Nosotros, los rucailines
Por Emiliano Pérez Cruz
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 03 de abril de 2019.- Los que dentro de poco tiempo seremos mayoría y siempre a la defensiva: El corazón no envejece, es el cuero el que se arruga. Cuando usted va, yo ya vine. Aunque, si la juventud quisiera y la vejez pudiera. Las cabecitas blancas masculinas y femeninas comienzan a ser mayoría en México. Rucos, viejos, ancianos, veteranos, carcamanes, ellos y ellas que ya dieron de sí y van que vuelan (volamos) rumbo al Valle de las Calacas, sacando juventud de su pasado para tirar insufribles netas donde “todo lo bueno fue y todo lo malo es”. Ruquez: edad propicia para recibir pastelazos: Cuando joven, pirómano; ya de viejo, bombero; Ayer, putero; y de viejo, persignado. Valiéndonos: a ver quién nos quita lo bailado. Pero sin Olvidar al Gran Renato Leduc, porque: ya muerto, soy cabrón si me meneo…
Un día, sentado en una banca de la Alameda Central con mi amiga Alma, llegaron hasta mí un par de chiquillos; cada uno llevaba un ramillete de flores. El más avispado se adelantó y puso en mis manos el breve mazo de aromáticos jacintos y pequeños claveles:
—Regálaselas a ella —ordenaron. De inmediato obedecí.
—Son cincuenta pesos —dijo el chiquillo y con la mano dispuesta para recibir el dinero.
—¡Por qué tanto? —intenté defenderme.
—Eso cuestan —dijo la niña.
—No seas codo —arremetió el niño.
Mi amiga, consciente del abuso de la singular parejita mazahua, devolvió el ramillete.
—¡Pinchi viejo puto, pinche viejo puto nalgón —me gritaron los escuincles y en automático los mande a chingar a su padre, lo que los desconcertó pero de inmediato reaccionaron, burlones:
—¡Al fin que ni tenemos, al fin que ni tenemos y chingue usted su madre! —reviraron y pegaron carrera hacia la avenida Juárez.
Rondaba yo los treinta y cinco años de edad, pero confieso que he vivido y he bebido. El rostro no miente. De ahí que mi amiga soltara la carcajada, el tiempo que decía con tono de 🎶 lero-lero, lero-lero 🎶:
—Te adivinaron la edad, te adivinaron la edad: vie-jito…
—Verás el revolcón que te va a dar tu vie-jito —alardeé, aunque más bien ardido; aceptó y nos fuimos a ponerle Jorge al niño en el cinco letras más económico y cercano: el Royalty, de la colonia Tabacalera.
Años después, a mi oficina burocrática arribó un oaxaqueño blanco, Marito, que relajaba su origen apelando a un criollismo emparentado con alemanes establecidos en la región, y cuando le convenía se proclamaba mixteco, zapoteco o mixe.
Considerado güero nalgasprietas, era racista, clasista y agregaba a sus cualidades el de la juventud abusiva y abusona: abría la puerta y como un relámpago llegaba hasta mi escritorio, sacaba el cajón donde guardaba fruta para resistir los frecuentes bomberazos laborales y se marchaba mordisqueando sus trofeos y burlándose:
—¡Otra vez te gané, viejito; otra vez te gané, anciano!
Viejo, anciano, eran los insultos preferidos de Marito…
***
Próximo a cumplir los sesenta y cuatro años de edad, me preparo para ser tachado de antidiluviano, prófugo del asilo, Matusalén, abuelo cascarrabias, perfume a miados, veterano del siglo XX… También me reconforto escuchando aquella canción de The Beatles, aunque sin creérmela:
When I’m sixty four.
You’ll be older too,
And if you say the word,
I could stay with you.
I could be handy, mending a fuse
When your lights have gone.
Entre los estudiosos del fenómeno de la tercera edad se dice que la vejez es la etapa en que las personas necesitan mayores ingresos para tener una vida digna. Y esto (una vida digna), en México, suena utópico, a sueño guajiro. Aquellos tiempos en que a los viejos se les consideraba experimentados seres, recipientes algunos de sabiduría, han quedado atrás. Se impuso, se impone el dicho un dicho: “Entre más viejos, más pendejos”. Quizá con razón, si en la vida pública del país abundan quienes rebuznan.
Y entre más rucos, más necesitados de servicios de salud. Más endebles en lo laboral y económico, mayor dependencia: una carga para extra para la familia, candidatos al abuso y a la discriminación, más todo lo negativo que la edad y la propia personalidad —dicen, puede ser— le agrega a uno: regañón, díscolo, neuras, quejiche, mandón, inútil…
Y… Y peor aún si le dimos vuele a la hilacha y no fuimos previsores porque ejercimos atendiendo al poeta: la vida es corta,/ y además no importa. Y nos tocó ser la primera generación sin derecho a jubilarse, a ser pensionado; sin seguridad social, atenido a la consulta médica en el sistema de salud pública, siempre carente de medicamentos: que para la presión, la gastritis, los huesos, la memoria, la cistitis, la próstata, la-la-laralá 🎶 …
***
Viajar en el metro, la pecera, el camión nos permite ver que las cabecitas blancas masculinas y femeninas comienzan a ser (¡somos!) mayoría. No te sorprendas si de repente algún joven (gavilán o paloma) te mira, se levanta del asiento y te lo cede en atención a tu tercera edad, para todos visible menos para ti.
Que no te de pena: “Como te veo me vi; como me ves, te verás “, decían los abuelos con amargor a los nietos impertinentes, que viejos los señalaban. Ahora puedes hacer tuya la frase y repetirla; de preferencia con humor, no juegues: que el Viagra te insufle valor y alardees con el poema “Temas” de Renato Leduc:
No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz.
Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular..
Y atente a la esperanza latente, presente en la versión electrónica de la revista Forum sociologo, serie II, donde aparece el estudio “Vejez y sociedad en México: Las visiones construidas desde las Ciencias Sociales”; los autores, Fernando Bruno y Jesús Acevedo, señalan que “México cuenta con pocos años para adaptar las estructuras institucionales que se verán afectadas por la presencia de un mayor porcentaje de ancianos…, si lo que se busca es un futuro con mejor bienestar para esta población y sus entornos. Lo que nos lleva a que el camino para logar un régimen de bienestar digno ‘comienza por generar conocimiento de las condiciones, oportunidades y problemas que enfrenta la población que envejece, con objeto de identificar estrategias y posibilidades’”.
Mientras ese régimen —de bienestar— llega, acude el supermercado más cercano a tu corazón, a la tienda de autoservicio, adonde puedas y te permitan ingresar la solicitud para que te hagan sitio entre los y las rucailines que a un costado de las cajas registradoras esperan la mercancía de la clientela para embolsarla y esperar a que el cliente apoquine “lo que sea su voluntad”, a cambio del servicio que le prestaste.
Seguro obtendrás más que si te dedicas a cuidar nietos berrinchudos. Que te han ma