscara amorfa en que se había convertido. Desearía no ser el despojo humano que veía fantasmal. Verse en él, sin inhalar nada, seguro, devolvía algo indeseado: su infernal averno.

En julio próximo cumpliría 59 años. Coincidencia: murió casi 20 años después de su retiro. Traía en su ADN la disciplina, orden y entrega que caracteriza la cultura japonesa de su madre y que lo llevaron al pedestal de ídolo.

De cuna humilde, ya en el profesionalismo, el mundo a sus pies, dinero de sobra en su chequera y cartera, llegó a poseer alrededor de 60 autos. Algunos de colección. Millonario vicio metálico.  Llenaba su vacío con más vacío: bienes materiales.

En contraste, de pequeño hacía labores de ayudante (macuarro, se denomina en México) de albañilería con su padre.

Su muerte deja un mar de amargos sinsabores entre quienes conocieron sus hazañas deportivas. Hereda, paradójico, aquél vacío que nadie llenará.

Como portero, se caracterizaba por el buen manejo de su área, por esas salidas tipo kamikaze, reflejos y elasticidad de bailarín de ballet. Fue suicida de las canchas… nunca se percató que también fuera de ellas.  Era excelente en el juego aéreo.

Debutó como profesional en el Zacatepec en 1980 y luego pasó por Cruz Azul, Puebla, con el único que fue campeón de liga, y Toros Neza.

En el Mundial de México en 1986, jugó todos los minutos, el único en el que el Tri alcanzó los cuartos de final, fase en la que empató sin goles con Alemania. Fue eliminado en la serie de penaltis. Desde entonces, trata de superar la maldición de alcanzar el quinto partido.

En cinco partidos Larios sólo admitió un par de goles, lo cual lo incluyó entre los mejores arqueros de la competición en la que  Argentina, de Maradona, ganó la final a los alemanes. Inspiró porteros como Jorge Campos, alguna vez considerado por FIFA el mejor guardameta del mundo, integrante de la Selección Mexicana.

“Se fue el mejor de todos los tiempos aunque le pese a muchos, sobre todo a los que no conocen el arco”, comunicó Campos en redes sociales el día del deceso.

Y agregó:

“Creo que fui su obra maestra, por todo lo que me entrenó.”

Y remató, como si se quitara el sombrero:

“Gracias ídolo”.

Después de su retirada, Larios sufrió las pérdidas de sus padres, una hermana, un hijo, en corto tiempo, además, padeció del secuestro de una hija. Quizá lo que más lo devastó fue el deceso de su vástago, Pablo Larios Garza. Tenía 19 años.

Falleció en 2008, por deshidratación, en un intento de cruzar el Río Bravo, frontera con Estados Unidos, donde Donald Trump pretende levantar el muro fronterizo. Iba en pos de su novia.

No anhelaba de la pesadilla del American Dream.

Un tenue brillo de amargura oscurecía su mirada pizpireta que encandilaba a las mujeres. Ojo alegre tuvo tres esposas y múltiples amoríos. Que hacían recordar el Pedro Infante en la época de Oro del cine mexicano.

Si alguien tiene claro quién era el ex guardameta es su hijo adoptivo, Carlos E. Larios Garza. Gloria su calidad humana y generosidad. También atisba sus demonios.

En su red de Facebook ha escrito más de dos mil sentidas palabras a su memoria. Han desatado un sinfín de comentarios. Aunque a nadie responde. Se refugia en el silencio de su dolor.

Cali, como es conocido, reconoce, sin embargo, que su padre era  como cualquier ser humano. En poco más de 500 palabras  hace una descarnada radiografía verbal de quién fue él en realidad. Eso, sí, devoto de la fe católica.

Dejemos que Cali vierta en palabras su dolor. Llama la atención que en algunos párrafos no hay punto final.

Describe:

En niveles profesionales es más que conocida su historia… maestro de muchos, considerado el más grande para otros. Pero en su vida personal muy pocos.

Como se escribe la historia de los grandes, De cuna humilde, con carencias en lo económico, probablemente ni él se imaginó las dimensiones de su futuro.

Una personalidad introvertida para el exterior, pero en el núcleo familiar era espontáneo, juguetón, bromista, burlón.

Sabía dividir su profesión con su vida diaria.

Veía por sus Padres, hermanos, hijos.

Lo material nunca fue su prioridad, ganaba tanto que podía darse el gusto de dar sin pensar a quién!

Siempre corto de palabras, pero acertadas!

No se metía en cosas que no lo involucrara, no escupía consejos, cuando lo daba pedía permiso.

De una espiritualidad grande, agradecido a Dios siempre, se persignaba para jugar, para viajar. Cuando iba a misa no quería que alguien hablara.

