Un museo para González Orozco

Por Karina Álvarez

Llegada

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 21 de mayo de 2021.- Casi al final de uno de los callejones del cerro del pueblo de Tetelpan, en la alcaldía Álvaro Obregón, hay una fachada que a primera vista parece ser la entrada a un museo: paredones grandes de piedra, portón grande de herrería antigua con cubiertas de fibra de vidrio, plantas que cuelgan sobre las bardas y una cadena que espera ser abierta para estacionar.

Un hombre recibe sonriente; es la casa que el artista Antonio González Orozco cimentó para su familia. Se ingresa por una puerta de cristal, con plantas que no dejan ver bien hacia dentro. Antes, del lado derecho, el busto de bronce de José Martí marca unas escaleras “ocultas”, que pierden interés cuando la profundidad de campo del paisaje roba la mirada para advertir que estamos en alto.

El mirador se ve desde la primera estancia, los ventanales panorámicos abren la visión hacia la colonia Puente Colorado, perteneciente a Las Águilas. Las casas y escaleras erigidas en la pendiente de la colina muestran el evidente crecimiento de la mancha urbana, que don Antonio aprovechó para dedicarle alguna pintura, resaltado las escaleras amarillas que se distinguen a la distancia.

Desde ese punto exacto comienza el viaje al interior de la vida de uno de los artistas más destacados en el muralismo mexicano. En su trayectoria, además de dos murales en el Castillo de Chapultepec, se cuentan seis en diversas entidades, entre ellas Chihuahua, su lugar de nacimiento, más un sinfín de obras, que a casi un año de su muerte (10 de junio próximo), siguen apareciendo entre los cajones y papeles que hay en su estudio.

–¡Éste es nuestro museo! -Dice con entusiasmo Pablo, el nieto de seis años de edad del muralista, abriendo los brazos como presentando el lugar.

Y entonces se abren las puertas a algo inigualable: decenas, de pinturas cuelgan de las paredes haciendo una extraña, pero encantadora combinación entre los muebles de la sala, que datan de hace más de cien años -aunque se siguen viendo como nuevos-, la música clásica que suena al fondo, y el calor de las velas. Más de 160 obras llevan contabilizadas hasta el momento.

Pequeñas esculturas cubren las superficies de los muebles, algunas son de González Orozco, otras de amigos suyos que se las dieron de regalo. Pinturas de niños indígenas cargando o tal vez vendiendo flores en la calle, tapizan gran parte de los muros.

–Si te das cuenta, la mayoría parece que no tiene expresión en los ojos, pero si te fijas bien, todos tienen una mirada distinta, aunque lejana. -Explica Antonio González Arriaga, hijo de don Antonio.

Era una forma en que González Orozco reflejaba la carencia del campo y los mexicanos, por medio de niños trabajando, pintados con muchos colores, hablando de la niñez y de la esperanza.

Foto: Jovs Ruiz

Al fondo, al lado izquierdo de la sala, cinco escalones llevan a la recámara del muralista; es un cuarto pequeño con una cama individual, un rosario hecho por sus manos, una biblia, la pintura de su madre, la de su hermana, la de su hijo fallecido, la primera que le dio un premio y también la primera que hizo ya como estudiante de la Antigua Academia de San Carlos, desde la habitación que rentaba cuando era alumno de Diego Rivera, en el anterior Distrito Federal.

Esa habitación guarda su energía, se siente al entrar en ella; hay un calor y un aroma peculiar que la hacen acogedora, aunque a la vez desproporcionada con las dimensiones de la casa, ¿la explicación?, González Orozco pasaba más tiempo en el estudio y el taller que en la cama. De ahí la gran cantidad de trabajo que dejó sin ser conocido o enmarcado, ah, porque él también trabajaba la madera.

De vuelta a la sala, sobre la pared para bajar los escalones, una pintura sobresale del resto: La duda de Tomás, obra de óleo sobre tela a la espátula, con proporciones de 163 x 102 centímetros. Impactante: El Cristo resucitado muestra las heridas de sus manos ante los apóstoles, Tomás se presenta receloso por el hecho. Café, negro, blanco, rojo, los colores que predominan.

Foto: Jovs Ruiz

La mayor parte de los muros del comedor, cocina y recibidor, exhiben sus obras, algunas, pocas en realidad, están a la venta, la mayor parte, la familia las conservará para exponerlas ante el mundo en las salas de los museos o de su propio museo, como lo estipuló González Orozco en sus últimos deseos.

“Pensamos vender algunas piezas para poder conservar las que él mismo consideró que deberíamos mantener en unidad para poder exhibirlas en un museo juntas como una colección”, reafirma Antonio González Arriaga.

Hijo menor de González Orozco, con 49 años de edad, decidió tomar el camino de la abogacía más que del arte, aunque su gusto por el mismo es evidente. Vivió cerca de su padre junto a Fabiola, su esposa, y Pablo, su hijo, durante los últimos años de vida del pintor.

