Un breve recorrido por la educación moderna

Por Fernanda Alemón

Unión de Periodistas. Ciudad de México. 10 de enero de 2018.- El concepto de eficiencia desde la perspectiva económica se refiere al logro de objetivos o resultados determinados con la menor cantidad de recursos invertidos. Este concepto se utiliza en teorías económicas, con autores como Paul Samuelson; sin embargo, pocas veces es aplicado a sistemas como la educación.

Una vez comprendida la definición de eficiencia se deduce que el objetivo sobre el cual debemos de medir la educación es el nivel de calidad. De acuerdo con la investigadora Sandra Milena, debe hacerse desde una perspectiva multidimensional donde se integren eficacia, funcionalidad, relevancia, equidad, sostenibilidad y pertinencia, buscando que los estudiantes alcancen el máximo nivel de aprendizaje posible.

Con la comprensión de ambas definiciones podemos preguntarnos: ¿Es de calidad?, ¿es eficiente?, ¿busca la trascendencia del alumno o el cumplir intenciones económicas y políticas? Aquí expondré argumentos que respondan a las preguntas desde la perspectiva de la persona y del país en general.

Gabriel Zaid comenta en su texto Instituciones de cultura libre (2013), sobre el surgimiento de las universidades en la época medieval, donde las primeras eran cooperativas. Bajo este modelo, una persona que tiene práctica en una actividad y lo demuestra entra a un grupo selecto donde continúa perfeccionándose bajo la dirección de un maestro particular.

Era indispensable la combinación entre el aprendizaje en un aula y la práctica. Por lo tanto, es fascinante pensar que la educación de aquella época estaba formada por la combinación de conferencias prestigiosas con pequeñas tertulias, donde un máximo de 15 participantes exponían, concluían y aprendían de sí mismos. Sin duda, en esta época el objetivo principal de los participantes que acudían a las aulas era aprender y pensar por sí mismos.

Actualmente, el objetivo de los estudiantes cambia, pues ya no buscan aprender y trascender; al contrario, su finalidad es obtener un título o una cédula que les permitan ejercer, convirtiendo la educación en un negocio y transformando a los estudiantes en consumidores.

El doctor Terry Eagleton, profesor de literatura inglesa en la Universidad de Lancaster, comenta que las universidades, siguiendo el modelo capitalista, funcionan actualmente como una corporación. Los académicos se comportan como gerentes corporativos, cuyo principal objetivo es incrementar la matrícula de alumnos y reducir la cantidad de estudiantes reprobados, bajo la premisa de que “el cliente siempre tiene la razón”. Bajo este modelo, las escuelas de humanidades y arte han sido rezagadas y limitadas en recursos, con la premisa de que sólo la investigación científica genera dinero.

Si comparamos a las instituciones actuales con la academia original se percibe una gran diferencia en cuanto a metas de la educación y la inversión que requiere. El objetivo de la institución medieval era la trascendencia del estudiante, los grupos de estudio eran pequeños y formados por gente con el deseo de aprender. El objetivo se cumplía, por lo que la inversión era eficiente.

Sin embargo, en la actualidad, al convertir a la institución en un negocio, no se alcanzan los objetivos planteados. Egresan millones de alumnos cada año con credenciales, pero no aptos para la práctica; invierten en transporte, inscripciones, colegiaturas y materiales, pero no son capaces de cuestionar lo aprendido.

Uno hace esto a través de la búsqueda de información. Y hay una dato que apoya el argumento: la mitad de los universitarios (4 millones) prácticamente no compran libros.

Después de comentar brevemente el escenario desde la perspectiva del estudiante a nivel micro, es importante analizar el concepto de eficiencia desde la perspectiva del Estado.

Actualmente, existen indicadores que evalúan la eficacia del sistema educativo. A escala internacional, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la prueba ejecutada por el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (Pisa) es la más apta para evaluar el desempeño de los estudiantes y compararlo.

Para referenciar la inversión en la educación respecto de los resultados que genera, es importante considerar la inversión como un factor del producto interno bruto (PIB) de cada país. “En el caso de México, se invierte un 6.2 por ciento del PIB, muy cercana a la inversión que realiza Finlandia, de 6.8 de su PIB. Sin embargo, México ocupa el lugar 57, mientras Finlandia ocupa el lugar 5 de 70 países.

En México aumentó en un 31.5 por ciento (de 2007 a 2015) la inversión para la educación de un estudiante de seis a 15 años. Se pensaría que su desempeño en la prueba Pisa debiera aumentar en la misma proporción. Pese a ello, su rendimiento sólo aumentó en seis unidades de la prueba entre ambos años”. (El Financiero, 2016).

A partir de este breve análisis no sólo deducimos que la educación en México es menos eficiente, sino que los recursos no se invierten adecuadamente, manteniendo la burocracia y los sueldos de los profesores.

En nuestro sistema de educación actual, la mayor inversión no garantiza los mejores resultados. Por lo que podemos concluir que la educación, al paso de los años se ha vuelto menos eficiente; es decir, no se logran los resultados con una menor inversión, al contrario.

Los rendimientos no dependen del monto en la inversión sino en la manera en la que se invierte. Resulta sorprendente que en nuestro país soñamos por alcanzar niveles elevados en las pruebas Pisa, mientras reducimos la inversión en cultura.

El presupuesto asignado al sector cultural en 2017 fue de 12 mil millones de pesos, y en 2016, 15 mil millones de pesos. Es decir, hay una diferencia de 3 mil millones de pesos. Más aún, de nada sirve invertir más recursos en educación si está comprobado que el sistema cuenta con vicios que afectan el logro de los objetivos desde que nació el monopolio gremial en tutela del clero y del Estado, donde los grupos interesados buscaban cumplir sus objetivos más allá que los del estudiante.

Debemos de ver la educación más allá que un negocio y una institución. Debemos regresar a su origen, donde son claves el compromiso por aprender, cuestionar y trascender a través del estudio.

Propongo regresar a las tertulias y grupos pequeños de estudio, fomentar las actividades culturales que incentivan el aprendizaje fuera de las aulas, combinar el hacer con el aprendizaje, promover el uso de bibliotecas, cuestionar el modelo actual e invertir en un modelo que no sólo convierta la educación en un sistema eficaz, sino eficiente.

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