Lo emocionaba los autos, compraba del año y al mes compraba carcachas para modificarlo a su antojo, eran sus juguetes!

Las mujeres fueron su debilidad, se casó en 3 ocasiones, sinnúmero de parejas, era romántico sin caer en lo cursi, detallista

🙄

Fue rebelde de personalidad, podía cortarse el pelo a Rapa o dejarse una larga melena, usaba todas las modas, incluso las que no le quedaban, uso arete 

Tenía un amplio conocimiento cultural, por las virtudes de su profesión, viajo a todas partes del mundo, conoció los 5 continentes piso cada lugar importante de esta tierra, desde Egipto pasando por Italia, para ir a Brasil regresar a Canadá, volando por Alemania, llegando ir a Francia y despertar Argentina y cuando digo todo el mundo no miento!

Afortunado como pocos en todo, toco las mieles de la fama, la riqueza, la espiritualidad

Toco las estrellas en la tierra

Tenía muchos conocidos y demasiados “amigos”, muchos compañeros de profesión. 

Algunos le decían Profe, otros, simplemente, Pablo

Se rodeó con todo tipo de clase social, saludaba de mano a presidentes de la República de Miguel de la Madrid hasta Ernesto Zedillo. 

Como podía ir a comer garnachas al pueblo más humilde
Músicos, Actores y periodista le pedían autógrafo

Solo tuvo un ídolo profesional en su infancia, Miguel Marín (argentino, apodado Superman considerado el mejor portero extranjero en el futbol mexicano)… y la vida lo puso a su lado para que fuera su maestro en la Selección Mexicana.

En contraste después la vida que le dio todo le arrebató absolutamente todo.

Perdió a sus padres, hermana, hijo, pareja

Vio cómo se desplomó su imperio de riqueza material

Entró en el abismo de las drogas, eso lo deformo.

Pero aún así, jamás, y quiero dejar claro, jamás, se quejó de nada, de toda esa gente que lo abandonó, del dinero que se perdió, de las muertes de sus seres queridos.

El siempre con su manera de ver la vida con la frente en alto, daba una sonrisa honesta.

Yo y esto es a nivel personal, creo que el futbol le debe mucho y no se lo pago en vida.

Hace tiempo que Pablo confesó, apesadumbrado, frente a las cámaras de televisión, su primer encuentro con las drogas. Su nariz deforme y rostro casi irreconocible fueron la consecuencia.

“Pero ha sido importante tener el valor de confesarlo”, reconoce en un acto catártico.

Mas, Larios resumió su vida deportiva, que comenzó cuando tenía 19 años, al reportero Óscar Jiménez, del diario La Afición, en septiembre pasado.

“Gracias a la fama, conocí a muchísima gente de todos los estratos sociales. Me resultaba muy fácil conseguir cualquier tipo de droga, confesó mientras continúa con ese darle vueltas y vueltas a su pequeño paquete de cigarros Marlboro rojos, narró el reportero.

Aclara para quienes se alimentan de rumores o leyendas urbanas:

“Pero no me acabé mi dinero como muchos dicen ni estoy en la indigencia”.

A Larios desagrada hablar del tema de las drogas. Emociona más charlar de los autos poco convencionales que fueron su delirio. En el garaje de su casa todavía quedan rastros de su otra gran pasión: los coches deportivos. Hay estacionado un Fiat modelo 53.

“Tiene todas sus piezas originales”, dice emocionado, y muestra su aprecio por el Fiat al darle unas palmadas sobre el toldo blanco, como si acariciara uno de sus hijos. Con sólo contemplar el vehículo,  Larios pareciera recuperar algo de esa vieja sensación de haber sido ese futbolista querido y admirado en la década de los ochenta.

–¿Cuántos autos llegaste a tener en tus tiempos de jugador?

–No menos de 60 coches: Pontiac, Trans Am, BMW, Mustang Match One, Grand Marquis, muchísimos. En el torneo de Verano de 1997, Pablo Larios se quedó a sólo seis goles de tener entre sus autos de colección un Corvette rojo.

Según recuerda, Juan Antonio Hernández, en aquel entonces dueño del equipo Toros Neza –y propietario del Grupo Autofin, empresa de compra-venta de autos nuevos y usados– le prometió que el ansiado Corvette rojo sería suyo si vencían a las Chivas –equipo más popular del futbol mexicano– en la Final.

Nada más de recordar aquel pasaje al guardameta le vuelven a brillar los ojos.

“Era un Corvette sesenta y tantos que Juan Antonio tenía en la sala de exhibición de su tienda”. Ya han transcurrido más de 20 años de esa final contra las Chivas lideradas por cracks como Ramón Ramírez, Claudio Suárez y Alberto Coyote.