Cada quien, desde su casa, ambas ubicadas en el mismo terreno a escasos metros entre una y otra, cuidaba de sí. Don Antonio murió en su cama, a los 87 años, tranquilo y sin sufrimiento. Se fue a los 10 días de que le diagnosticaron cáncer.

Foto: Jovs Ruiz

Termitas

Para llegar al estudio, hay que bajar 16 escalones desde la estancia principal; la mesa sobre la que reposan las cenizas de González Orozco recibe al fondo, como si el propio artista estuviera parado ahí dando la bienvenida. Un enorme espacio se descubre ante los ojos, grandes caballetes, techos altos…, el olor, vaya qué olor a pintura, libros viejos y madera mojada (suspiras).

Foto: Jovs Ruiz

Todo está en el lugar donde lo dejó González Orozco el día que el cáncer ya no lo dejó pararse de la cama. Le gustaba la poesía y escribió de puño y letra esto que apareció sobre una de sus mesas:

“Susurro leve las mesas amigas de la inspiración, al parecer con la noble intención de que los pensamientos adquieran capacidad y fluyan con toda libertad alegremente al ritmo de la capacidad táctil de los dedos trazando las palabras una tras otra sobre un papel rígido y blanco porque la consigna es llorar página tras página hasta que me venza el sueño y haga un paréntesis nocturno, así me sucedió en aquellas noches insomnes de la pensión de Licenciado Verdad primero que desde mi ventana daba exactamente frente a la hermosa cúpula de Santa Teresa la mayor que una de esas noches plasmé en un pequeño cuadro de fibracel que de pura casualidad tenía a la mano y resultó…”.

Gran parte de sus cuadros están guardados en diferentes secciones de su estudio, entre las tiranteras que él mismo construyó. Las obras que alguna vez vimos por televisión o en libros están ahí presentes; como el famoso cuadro del Centenario del Ejército Mexicano (2013), pintura con la imagen de Venustiano Carranza del lado izquierdo, a la derecha un soldado, y al fondo, la bandera de México. O aquella de Los Fumadores, en la que aparecen tres ciegos fumando, mientras la única mujer carga en brazos a un bebé. Esa pintura la hizo al poco tiempo de que su esposa muriera a causa de enfermedades provocadas por el tabaquismo.

Algunos de esos lienzos necesitan una urgente restauración, las termitas se han apoderado de varios cuadros y pese a los intentos por exterminarlas, no ha sido posible. Parte de lo que la familia busca es recuperar las obras que están desgastadas por el tiempo, así como lastimadas por estos insectos para poder exhibirlas, ya sea en un museo propio o como exposiciones permanentes en otras galerías.

Amor

Foto: Jovs Ruiz

Antonio conoció a la mujer de su vida en el Castillo de Chapultepec, al tiempo que él trabajaba como restaurador para el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), por ahí de finales de los 60’s.

Mercedes Arriaga Rivera era la musa de González Orozco, gran parte de su obra la hizo para ella, en homenaje a su amor, a sus hijos; al igual que lo hizo con su casa, que también construyó para ella.

Era una mujer hermosa, con mucha personalidad, cariñosa, firme y fumadora, esto último fue lo que los llevó a dormir en habitaciones separadas, pues el intenso humo comenzó a hacer estragos en la salud del pintor, quien no fumaba.

Su hijo recuerda que había un cenicero en todos los rincones de la casa, Mercedes encendía cada tabaco con el que iba terminando, y así lo hizo durante muchos años.

“Mi padre la amaba, a él nunca le incomodó que ella fumara, se separaron de habitación porque le comenzó a hacer daño, pero no fue por otra cosa, siempre estuvieron juntos”, recuerda.

Tras la muerte de su mujer, el muralista desahogó su dolor creando varias obras y cuidando a los caracoles que nacían entre las plantas; ellos también estaban entre sus seres favoritos.

Búsqueda

Durante los 17 años que se imprimió en la portada y contraportada de los libros de historia de quinto grado la imagen del mural: Juárez, Símbolo de la República Frente a la Intervención Francesa (1972), González Orozco no recibió una sola regalía y tampoco dio su permiso para ello.

Fueron más de 44 millones de copias las que se hicieron y el artista se enteró por la radio, no por las autoridades responsables de imprimir los Libros de Texto Gratuitos.

Tampoco recibió apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) para realizar un mural en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México; además de la constante negativa por recibir la medalla de Bellas Artes.

Pero su familia no pierde la esperanza de que el trabajo de González Orozco se redignifique, de que las autoridades actuales se interesen por recuperar las obras que están dañadas por el tiempo y el clima, y que su trabajo sea valorado para las salas de los museos, así como que su hogar sea un patrimonio para la cultura y el arte de nuestro país. Ojalá se logre.

Foto: Jovs Ruiz
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