Nosotros, los rucailines: Ay, mi mamá. Ay, Jocelyn

Foto: Rogelio Morales / Cuartoscuro

Por Emiliano Pérez Cruz

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 18 de abril de 2019.- Jocelyn se queja amargamente pero no suelta prenda, y le dice a su progenitora que nadie lo hace ya, mamá; pero pienso, mamá, que la ropa sucia se lava en casa, ¿qué tiene que enterarse la gente de mi divorcio; a quién le importa que se haya ido con otra el desfajado Daniel? ¿Y si entre los pasajeros va el malandrín ese, padre de mis dos hijas, y se levanta y te da un mal golpe, mamá?

Te expones y nos expones, dice la muchacha con vehemencia: espera tocar las sensibles fibras del corazón materno casi septuagenario, pero doña Génesis no es hembra que dé su brazo a torcer: si estamos en un país libre, m’hijita, ¿por qué me prohíbes hablar? ¿Cómo quieres que vaya con la bocota cerrada casi dos horas, lo que me hago de mi casa hasta’l Centro? ¿Y luego otras dos de regreso? Mira, se me va a pegar la lengua al paladar y dicen que hasta un cáncer puedo agarrar, acuérdate que lo que no se mueve se oxida, y mi lengua no se mueve para mentir, ¿qué no el hombre bien que te ponía el cuerno, hasta que te hartó y lo mandaste lejitos? Desde entonces siempre me ha dado miedo el hombre ese; y tú: como si nada, le sueltas a las niñas.

Te expones y nos expones, dice la muchacha con vehemencia: espera tocar las sensibles fibras del corazón materno casi septuagenario, pero doña Génesis no es hembra que dé su brazo a torcer: si estamos en un país libre, m’hijita, ¿por qué me prohíbes hablar? ¿Cómo quieres que vaya con la bocota cerrada casi dos horas, lo que me hago de mi casa hasta’l Centro? ¿Y luego otras dos de regreso? Mira, se me va a pegar la lengua al paladar y dicen que hasta un cáncer puedo agarrar, acuérdate que lo que no se mueve se oxida, y mi lengua no se mueve para mentir, ¿qué no el hombre bien que te ponía el cuerno, hasta que te hartó y lo mandaste lejitos? Desde entonces siempre me ha dado miedo el hombre ese; y tú: como si nada, le sueltas a las niñas.

Ay, mamá: ni que fuera un mostro o qué: paga su pensión, tiene derecho, y tú contándolo en el Metro, como si yo no existiera: haces conversa con el primero que se arrima y ai vas de nuevo. Ah qué ésta, mija, que no quiere creer que el hombre ese se mete tanta cosa en el coco que un día viola a las chiquillas o las vende: apenitas me enteré que en la Gustavo A. Madero un tipo espera afuera de las escuelas y se roba  a los niños y comercia con sus órganos; vaya tiempos que vivimos, por eso le pido a ésta que cuide de mis nietecitas, nunca se sabe lo que puede ocurrir, Jesucristo por mí crucificado: ai tiene que l’otra vez volvía de vender mis madejas de hilo y en La Merced que se me antoja comprar un pantalón usado para mi yerno, el que le cuento que es un atascado, y no le quedó: volví al local, allá por las callecitas del Mercado Sonora, y no me lo va a creer: que encuentro a la muchacha y que me dice qué se le ofrece, clienta, y le digo del pantalón y me dice pérame tantito, marchanta, y se fue para volver con una gabardina de la que lueguititito me enamoré: porque con todo y lo vicioso, el hombre, mi yerno, tiene caché, luce la percha, y que se la compro y le llevé dos pantalones, de su talla ora sí, y que se los voy y entrego y ¿creerá que el muy cusco me agarró a besos y hasta una nalgada me dio antes de irse? y que lo sigo sin que se diera cuenta, ¿pus no lueguito, pero lueguitito los cambió por unos cigarros de la yerba desa que tan fuerte pica, no sé qué gusto le hayan a fumarla.