“¿Qué te digo? Nos ganaron 6-1, y la verdad, es que ni me acuerdo quienes me anotaron los seis goles”, dice con evidente malestar.

–Yo te puedo decir…

–No es necesario, ataja al reportero –con amargura que se adivina en su voz–.

Entonces  llega a la mente el recuerdo de aquél Trans Am Americano, prácticamente imposible de conseguir en México, que se vio obligado a regalarle a un amigo porque no alcanzaba el espacio en el estacionamiento de su casa.

“Llévatelo, ya no cabe”, le dijo antes de ofrecerle las llaves del vehículo.

También habla de un Mercedes Benz que mandó a arreglar por los rumbos de Neza, y que luego de varias semanas de esperar para que se lo entregaran, se cansó y mejor decidió abandonarlo en el taller mecánico.

Tuvo tantos autos y de todos colores. Desde achaparrados, deportivos, convertibles, rasurados; con rines de cromo, y desde luego equipados con las mejores bocinas.

Su afición por los autos lo lleva a recordar aquellos tiempos en que Juan Antonio Hernández acostumbraba ingresar al vestidor luego de una victoria de Toros Neza, y le obsequiaba a cada jugador tres o cuatro centenarios que iba sacando de una bolsita de cuero.

“Era el premio por haber ganado. Creo que yo llegué a juntar hasta unos 50 centenarios en una temporada”. Cada una de esas moneda está cotizada en la actualidad en en 32 mil pesos, alrededor de mil 500 dólares.

Nadie es profeta en su tierra Pablo Larios es la máxima figura futbolística de un pueblo alegre y cañero que hoy cuenta con unos 36 mil habitantes aproximadamente. Por eso se animó a contender en las pasadas elecciones para presidente municipal de Zacatepec, Morelos –donde nació el 31 de julio de 1960–, por el partido Movimiento Ciudadano.

Pensaba que tenía posibilidades de ganar, “porque bien o mal soy un portero reconocido, me queda un nombre”. Pero sus paisanos en las urnas decidieron otorgarle el triunfo a una maestra de escuela postulada por el Panal (Partido Nueva Alianza).

“Nadie es profeta en su tierra”, dice todavía con ese coraje contenido.

–¿Qué habrá ocurrido? – No lo sé. Quedé muy dolido. Quizá porque yo nunca le ofrecía mis paisanos alguna ayuda a cambio de votos. Eres un ídolo en Zacatepec… – No te creas. Sigo sin comprender por qué la gente me quiere más en la ciudad de Puebla que en Zacatepec, el lugar donde nací y gané dos campeonatos.

En la memoria de los poblanos, Pablo Larios Iwasaki sigue muy presente, porque obtuvo un campeonato de liga en la temporada 1989- 1990 con ese equipo de la Franja dirigido por Manuel Lapuente y capitaneado por los chilenos Carlos Poblete y Jorge Mortero Aravena, y en cuyas filas también destacaban los mexicanos Roberto Ruiz Esparza y Marcelino Bernal.

Mucho tiempo antes de alcanzar la fama y de disputar un quinto partido contra Alemania en el Mundial del 86, Larios cargó bultos de cemento y le ayudó a su padre en una tienda de materiales para la construcción.

“Mi padre me decía cuando yo era todavía un chamaco: ‘Si vuelves a regresar a la casa con la ropa sucia luego de entrenar, ya no voy a dejar que juegues futbol’”.

Pero muy pronto, a los 19 años, Larios debutó con el primer equipo de Zacatepec. Y luego sucedió algo insólito. Lejos de cámaras y los reflectores, sin siquiera pertenecer a un gran equipo, el técnico Bora Milutinovic lo convocó a la Selección Nacional.

“Pude debutar con la selección, porque Pilar Reyes, que era el portero titular, estuvo a punto de agarrarse a golpes con Bora –Velivor Milutonovic, entonces técnico del Tri–. Luego de esa pelea en el vestidor, logré quedarme con el puesto”, recuerda.

No deja de ser una paradoja que ese adolescente que comenzó a volar y atajar balones únicamente por el deseo de ser querido y admirado, años después se viera obligado a tener que cubrirse el rostro con una prenda para que no le preguntaran en la calle qué le había sucedido en la nariz.

Con esa delgadez que se acentúa aún más por los 1.84 metros de estatura –cuando jugaba medía casi 1.88–, observó su cajetilla de Marlboro rojos que no soltó de las manos durante toda la charla y se lleva la boca el último cigarrillo que le queda, concluyó el reportero.

Imagina Balón Cuadrado que Pablo Larios Iwasaki consumió el tabaco en un suspiro, mientras la mortuoria ceniza volaba caprichosa al viento, quizá, como necio presagio de su muerte.

Sus alas eran de cristal.


Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Easysoftonic