Ay, mamá: si ya lo conoces qué andas arrimándole cosas pa’ que se envicie más? Es que si así vende lo que con tanto gusto me recibe, qué no haría con sus hijas con tal de tener piedras o crack o la mugre que sea? No hace mucho que a una de las dependientas de unos abarrotes de por Roldán le arrebataron su celular con una navaja y hasta los dedos d’ella se llevaron, se lo juro por las astillas de la cruz de Cristo, y enseguidita fueron a dar conmigo, que me lo vendían, ¿y yo para qué quiero los dedos, les dije? Madrecita, con ellos puede usted agarrar las puertas del cielo, están benditos porque vienen desde la Iglesia de La Santísima y no sangran, un milagro, madrecita.

Y les dijiste que qué milagro ni que milagro, que les dabas tres madejas de hilo para que las truequearan por tres toquecines, ay mamá, y en la pecerda la gente me miraba como diciendo por qué no calla a esa loca, y hasta las niñas se apenan: es que a mi awe ya no le gira bien la ardilla, dicen, y no me gusta que te falten el respeto, mamá, pero date tu lugar. Con que no me lo faltes tú me basta y sobra, m’hija: no anda una pariendo retoños para en ellos me ahorque, como a ese pobre hombre que iba yo por frutita al mercado Martínez de la Torre, y se acomidió acompañarme porque él también iba a lo mismo, y pues nada: que apenas salimos del Metro Guerrero y pidió un tepache y me invitó; gracias, le dije, acábelo y nos vamos, pero ¿viste cómo sacó su anforita de chínguere Tonayan?

Ay, mamá: y no mides el terreno: esa vez llegaste toda moreteada porque el trago se le subió si así de rapidito al fulano. Deja que se le subió: él se me quiso subir a mí, ya pardeaba la tarde y me dijo mire, por acá, por acá hallamos la frutita, y que me apeñuzca de los brazos y me quiere besar, nada perdido, y quise zafarme y que me caigo entre el montonal de podredumbre, que de ese lado por donde me llevó es por donde sacan la basura; pues que me le pongo retobona y que azotamos los ambos dos y me trasteaba por acá y por allá que, pa’ qué negarlo: medio me inquietó, pero a tiempo vi una penca de plátanos ya mosquientos y sosiego, le dije, o le doy otro: bizquitos hacía el mano larga y que me largo y no paré hasta la Iglesia de San Hipólito; sabrá Dios si el asunto pasó a mayores, pero ahí tiene: una de confiada, no escarmienta; le digo a m’hija que nos cambiemos de casa, a un barrio más tranquilo, para que el hombre no la moleste y no exponga a las niñas: ya de por sí tanta maldad ven ahorititita, pero no es nada con la que viene más delante; ya le digo que en por donde vivo fue que mataron a mi sobrino, el cinco de los siete que tuvo mi hermana y que le salió malilla y por no pagar la cuenta de la ñeve ñeve que pedía para vender y que mejor se metía por las narices, fueron hasta su casa, desconectaron el tanque de gas y le hicieron metiera la bocota en la válvula y le llenaron los pulmones de butano jediondo y ahí quedó tendido, que ni quería yo fumar porque fuera a reventarse el muchacho durante el velorio, ¿s’imagina el cuerpo haciendo pum y el cochinero en la sala, que tovía ni acabalo p’acabarla de pagar?

Han de hacer daño las vísceras si se disparan con fuerza, le digo a m’hija: mejor nos cambiamos, que no sepan los asesinos del muchacho que somos parientes, porque la agarran conmigo. La agarran si sigues de fantasiosa, que todos se la van a creer, no sé qué tienes que hablas y hablas y hablas y hasta da rasquiña de nervios que piensen que estás loca, ay mamá, ya cállate.

Ay, si la gente ya ni habla, m’hija, por eso me ven rara; prefieren su carita mustia, de yo no fui, de ni los pedos me huelen, de mírame y no me toques, de nariz fruncida y de fuchi, y yo, lo sabes bien: prefiero decir las cosas como son y no andar en las apariencias que aparentan y luego, ay, ni quién se imaginara; no m’hijita, y ni me calles que yo no me callé pa’ parirte, gritaba a pulmón pleno y hasta el doc decía: madrecita, pues ya no lo vuelva a hacer, ¿qué no ve que luego duele? Y que me enmuino y di el último pujido y que sales, ¿y todo para qué? Y ora me quieras callar, como si para eso tuviera uno hija.

Ay, mamá. Pus ay, Jocelyn.

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